31/12/08

Cumbia

Acabo de subir un breve post con -se supone- alguna que otra reflexión de fin de año. Satisfecho (uno se autosatisface demasiado facilmente) con la labor, hago "clic" y observo, muy orondo el resultado.
¡Socorro, es el post N° 13, justo a fin de año! ¡Recontra socorro, soy supersticioso! ¿Y ahora qué hago?
Fácil. No hay como los Reyes, los inigualables. Los Wawanco. Genios de la cumbia, la de verdad, esa que es de Colombia, por más que la toquen en la Argentina.
Vamos con los Wawancó, post N° 14, y muy divertido. ¡A bailar!



Y... uno es un cabulero... Me voy, debo convencer a mi corazón que me siga soportando.

C'est fini


Se termina el año, normalmente uno intenta hacer un balance de los sucedido y proyecta, sueña o desea lo que vendrá. Ahora bien, ¿y si no lo hacemos? ¿Qué pasaría?
O, cambiando el punto de vista de la misma pregunta, ¿hacemos un balance o simplemente nos esforzamos por mostrarnos alegres y felices a la medianoche, cuando suenan las campanas y nos atragantamos con la uvas?
Balance, balanza... ¿qué palabra viene de la otra? Además, ¿por qué un balance debe asociarse al equilibrio de la balanza? ¿Por qué insistir en equilibrios que no existen, ni existieron y, lamentablemente, creo no existirán?
El problema de ir pasando los años es que por cada uno que es transitado se incrementa el stock de recuerdos de los tiempos pasados y, a cierta altura de las circunstancias (digamos con unos añitos encima), éstos nos llevan a la nostalgia. Uno se pone emotivo. Ya están los que no están y es jodido darse cuenta.
En el otro lado de la fatal balanza se apilan las esperanzas, que nunca faltan, más allá de toda edad o etapa de la vida que se transite.
Debo confesar que este fin de año me toma un tanto reflexivo, muy poco festivo, no necesariamente triste. Es que -al menos en lo que a uno respecta, Argentina mediante- este año que termina ha sido complejo, dificil; tanto como la Argentina misma. Y encima, colmo de los colmos, ahora nos venimos a enterar que en el "primer mundo" las habas se estaban cociendo, cual guiso medieval, con hogar, cuenco de hierro y bruja incluida.
En fin, esto de los balances no es un asunto que me cuaje demasiado. Creo que uno debe vivir, pensando siempre en lo que pasará mañana, en lo que puede ser. Es bueno mirar para atrás, pero no demasiado. Podría resultar deprimente.
Así y todo, esta vez, no puedo evitar una revisión del pasado. Debe ser porque uno ya anda algo cansado, definitivamente instalado en el equipo de los "sub sesenta".
Alguna vez deben ser revisados errores y aciertos. En algún momento hay que sacar conclusiones. Son muy pocos los sueños que quedan, muchas más las esperanzas. Me quedo con eso, con la esperanza y la fe en las nuevas generaciones.
¡Feliz Año Nuevo!

29/12/08

Pensar... en nada

Estela me recomendó la lectura de un artículo publicado en La Nación Revista del día de ayer, 28 de diciembre. Leido que fue el texto, creo que merece la pena compartirlo. Vamos al artículo.

Vacaciones, ¿para qué?

No hace falta volar a un destino exótico. En plena crisis, el descanso puede convertirse en la mejor oportunidad para embarcarse en un viaje interior

lanacion.com | Revista | Domingo 28 de diciembre de 2008

Ya que estamos, y en tren de hacer alguna que otra asociación ilícita -de esas que tanto me gustan- creo pertinente poner un poco de música al asunto; en este caso a través de Los Piojos, junto a León Giego y el gran Pappo, al que se lo puede observar jugando por el escenario, lo más pancho. El tema es, obviamente, "Pensar en nada" de León Gieco.



Un detalle final. No creo que los muchachos/as que asistieron a este concierto hayan terminado muy descansados que digamos, aunque esperanza saber que los jóvenes son de goma; también que bailar, saltar y cantar a todo pulmón son buenos remedios contra el estrés.

¿Por qué no bailamo un cachito...?

Gaza

Los diarios nos traen, una vez más, imágenes de muerte. ¿Acabará algún día tan desgraciado conflicto? ¿Es posible la paz o se trata de una entelequia? Estas cosas me entristecen. Dañan mucho. Deben ser denunciadas, cualquiera sea el lugar que uno ocupe.

