21/6/08

Enjaulados

El sujeto estaba bien, expectante. Sábado a la tarde. Las cuatro paredes de su departamento, piso 27 con vista al Río de la Plata, lo separan del resto. Tiene su PC último modelo que -Internet mediante- lo comunica con el mundo entero y si esto no bastara, está la T.V. tamaño gigante. Ella le cuenta lo que a sus actores se les da la gana, haciendo de la realidad un perverso juego de imágenes que el sujeto incorpora con convicción.
La heladera conserva un razonable stock de alimentos precocidos congelados y el microondas será fundamental a la hora de poner a punto algún engendro alimenticio congelado “listo para ser servido en menos de lo que canta un gallo” y, si esto fallara, siempre está lista y servicial la cocina alimentada a gas. No es muy complejo hervir un huevo y una papa para completar un nutritivo puré.
Hay reproductor de DVD, hay películas en DVD… En fin, que no faltan aparatos ni tecnología. Hay de todo, nada falta.
La noche, quizás el fin de semana completo, se presentaban prometedores. Julia (una morocha nacional, argentinamente linda, también admiradora de las pantallas, los botoncitos y, en su caso, las siliconas), prometió compartir una cena en su castillo, el del piso 27 con vista al río marrón, rodeado de vigilancia, alarmas, extintores contra incendios, cartelitos, seguro médico, ambulancia sin cargo y la mar en coche. El castillo tiene paredes de yeso, a la usanza ultramoderna.
Está todo bien, él paga por estar bien. Después de todo es ahora gerente del pomo en la compañía de la felicidad de los jóvenes ejecutivos, siempre felices, en sus pisos 27. Ya usa corbatas de seda, toda una señal.
Abajo se escucha el rumor de la ciudad, el sordo ruido de la vida agitada, cada vez más viscosa, del conglomerado urbano, en este caso Buenos Aires. Abajo pasa de todo, pero no le importa. Arriba también, pero no lo sabe. El está en su refugio de yeso, se cree protegido, por ahí pasa algo con Julia y, en todo caso, se va a castigar con algún chat caliente o, de última, vuelve a ver “Corazón Valiente”, como para darse manija con la epopeya amorosa de Mel Gibson a los efectos de replicarla con la secretaria del departamento de suministros (¿Felisa... Melisa...Cómo era?) de la compañía de la felicidad, en este caso rubia teñida, posiblemente una morocha arrepentida. Para ello acometerá a mails, memos y presentaciones al reventado gerente de la felicidad que compite con él por las mismas intimidades femeninas y las mismas corbatas de seda.
A las 21:00 hs se cortó el suministro de energía eléctrica. No hay PC, ni DVD, ni microondas, ni nada. Nada.
El portero electrónico no fue mantenido como correspondía por el administrador del consorcio y, en consecuencia, al interrumpirse el suministro de energía deja de funcionar. Por ahí Julia se gastó el dedo índice apretando el botón correspondiente o, eventualmente, no vino nunca. No lo sabrá jamás. La morocha no apareció y, si lo hizo, lo mandó al depósito de los descartables por no tener sus botones en orden.
Los de la vigilancia se habían borrado. Decidieron comenzar medidas de fuerza porque no se sienten contenidos y les duele el callo del dedo meñique y, como los de la C.G.T. los apoyan (hay internas en el ámbito sindical y no es cuestión de andar perdiendo votos), deciden tomarse las de villadiego un sábado a la noche sin aviso ni anestesia, por más que haya corte de energía o, por ahí, porque lo hubo y les tocaba trabajar, hacer lo suyo.
El sujeto tenía un libro para leer, sólo uno (es comprensible, entre tanto aparato, vigilancias y Julias, no debe sobrar el tiempo para leerse algo), pero no hay luz. Sale al pasillo, las de emergencia tampoco funcionan. Ya se dijo, el administrador es un trucho, solo administra su cuenta personal. De lo demás que se ocupen sus abogados.
Después de bajar y subir los 27 pisos un par de veces (no hay una tercera, el físico no aguanta), para ver si la fémina aparecía, sin éxito alguno, decide llamar a cuanto 0800 de “atención al cliente” o “de protección al ciudadano” existe. No hay caso. Las líneas están ocupadas y/o “todos nuestros operadores se encuentran ocupados”, que es lo mismo que decir que no hay nadie, nos fuimos y, en una de esas nos está pasando lo mismo que a vos, gil.
Mensaje ulterior, más elaborado, “¿pero cómo te has creído que te íbamos a atender, si eso no es lo nuestro? Pibe, nosotros estamos para cobrar subsidios en esto de la distribución de la riqueza. Vos sos una excusa.”
La energía no vuelve. El sujeto recordó que la noche anterior el recontra ministro de las energías, las construcciones y todo lo que implique dinero, afirmó rotundamente que la energía sobraba. Pero no, no hay, está cortada y a otra cosa. Parece que el tipo se mandó una mentirita. ¿Le crecerá la nariz?
Excitado y a las puteadas, opta por la papa y el huevo hervido, a la luz de una vela que, por suerte, dejó alguna vez por allí su vieja, que por vieja, era previsora.
No hay gas, bajó la presión, no se sabe bien que ecuación de los subsidios falló o que lío se armó en Bolivia, pero el gas brilla por su ausencia. No hay ni papas ni huevos hervidos y la vela se consumió, no es de goma ni eterna, tampoco su pobre vieja… mucho menos el equlibrio del sujeto.
Luego del apagón, que se tomó su tiempo, unos días después, las siempre sonrientes y conspicuas caras de los comunicadores radio televisivos, con cara de póquer y brillo de aceite monetario extra sueldo en sus falquitreras, anunciaban el extraño caso del sujeto del piso 27.
En una apretada síntesis (ya se sabe, no hay tiempo para el análisis, el tiempo es tirano, sobre todo si se trata de desgranar las cosas como corresponde), se informó que el pobre infeliz repetía a modo de letanía “nada funcionaba… Julia no apareció… no tenía PC…. Julia no apareció… estaba solo… la vela… sin huevo ni papa, sin Mel Gibson...”
Por lo que se comenta, la mención de la vela asociada a Mel Gibson fue lo que decidió a los peritos a internarlo en un psiquiátrico.
Es edificante vivir en el siglo XXI sabiendo que nos espera un destino de grandeza, conociendo que los indicadores oficiales muestran mes a mes lo bien que nos está yendo. Da gusto ser eternos campeones “morales”, por más que nos maten a pelotazos.
Julia, mientras absorbía los comentarios del telenoticiero, enroscada en un quía de otro piso 27, también de yeso y con vista al río aunque -al parecer- con mejor ángulo y T.V. más grande todavía, pensó: "menos mal que zafé".

No hay comentarios: