12/9/08

Vagos y Mal-Entretenidos, Pero Nuestros

El texto que comparto con quienes tienen la amabilidad -y paciencia, sobre todo- de visitar este espacio, pertenece al Lic. Roberto Santana, maestro y amigo. Le he pedido el favor de poder publicarlo, tomándome el atrevimiento -además- de acompañar el texto con una imagen bastante reciente "capturada" en la Web.


“Se fue reduciendo como si lo cortaran de abajo en repetidos tajos. Sobre el punto negro del chambergo, mis ojos se aferraron con afán de hacer perdurar ese rasgo. Inútil; algo nublaba mi vista; tal vez el esfuerzo, y una luz llena de pequeñas vibraciones se extendió sobre la llanura. No sé qué extraña sugestión me proponía la presencia ilimitada de un alma (…) No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa. Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo, y lentamente me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra”. Estas palabras, dan cierre a Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Corría el año 1926, y ya el ferrocarril había reemplazado al resero en el traslado del ganado hacia los centros neurálgicos del país, en un viaje cuyo destino final era el matadero (1). La tarea de los hombres de a caballo ya no era necesaria. No es sólo la figura de un paisano la que se pierde por entre las lomadas del cañadón, sino toda una época.

Los primeros datos acerca de la existencia del gaucho, aparecen en El Lazarillo de Ciegos Caminantes -1773- atribuido a Concolorcorvo (2). En sus páginas puede leerse:
“Estos son unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos. Mala camisa y peor vestido, procuran encubrir con uno o dos ponchos, de que hacen cama con los sudaderos del caballo, sirviéndoles de almohada la silla. Se hacen de una guitarrita, que aprenden a tocar muy mal y a cantar desentonadamente varias coplas, que estropean, y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente ruedan sobre amores. Se pasean a su albedrío por toda la campaña y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a su costa y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero, cantando y tocando. Si pierden el caballo o se lo roban, les dan otro o lo toman de la campaña enlazándolo con un cabestro muy largo que llaman rosario. Muchas veces se juntan de éstos cuatro o cinco, y a veces más, con pretexto de ir al campo a divertirse, no llevando más prevención para su mantenimiento que el lazo, las bolas y un cuchillo. Se convienen un día para comer la picana de una vaca o novillo: le enlazan, derriban y bien trincado de pies y manos le sacan, casi vivo, toda la rabadilla con su cuero, y haciéndole unas picaduras por el lado de la carne, la asan mal, y medio cruda se la comen, sin más aderezo que un poco de sal, si la llevan por contingencia. Otras veces matan sólo una vaca o novillo por comer el matambre, que es la carne que tiene la res entre las costillas y el pellejo. Otras veces matan solamente por comer una lengua, que asan en el rescoldo. Otras se les antojan caracuces, que son los huesos que tienen tuétano, que revuelven con un palito, y se alimentan de aquella admirable sustancia”.

Esta figura emergente, a la que entonces se conocía con el nombre de “gauderios”, adquiriría inesperado protagonismo a partir de mayo de 1810, integrando los ejércitos patrios con uniforme de granaderos, o defendiendo la frontera norte con poncho colorado y guardamontes al mando de Martín Güemes.
Durante el período que la historia argentina conoce como “la anarquía”, miles de gauchos participaron en las guerras civiles, algunas veces luchando a favor de sus provincias natales; en otras, en contra.
En las páginas del Facundo -1845-, que instalaba la oposición “civilización” o “barbarie” para diferenciar dos modelos de país desde una postura excluyente y disociadora, en la cual el componente “bárbaro” asociado a la figura del gaucho, conspiraba contra la evolución de un modelo social ligado al positivismo, dice Sarmiento: “Los tres caudillos –Quiroga, López, y Rosas- hacen prueba y ostentación de su importancia personal. ¿Sabéis cómo? Montan a caballo los tres y salen todas las mañanas a gauchar por la pampa; se bolean los caballos, los apuntan a las vizcacheras, ruedan, pechan, corren carreras. ¿Cuál es el más grande hombre? El más jinete, Rosas, el que triunfa al fin. Una mañana va a invitar a López a la correría. No compañero –le contesta éste:- si de hecho es usted muy bárbaro. Rosas, en efecto, los castigaba todos los días, los dejaba llenos de cardenales y contusiones. Estas justas del arroyo Pavón, han tenido una celebridad fabulosa por toda la República, lo que no dejó de contribuir a allanar el camino del poder al campeón de la jornada, el imperio ¡al más de a caballo!” (Sarmiento, 1845) –recordemos que, durante la lucha por la independencia de nuestro país, los gauchos calificaban con el mote de “maturrangos” a los españoles debido a su impericia ecuestre-.
Luego de Caseros (1852), las ideas de Sarmiento encuentran un firme opositor en la figura de José Hernández, el orden establecido con el sistema de “levas” que sumaba gauchos uniformados para defender la frontera del peligro de los malones, y una sospechosa administración de la justicia aparecen en la 1ra Parte de El gaucho Martín Fierro, publicada, precisamente, durante la presidencia de Sarmiento -1872-, en la cual Fierro opta por la barbarie en su decisión de marcharse a la frontera junto a su amigo Cruz, con el objeto de vivir en las tolderías. Resulta ciertamente curioso el cambio de actitud del protagonista en la 2da parte, editada durante la presidencia de Avellaneda -1879-, allí, se produce el retorno del gaucho a la “civilización”. Enrique Anderson Imbert, desde la crítica literaria tradicional ve en la “la Ida” de la obra un enfoque sociológico asociado a un mensaje político. En cuanto a “la Vuelta, destaca: “(Hernández) ofrece una visión europea y progresista del trabajo: que la tierra no da fruto/si no la riega el sudor” –dice MF-, y prosigue: “el gaucho, ahora elude la pelea y da explicaciones de por qué antes mató, justificaciones legales que muestran que Hernández, en el fondo, es un conservador respetuoso de la ley”. (Anderson Imbert, 1954)
Nosotros preferimos decir que, luego de la muerte de Cruz y, tal vez ante la fuerza de lo inevitable, el que regresa para reinsertarse al nuevo orden ciudadano es un Martín Fierro “domesticado”, y con ánimo de redención: la Presidencia de Roca está al caer, el nuevo Presidente dará continuidad a la campaña contra los indios iniciada durante la gestión de Rosas, aunque, esta vez, para darle un corte definitivo a esta situación en una suerte de “solución final”: en pocos años, las tierras ganadas a los indios, fueron repartidas entre unos pocos latifundistas que luego serían conocidos con el nombre de “oligarquía vacuna”.

La incipiente literatura argentina comenzó a esbozar un estilo al que la crítica literaria llamaría después “literatura gauchesca”. Es conocido, que los autores de esta línea de escritura, en su gran mayoría, no eran gauchos que se recostaban a la oración y se levantaban al alba, sino estancieros con pretensiones literarias: Rafael Obligado (3) conoció por relatos de sus peones la historia de Santos Vega, el cantor que había sido derrotado por el diablo en una payada de contrapunto que se prolongó durante tres días y tres noches. Del Campo, en tanto, al ubicar a Anastasio el Pollo en el Teatro Colón durante la puesta de la ópera Fausto de Gounod, inserta en el ámbito literario la figura del “pajuerano”, deleitándose desde la vana-cultura con la supuesta incultura gauchesca, asentada en la leyenda y la superstición. Ya en este momento -1866-, la publicación del Fausto criollo de Estanislao del Campo, inserta el debate en el ámbito literario de Buenos Aires acerca de la existencia de una “literatura nacional”. Hacia 1870, se concluyó con que no la había.

“Individuo de aproximadamente 40 años, regular estatura, de pelo castaño, ojos verdosos y cutis blanco algo rojizo, picado de viruelas, de nariz aguileña, prófugo de la justicia, vago y mal-entretenido”, así rezaba el parte policial en referencia a Juan Moreira, un matón de comité que había muerto en un sonado enfrentamiento con fuerzas del orden.
La pluma de Eduardo Gutiérrez rescató la figura de Moreira a través del recurso del folletín, alcanzando popularidad masiva en el ámbito progresista de la ciudad. En 1879, el propio Gutiérrez adaptó su obra a una pantomima circense que incluía jineteadas y duelos a cuchillo. El circo criollo de los Hermanos Podestá, comenzó a girar por pequeños pueblos representando la obra, con José Podestá en el papel estelar, obteniendo un inusitado éxito.

Una vez consolidado el modelo agro-exportador de nuestra nación, la “Generación del 80” se encargó de fortalecer el modelo a seguir para establecer un destino de grandeza, basado en sostener los privilegios de la clase dominante. De tal modo se avanzó en la idea de fomentar la inmigración planteada por Alberdi desde las “Bases…” (1852).
El hecho que nadie pareció advertir es que, el modelo plasmado por Alberdi, que proponía la llegada al país de inmigrantes de origen nórdico, se vio alterado por los coletazos del desempleo que trajo el proceso de la Revolución Industrial en el continente europeo; es así que, la Argentina de fines del SXIX y principios del XX recibió la presencia de un gran número de inmigrantes arribados desde las penínsulas itálica e ibérica, y desde Europa del este, quienes instalaron el germen de las ideas anarquistas y socialistas, que iban de la mano con las iniciales asociaciones sindicales.
Los grandes propietarios del país, vieron a estos nuevos actores sociales –la “plebe ultramarina” como la definiera Lugones- como una amenaza al orden establecido que podía expandirse y, desde allí, se pensó en establecer una figura que, por sus virtudes, fuese percibida como un arquetipo de la nacionalidad.
Tal búsqueda de la “argentinidad”, llegó a través del hecho literario. Si bien es cierto que, como hemos comentado, la figura del gaucho oscilaba entre el “pajuerano” y el “acróbata circense”, ello no fue impedimento para que, con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, y otros, insertaran la idea de establecer al Martín Fierro como “poema nacional”, a partir de la simple idea de que “el gaucho –por oposición a la figura del inmigrante (5)- era vago, pero nuestro”. La puesta a consideración del ámbito literario de la época y el debate al respecto, se llevó a cabo desde la Revista “Nosotros”. Resulta necesario, revisar las posturas a favor y en contra de tal idea.

El propio Lugones, en “El linaje de Hércules”, uno de los capítulos de su obra El Payador (4) destacaba: “Martín Fierro es un campeón del derecho que le han arrebatado, un campeador del ciclo heroico que las leyendas españolas inmortalizaron siete u ocho siglos antes, un paladín al que no le falta ni el episodio de la mujer afligida cuya salvación efectúa peleando con el indio bravo y haciendo gala del más noble desinterés. Su emigración a las tierras del enemigo, cuando en la suya lo persiguen, es otro rasgo fundamental (…) su mismo lenguaje representa, para el futuro castellano de los argentinos, lo que el Romancero para el actual idioma de España (…) este es uno de sus orígenes. El otro está en la novela picaresca (...) el Viejo Vizcacha y Picardía caracterizan las mañas y la filosofía del pícaro. Son el Sancho y el Pablillos de nuestra campaña (…) y así como el Quijote refundió los dos gérmenes hasta convertirse en la expresión sintética de idealismo y de realidad que define todo el proceso de la vida humana, nuestro Martín Fierro hizo lo propio con sus tipos, ganando todavía en naturalidad…”

Las respuestas contrarias al arquetipo planteado por Lugones, no se hicieron esperar, en la revista “Nosotros” el “Maestro Palmeta” –tal vez, Mario Bravo- proponía a sus conciudadanos: “Levantar en la plaza del Congreso una estatua de José Hernández. Se le representará vestido así: bota de potro, chiripá, calzoncillo desflecado; es decir, de la cintura para abajo, de gaucho; de la cintura para arriba, en traje burgués, de americana, cuello duro, y corbata; en la cabeza, sombrero de copa. De esta manera, la estatua será como un símbolo del pueblo argentino, que surge de la tierra en el gaucho y termina en capitalista y señor.”
Por su parte, la combativa pluma del diputado socialista Horacio de Tomaso, ejercía su derecho al debate con apostillas como ésta: “Yo recuerdo que en la Opera de Buenos Aires ese insubstancial declamador de voz agradable, que se llama Belisario Roldán, se lamentaba, no ha mucho, de que en la pampa argentina el quejido de la guitarra fuera siendo sustituido por el rezongo del acordeón. ¡Pero si los hombres del acordeón son los que trabajan esa pampa y, con más energía y método que los hijos de Martín Fierro, fecundan sus entrañas y le hacen parir el trigo que alimenta al mundo!”. Conviene recordar que en 1910, con idéntico motivo –el Centenario de Mayo- un paisano de Villaguay, Entre Ríos, nacido en Proskurov, Rusia, y llamado Alberto Gerchunoff, había publicado su conocida novela titulada Los gauchos judíos.
Esta polémica no llegó a dirimirse aunque quedó instalada en el imaginario colectivo, y la historia siguió su curso: con la promulgación de la Ley Sáenz Peña, y la llegada a la Presidencia de Hipólito Irigoyen en 1916, los excluídos del sistema logran hacer pie en la sociedad, iniciando un acelerado proceso que desembocaría luego en “la clase media”. Un año después uno de esos inmigrantes de origen francés, Carlos Gardel, a quien muchos recordamos con vestimentas gauchescas interpretando sus canciones, grabaría “Mi noche triste”, origen del tango canción. La fusión entre orilleros criollos e inmigrantes, había dado origen a una música representativa del nuevo andamiaje social. Por ello, no resulta extraño que Lugones definiera al tango como “un híbrido de gaucho, de gringo, y de negro”; o que Manuel Gálvez lo sindicara como “una música sensual, canallesca, arrabalera, mezcla de insolencia y bajeza (…) de tristeza secular y de alegría burda de prostíbulo”.