Milagro de amor

Jaime Roos es uno de los mejores músicos populares sudamericanos de las últimas décadas. El es de acá nomás, cruzando el Río de la Plata. Es un uruguayo con todas las letras. Ha compuesto e interpretado temas inolvidables, como Los Olímpicos, Colombina, La Celeste, Amándote, Catalina... Son muchos y muy bellos. Aquí uno que, debo decir, me conmovió la primera vez que lo pude escuchar, y todavía lo hace: "Milagro de Amor".

27/12/08

Mano a mano

Estaba por escribir un par de cosas relacionadas con lo que creo un necesario, imprescindible, cambio de paradigmas en nuestra sociedad. Estamos hasta las manos, me parece. Hay que pensar en el cambio. Pero el asunto es muy complicado, no tengo conclusiones (¡que fanfarronería la mía, ni siquiera se por dónde empezar!) y he tomado la decisión más acertada: no escribir nada y seguir pensando en el asunto. En una de esas, un día de estos se me cae una idea...
Uno es de aquellos a los que la música, cualquiera, en especial la de su lugar, lo ayuda a pensar. La música es mágica, sobre todo si la interpretan maestros como Osvaldo Pugliese y Roberto Goyeneche en un lugar también muy especial, el Colón, ese teatro, nuestro teatro, que permanece cerrado.
A veces se me ocurre que cuando lo vuelvan a abrir recuperaremos el rumbo. ¿Qué tendrá que ver, no? O tiene mucho que ver, si es que los argentinos terminamos por decidir enancarnos en nuestra cultura, en total y absoluta libertad, sin chequeras, cambio moral mediante. En fin, vamos con el tangazo.

26/12/08

Enrique Jardiel Poncela


A lo largo de la vida se va madurando como lector. Al menos esto es lo esperable. Releer a Enrique Jardiel Poncela, muchos años después de haberlo descubierto furtivamente en los estantes de la biblioteca de mi padre, siendo todavía un niño que se le daba por leer lo que todavía no debía leer, ha supuesto para mi deleitarme (aún más si cabe) con su excelente prosa, el humor vivo y cáustico, las situaciones disparatadas y un sinnúmero de ocurrencias que sin lugar a dudas fueron en su tiempo revolucionarias.

Ayer, por la tarde, tuve la ocurrencia de buscar –una vez más- por los estantes de mi biblioteca aquel viejo ejemplar de ¡Espérame en Siberia, vida mía! que mucho tiempo después de aquellas incursiones infantiles, nunca del todo confesadas aunque obviamente conocidas, le pedí a mi padre que me regalara, cosa a la que gustoso accedió toda vez que él se quedaba con Amor se escribe sin Hache, la magistral La “tournée” de Dios y la no menos buena Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?

La búsqueda no tuvo éxito. Se ve que –fiel al consejo que el propio Jardiel Poncela daba a sus lectores- la habré prestado y ya nunca volverá a casa, seguirá dando vueltas por ahí, entreteniendo a quien lea tan divertido texto (una parodia a las novelas de aventuras) en el que se relatan las peripecias de Mario Esfarcies, un joven rico a quien se le diagnostica un cáncer. Ante el temor a morir entre los sufrimientos de la enfermedad decide suicidarse, testando en favor de su mejor amigo. Como no tiene valor para quitarse la vida de propia mano, contrata a un asesino que deberá matarlo. El amigo, futuro heredero, aumenta la prima del asesino para que acelere el trámite. Pero resulta que Mario luego decide que no quiere morir y huye, citándose con la mujer amada en Siberia.
La persecución se extiende por diversas ciudades de Europa y, por supuesto, las cosas concluyen de modo inesperado, final que no cuento porque sería de muy mal gusto hacerlo y arruinar el deleite de descubrirlo por si mismo a algún amigo lector.

Admito que, en un primer momento, tuve una cierta sensación de desasosiego. Quería volver a recorrer una vez más esas páginas, insisto, para mí mucho más que buenas. Pero, como diría el Chapulín Colorado, “no contaban con mi astucia”, razón por la cual me puse a hurgar por Internet, a ver que encontraba sobre este prolífico dramaturgo y novelista español (ver breve biografía) capaz de descerrajar, sin que se le moviera un pelo, frases tales como “si vuestra prometida es realmente una santa, llevadla inmediatamente al altar; pero dejadla en él y volveos a casa.”
Encontré de todo un poco. Rescato este sitio (buscar) en el que, entre otras maravillas, es posible “bajar” en formato Word dos de sus obras: Amor se escribe sin Hache y Un marido sin vocación. También un texto de Juan B. Heinink y Robert G. Dickson, Jardiel Poncela en Hollywood: La melodía prohibida. Espero disfruten tanto como yo a este maestro de la literatura moderna española.

