11/6/08

A bola


Reina indiscutida del espectáculo, ombligo del universo, objeto deseado. Mujer esquiva tantas veces maltratada aunque, cuando se le prodiga una caricia, produce el mayor de los placeres: verla entrar ahí, en el ángulo.
Sueño de los pibes, pesadilla de los troncos, amiga de los que saben con ella. La pelota, que no dobla y no se mancha. Esa que a veces no quiere entrar.
La globa, dueña y señora del potrero o la placita de la esquina; conocedora de la calle y las veredas; testigo del encuentro entre amigos o el desafío de solteros contra casados, compañía insoslayable del postrer asado.
El útil en la disputa de la fecha del domingo, balón o el esférico, para los de verba más ilustrada, esos que te explican por qué se fue a la tribuna mientras proporcionan datos tales como velocidad, azimut y que se yo cuántas pavadas más, mientras los players ponen huevo y transpiran la camiseta.
La redonda en el barrio o, si se prefiere, la número cinco esperada, premio casi ficcional, escondido en algún –vaya uno a saber cuál- paquete de figuritas, aunque se tratase de una Pulpo de goma.
Nada, pero nada, la superará cuando se deja acariciar y contener por la red, en conjunción celestial, mientras el grito sagrado de gol revienta en el aire y estremece a la vibrante multitud.
Pelota de trapo o sofisticado producto tecnológico. Señores, a bola.

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