Cuatro años después de la grabación de “Mi noche triste”, un gaucho entrerriano de origen catalán, llamado José Font, aunque más conocido por su apelativo, “Facón Grande”, caería en la estepa santacruceña fusilado por las tropas del Coronel Varela. El episodio de Varela agasajado por integrantes de la Sociedad Rural de Río Gallegos quienes entonan en su honor “For he is jolly goodfellow” encontró su lugar en Los vengadores de la Patagonia trágica de Osvaldo Bayer, y en las pantallas de los cines a través de La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera.

“Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada…”, con esta frase inicial, en 1924 Lugones avalaba y preanunciaba el Golpe militar de 1930. Iniciada la “Década Infame”, los gauderios ya no vagaban por la llanura en busca de un trozo de matambre, y los vacunos se enfriaban en los frigoríficos de las empresas británicas. Lisandro de la Torre denunciaba ante el Senado de la Nación los negociados que propiciaba el comercio exterior de la carne. Las pruebas eran contundentes. El intento de asesinar a de la Torre, concluyó con la muerte del Senador Bordabehere. Quiso el destino que, en un accidente aéreo en Colombia, perdiera la vida Carlos Gardel, aquel inmigrante que vestía ropas criollas para cantar esa música que el sistema consideraba oprobiosa. En una hábil maniobra gubernamental, las primeras planas de los diarios cambiaron sus titulares, y durante varios meses, aguardaron con una expectativa inusual, la llegada de los restos del “zorzal criollo”. Comenzaba la construcción de un nuevo mito…, en tanto, en 1939, la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, institucionalizaba la construcción de Lugones: la fecha de nacimiento de José Hernández se establecía como el “Día de la Tradición”.

Tal como destaca María Teresa Gramuglio en el prólogo a su publicación Martín Fierro y su crítica: “(…) varios capítulos de la historia de la transformación social en la Argentina, han convertido al Martín Fierro en piedra de toque para toda definición de la literatura y aún de la vida nacional. Se podría agregar: cada uno tiene su Hernández, cada uno tiene su Martín Fierro. Los textos que aquí se incluyen; son una muy atenuada muestra de la variedad de esas construcciones; tal vez contribuyan a que los lectores elaboren o reformulen las suyas”. Esta ponencia, no es más que otra mirada, acerca de tales construcciones.



(1) El matadero -1838- de Esteban Echeverría pinta con crudeza las costumbres en tiempos de Rosas. Casi un siglo después se produciría el debate sobre los negociados con la exportación de carne en el Senado de la Nación.
(2) Alonso Carrió de la Vandera, imprimió clandestinamente en Lima “El Lazarillo…” en 1775-76, anticipando la fecha a 1773. Carrió atribuyó su autoría a “Concolorcorvo” (Calixto Bustamante Carlos Inca), acompañante de sus viajes, quien no tuvo nada que ver con la redacción de la obra.
(3) Rafael Obligado (1851-1920) publicó un solo libro: Poesías (1885), ampliado en la 2da edición de 1906. Uno de sus poemas más recordados es, precisamente, “Santos Vega”.
(4) Publicado en 1916, El Payador incluye las conferencias dictadas por Lugones en 1913, en el Teatro “Odeón”.
(5) En la misma línea de Lugones, Enrique Larreta decía del inmigrante: “no creo que pueda surgir de esa turba dolorosa, que arrastra en su mayor parte todas las sombras de la ignorancia, la clase dirigente capaz de encaminar hacia un ideal grandioso la cultura argentina”.

Nota: Este texto ha sido una ponencia preparada por el Lic. Roberto Santana con motivo de las 2º Jornadas Nacionales de Literatura e Historia Cultural, recientemente organizadas por el IPES Florentino Ameghino de la ciudad de Ushuaia, bajo la consigna: “Cuerpo, identidad y alteridad. Imágenes del otro y de sí mismo en arte, ciencia y educación”.

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