Otro si digo: Jardiel Poncela supo andar también por nuestro país, allá por los años treinta. No sólo realizó una gira teatral, sino que adaptó el guión de la película de Francisco Mugica Margarita, Armando y su padre, basada en la obra teatral del propio Jardiel Poncela. Esta película se estrenó en el año 1939 y en ella actuaban, entre otros, Florencio Parravicini, Mecha Ortiz, Ernesto Raquén, María Santos, Carmen Lamas y Pedro Quartucci.
Luego, ya en el año 1962, se filmó Tu y yo somos tres, con la dirección de Rafael Gil y la actuación de Analía Gadé, Alberto de Mendoza, José Luis López Vázquez, Manuel Gómez Buhr y otros.
Los interesados pueden acudir al sitio (aquí) Cinenacional.com. No está nada malo el lugar.


Nota: la imagen que ilustra este post ha sido tomada del sitio web aludido en el texto.

24/12/08

Una tarde

Hoy es 24 de diciembre, son las tres de la tarde y la Noche Buena se viene viniendo. Bajamos un cambio, las tareas y trámites propios de la actividad profesional –en especial las de aquellos que trabajamos en la actividad privada- van aflojando poco a poco.
En lo que a mí respecta, esta mañana alenté a Marcelo a que vaya a hacer de Papá Noel por las calles de la ciudad, en apoyo a una institución que trabaja con niños y jóvenes con capacidades diferentes; insistí a Diego a que se traslade a Río Grande (a 200 Km. de Ushuaia) para estar con su familia y conminé a Cristian a que se enfrasque, junto a su padre, en el lechón del 24, al parecer una tradición de su familia. De paso le pedí que me guardara un pedacito. Debe estar bueno ese lechón, si es que lo comienzan a asar con unas doce horas de anticipación. En otras palabras: la seguimos después, muchachos, es más importante estar con los nuestros.
Yo me vine para casa, puse un CD de Luis Salinas, “Clásicos de Música Argentina”, que no es una obra de arte, es mejor. Da paz.
Hermosa, más que hermosa, música argentina interpretada por un tipo que para mí es magistral y –encima- acompañado por un par de músicos de primera, incluyendo a su padre en la harmónica. Es especialmente bella la interpretación de “La Calandria”, de Pedro Favini y el “Chango” Nieto.
Linda la música del litoral, amigable y dulce; ella fluye, como el Río Paraná, o el Uruguay, se detiene en los meandros del delta del Río de la Plata y luego, allá va, al mar, al espacio infinito de este mundo lleno de océanos.
Y no solo me regalo con la música que comento. Me acompaña un vasito de tinto nacional, el mejor, que se saborea de poco, como todo lo que merece ser saboreado en la vida: la mujer amada, mis hijas, los buenos amigos. Lo que vale la pena se vive de a poco. Por eso vale la pena.
Hablé de amigos. Es bueno tener amigos y es más bueno ser amigo. A veces pienso que los amigos son algo así como el espejo que refleja lo que nos falta, lo que no somos. ¿Será así?
Ahora bien, ¿qué es o qué se supone es un amigo o amiga? Difícil respuesta, muy difícil. No descubro la pólvora si afirmo que uno se lleva sorpresas, en especial aquellas que resultan inesperadas, como cuando quien nunca imaginaste lo haría, sabe tender su mano. O la esconde. Uno nunca sabe, cosa que no deja de ser un detalle interesante, agrega pimienta al guiso de la vida.
En fin, tarde de afloje y recuerdos. Una tarde.

23/12/08

Noche Buena



Mañana es 24 de diciembre y por estos lares festejaremos la Noche Buena, o Navidad, si se prefiere.
No seremos los únicos. Millones de seres humanos, con diferentes enfoques y creencias, harán lo mismo. Y digo más, también hay otras celebraciones por estos días, como la Januka judía.
Mi cultura es cristiana y pienso en Jesús. La cultura de otros, hermanos, seres humanos, pasará por otro sitio. En realidad esto no es lo más importante, según creo. Lo central es el sentido profundo que estas celebraciones tienen: la vida, nada menos.
Celebremos la vida, recibamos con alegría la luz. Estemos en paz. Que tu Dios, aunque no tengas ninguno, te bendiga. ¡Felicidades!

