3/4/08

Imagen Urbana III

Es domingo, asoma el otoño y la mañana se presenta formidable, plena de luz, bañada por el sol. Ushuaia aparece particularmente atractiva en estas circunstancias.
¿Ushuaia o su paisaje? Buena pregunta, me dije, mientras me dirigía a cumplir con el ritual dominguero: comprar los diarios del día (esos que duran toda la semana), pasar por Tante Sara para comprar el pan del mediodía, buscar el carbón para el asadito o el tomate para la salsa, si el menú pasa por los ravioles; agenciarse el tintillo que rociará el almuerzo familiar y prepararse para la actuación del equipo de mis amores, el del grato nombre.
Se trata de actividades difíciles que requieren concentración por parte de quien se encuentra en el deber de ejecutarlas. No se admite la falla y no suelen ser bien recibidas las preguntas que excedan el contexto. El domingo es el domingo.
Así y todo, en el fragor de la rutina dominguera, tuve la malhadada idea de hacerme otra pregunta. Una (la antedicha) estaba bien; dos ya implicaba ponerse en el brete de responder y eso, mis amigos, es duro. Al domingo se lo supone laxo. A nadie le gusta auto flagelarse con disquisiciones de ocasión cuando en el cenit del Olimpo (el Olivia, por caso) brilla el sol y nos esperan los ravioles. Sin embargo ocurrió.
Salido de casa llegué hasta la rotonda de Gobernador Paz, esa que parece una gambeta maradoniana, de las que se hacen en una baldosa. Detuve el automóvil. Desde ese sito la vista es muy buena y quería disfrutarla una vez más, como lo hago desde hace treinta años, cuando llegué a estos pagos.
La mirada fue jugando de lo general a lo particular. Inevitablemente me reencontré con los cruces de calle inspirados en la “gran Tonucci” (así llamo yo a la ingeniosa idea de Frato), sobre los que hice algún comentario en los comienzos de este experimento llamado ars. Ellos se presentan bastante bien resueltos. Tanto que hasta el paso del agua de la lluvia o el deshielo, ha sido fríamente calculado. Vean, por favor, la imagen que sigue.

La segunda pregunta, esa que molesta y modifica la rutina, nació de un genuino acto de curiosidad. ¿Estarán limpios y despejados los sitios por los que se supone pasará el agua cuando llueva o nieve o, por el contrario, nos enfrentaremos a una nueva pileta, esa que no tenemos para practicar la saludable costumbre de nadar?
Y sí, bajé del auto y me fijé. ¿Resultado? Observen ustedes mismos.

Vuelto a casa y a la hora del almuerzo los ravioles ya no parecieron tan ricos, aunque –es menester aclarar- cumplieron dignamente su cometido. No pude sacar de mi cabeza la acumulación de basura que obtura el supuesto paso del agua. Menos todavía olvidar la botella de cerveza que encontré tirada en la vereda (bueno, en el plano irregular de tierra donde se supone debería haber una vereda, responsabilidad del frentista mediante) y tampoco pude olvidar que suelo ver dos o tres veces por semana una nutrida cuadrilla de trabajadores que supuestamente realizan tareas de limpieza en el sector, cepillos, palas, carretillas, bolsas y demás implementos en mano, con más el apoyo logístico de un saludable camión que nunca supe bien qué rol cumple en la maniobra, salvo el de costarnos unos buenos pesos a todos los vecinos de la ciudad, los que medianamente intentamos respetar las normas de convivencia y los que decididamente suelen no hacerlo. Seamos concretos: se ensucia irracionalmente y no se limpia, sino que se hace que se limpia. Una estupidez, si me permiten el calificativo.
Terminando el domingo, en un último estertor neuronal, se me ocurrió pensar que no hay mal que por bien no venga. Noten ustedes que de los deshechos muchas veces nace la vida. Allí están las incipientes plantas y, con el tiempo, tendremos un nuevo prado vegetal en la ciudad. Es cuestión de tener paciencia.

Creo que deberíamos analizar seriamente la posibilidad un futuro agro urbano orientado a la cosecha de la basura devenida en yuyos autóctonos, nuevos mutantes fueguinos, bajo la égida de conductas que nos caracterizan socialmente y nos convierten en seres desaprensivos y roñosos, ensuciadores perennes, al amparo de la elefantiásica burocracia que supimos conseguir. La misma que nos impide, por ejemplo, realizar actos tan sencillos como barrer las calles como se supone se deberían barrer.
Como decía Tato Bores, previo a una pasta de fin de semana, “vermouth con papas fritas y good show”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Comparando las observaciones del colega, con las propias observadas en nuestra "Culta" Buenos Aires, no nos asombremos cuando encontramos la misma basura en las esquinas de nuestra querida Ciudad, o, casi siempre, en toda refacción que se realiza caseramente o nó tanto, tirar los escombros donde ? En las puertas de las Obras en construccion, que como se supone son sucias, también esos anónimos colaboradores aportan con cascotes, basuras, muebles en desuso, vidrios rotos, y demás adminículos "útiles" para las Obras.
Cuando no vuelcan algún volquete tardío, en razón de estar tapados de trabajo, y no encontrando mejor lugar para vaciarlo, que es frente a alguna obra en construcción, porque así los "laburantes" la juntan, no ?

Anónimo dijo...

Es cierto y da pena verlo. Mucha más vivirlo. Alguien dijo que la Argentina se refleja en Buenos Aires...