5/9/08

Reflexiones de un viernes a la tarde (II)

Se llama Patricia y debe tener 15 o 16 años. Callada, aparentemente tímida. ¿Debería decir coherente con el mandato genético, que ordena callar a quienes tienen sus raíces en tierras del que alguna vez fue el Imperio Inca?
Soy su profe. También lo he sido de Rosa, su hermana. Conozco a su padre, aunque él no lo sabe. Es albañil y se rompe el lomo todos los días, bajo cualquier condición climática, para sostener a su familia.
Hace una semana -lo relaté- en una suerte de ataque de furia convertí mi clase de construcciones en un debate sobre el pasado reciente de nuestro país. Hablamos de historia, sostuvimos la importancia de conocer y ponderar equilibradamente los hechos del pasado. Discutimos sobre si esto era o no importante. Hubo diversas ponencias.
Gabriela sostuvo que a ella la importaba el presente y su futuro. Para ella el pasado no existe o, mejor dicho, no importa.
Aixa, le espetó: "No entendés, si tu vieja se quedó embarazada a los 15 y eso fué un problema para ella y para vos, no vas a ser tan boluda de hacer lo mismo. Sirve ver que pasó antes para no hacer lo mismo ahora." Aixa, debo contarlo, es una niña que habitualmente suele ser concreta y clara. Diría que contundente. Posiblemente sea una buena técnica, si le dan la oportunidad de serlo.
En el tole tole del debate conté sobre la Ley de Medicamentos, en tiempos del Dr. Illía. Hablamos de la efredina y el narcotráfico. También de La Calera, de Vandor, del tarado de Onganía y la Noche de los Bastones Largos. Hablamos sobre la libertad y su valor.
Franco apoyó la idea de que no se puede ser libre si se escamotea el conocimiento. "Si no te sabés las cosas y estás en bolas, te van a embromar", le dijo a Yonathan que estaba navegando por alguna galaxia que desconocemos, razón por la cual en dos o tres años nos enteraremos de sus conclusiones al respecto. Por ahí andaban Romina, Erik y Natalio. No se terminaban de decidir. ¿Sabemos o no sabemos? ¿Nos enseñan o no nos enseñan? Hamlet es un poroto.
En fin, hablamos. Uno sólo sabe hablar. Y nada más. Uno no sabe nada de nada. ¿Hablar? Estela dice que peroro. Creo que debe tener razón.
Patricia -la sigo, suelo estar pendiente, lo merece- callaba y escuchaba, siempre atenta y compuesta. ¿Digna?
Pasó una semana. En medio hubo dos encuentros hasta el de hoy, el último de la semana. Seguimos con nuestros temas técnicos, que es por lo que el Estado me paga. Lo de tratar de educar, lo hago gratis. Es mi vocación, aunque falle.
Tocó el timbre, terminó la clase, era el mediodía y todos nos arrojamos por la escalera hacia la puerta de salida. Fin de la semana. Patricia se arrimó, mientras bajábamos y me dijo: "Profe, usted tiene razón." Yo, que suelo ser jodón, le dije que lo dudaba, toda vez que normalmente estaba equivocado y, encima, ahora me había convertido en un viejo senil. "¿Y en qué tengo razón, m'hija", pregunté.
"Si no conocemos nuestro pasado va a ser muy dificil que podamos hacer un futuro". Fueron sus palabras. Luego, muy educada y compuesta, me deseó un buen fin de semana y siguió de largo, rumbo a su rutina cotidiana.
Patricia es callada. Desciende del Reino de Sol. Las circunstancias hacen que las cosas le cuesten un esfuerzo adicional. Ella se toma sus tiempos, es reflexiva.
Patricia está ejecutando el acto más sublime que puede realizar un ser humano. Lavanta las paredes de su edificio, ladrillo a ladrillo, pacientemente.
Son las Patricias las que me hacen seguir.

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