16/12/08

Bauhaus


Hacia fines del siglo pasado, ese que para los que peinamos unas cuantas canas parece no haber pasado, tuve la suerte y el gusto de conocer personalmente lo que hoy queda de la Bauhaus.
Es que hacía unos treinta años que deseaba poder hacerlo y treinta años no son pocos. Entre otras cosas hubo que esperar que se cayera el dichoso muro de Berlín.
Para no pecar de extremista debo admitir que no es este el único caso en el que un conjunto de hombres y mujeres producen una revolución en términos de diseño, arte, arquitectura y unas cuantas cosas más. Lo que pasa es que esta gente (Gropius, Kandinsky, Klee, Van der Rhoe, Albers, y tantísimos más) revolucionaron el siglo XX, el de uno. Tanto fue así que, por ejemplo, todavía hoy es funcional, actual y apreciado un diseño como el de este sillón, que tiene unos 80 añitos en su haber.


No hace falta que este ignorante escriba pretenda refritar los ríos de tinta y los megabytes escritos sobre esta notable experiencia y sus protagonistas. Es muy facil encontrar referencias. Lo único que digo es que estos tipos me pueden.
"La abstracción es real, probablemente más real que la naturaleza". Esto lo expresó un tipo como Albers, pintor y diseñador que formuló algunos de los programas de educación artística más influyentes y significativos del siglo XX. Junto a Kandinsky, uno de los padres de la abstracción y, quizás, quien la llevó a su más alta expresión en su "Homenaje al Cuadrado"
.
Esta obra, en realidad, Albers la realiza en los '50, ya en la Universidad de Yale, toda vez que en 1933 la Bauhaus debió cerrar (bueno, es una forma elegante de decirlo, si se quiere), Nazis mediante. Pero, en 1923, el amigo ya se andaba con sus experimentos, entre otros este.


¿Hace falta que caiga en en Senecio de Klee? Bueno, ahí va, una más no molesta.


En fin, me podría pasar horas mostrando ejemplos que, por conocidos, no dejan de ser sorprendentes, admirables, si sabemos ponernos en contexto. Repito: Alemania, años '20.
Hay varios paradigmas que, hoy poy hoy, han mutado. En realidad no creo que haya un nuevo y contundente paradigma, como lo fue el planteo de la Bauhaus. Es natural, creo. Estos no son tiempos de definiciones, sino más bien de búsqueda, diversidad y mucho (pero muchísimo) humo.
Los muchachos de la Bauhaus encontraron un camino para crear con la tecnología. Hoy es la tecnología la que nos domina. No es lo mismo, en absoluto.
Ya se verá, nada es bueno o malo, sólo es y el tiempo sabrá asentar y equilibrar las cosas, como siempre.
Lo interesante de todo esto es que la belleza no desaparece, sino crece. ¿Soy muy obvio si afirmo que lo bello me conmueve? Y bueno, seré obvio. Lo bello, especialmente la síntesis de la belleza, me conmueve.
La Bauhaus ha sido una síntesis perfecta, tan perfecta como la que formularon los maestros de Renacimiento. Ellos también me pueden, aunque se trata de otra cuestión y ya habrá tiempo de concentrase en esa prodigiosa generación de artistas.

13/12/08

Se nos recibió el pibe

Era un grupo heterogéneo. Poca contención familiar, al menos en lo que a la escuela se refería. En él estaba el pibe. Grandote, dos segundos más tarde que el resto, dormilón. No entendía nada. Primera impresión, la que no nace en el compromiso, este está jodido.
Fué pasando el año y las sucesivas clases. El pibe seguía dos segundos más tarde, torpón, pero intentaba, insistía. Una mula.
Llegó fin de año. El promedio no le daba, estaban faltando unas centésimas y el fatídico redondeo lo desfavorecía. Momento de decisión, momento que muchos profesores vivimos y, si tenemos consciencia de lo que estamos haciendo y nos importa la materia prima con la que trabajamos, es un momento de angustia. Nuestras decisiones, inapelables (salvo flagrante desaguisado, pero muy flagrante debo decir) son centrales, tanto que -a veces- determinan el futuro de un adolescente. Es que muchas veces esto es un juego de trapecistas sin red, un error puede dejar estampado a un joven en el piso, del que puede no levantarse nunca más.
-¿Qué hacemos, pibe? Le dije al joven niño que tenía delante, grandote, torpón pero, insisto, persistente.
Silencio. Normalmente los chicos hacen silencio. Tienen miedo, no se animan. Podrían animarse más pero, claro está, se les debería enseñar a hacerlo, enseñarles a expresar lo que piensan o sienten.
-Estamos en el horno, el promedio no da- continué aquella mañana, en ese momento crucial, hace ya unos años.
-No sé, dijo el pibe... ¿No me puede dar una oportunidad?
Estuve a punto de contestarle que hacía nueve meses que estábamos de oportunidad en oportunidad, y varias cosas más, todas ellas propias del repertorio habitual. Pero no sé por qué no lo hice, abrí mi boca pero no salió de ella ninguna palabra. Sólo hubo un silencio denso (para mí, supongo que para el pibe más que denso fue torturante), unos segundos, dos segundos más tarde, como los del pibe, finalmente pude hablar.
-Hagamos un trato, dije. Un trato de caballeros. Te dejo un par de ejercicios que solamente vas a poder resolver en un par de años, cuando estés en el último curso del Polimodal (aclaro, en Argentina, la escuela media); si hoy comprendiste que esto es un trabajo, una construcción (la materia en cuestión era, justamente, Introducción a las Construcciones), una pared que se levanta de a un ladrillo por vez, me vas a venir a ver con tu diploma en la mano y los ejercicios resueltos.
-Los voy a hacer, me dijo el pibe.
Allí se zanjó el conflicto, heterodoxamente.

Pasaron los años, específicamente tres. Los dos que al muchacho le faltaban para terminar su escuela media, y otro más.
Una mañana, bien temprano, llego a mi estudio embarullado en los líos del día que comenzaba. Ya me había olvidado, lo confieso, del pibe que ese día, frente a la puerta del estudio, me estaba esperando.
-¿Qué hacés? Tanto tiempo sin vernos. ¿Qué es de tu vida?
-Vengo a traerle los ejercicios.
-¿...?
-Los ejercicios, profe, los que me dió a fin de año.
En ese momento recordé aquel momento y, obviamente, invité a pasar al muchacho a mi oficina. Admito que, mientras subíamos la escalera, me divirtió la situación y sonreí para mis adentros.
Entramos, preparé un par de cafés, nos sentamos en mi oficina y dije:
-¿A ver, qué tenemos?
El extendió frente a mí unos rollos de planos y láminas, desprolijas, borroneadas varias veces (señal de trabajo), desordenadas... pero bien resueltas. Había hecho los ejercicios, le había costado hacerlo, pero los pudo hacer. Confieso que tuve que contener la emoción. El chico había cumplido su compromiso, el pacto de caballeros.
-¿Y en qué andás ahora? ¿Estás trabajando? ¿Vas a seguir estudiando?
-Vengo a pedirle trabajo, profe.
-Pero yo no te puedo pagar. Trabajo hay, pero las cosas están muy complicadas y sinceramente no estoy en condiciones de poder pagar.
-Yo quiero aprender. Dijo.
-Pero repito que no puedo pagar y acá nadie trabaja si no cobra.
-Yo quiero aprender, insistió tozudamente, cual mula, como cuando lo conocí en su adolescencia.
-¿Así que querés aprender?
-Sí.
-Bueno, vas a aprender. Te aseguro que acá te vas a hamacar. Pero hay una condición.
-¿Cuál? Ya le dije que no me importa cobrar.
-No, pibe, cobrar vas a cobrar; no se jode a la gente. No esperes un gran sueldo, pero si trabajás con nosotros vas a cobrar.
-¿Y qué tengo que hacer?
-Seguir estudiando, recibirte de Maestro Mayor de Obras. No te podés quedar con lo que tenés, no alcanza, vos tenés un título secundario que es bastante inservible, mal que nos pese. Tenés que completar tu tecnicatura.
-¿Seguir estudiando?
-Si, boludo, seguir estudiando. Si te cabe, estás contratado.

Pasaron dos años. El muchacho, ya un joven hecho y derecho, no solo trabajó y aprendió en la práctica de la realidad cotidiana. Formó una pareja, tuvo un hijo hace unos meses atrás (un bebote tan grandote como el padre) y, finalmente, se recibió. Dos segundos más tarde, pero lo hizo. Fue ayer.

Ayer, viernes, mi cabeza estaba en Marte y mis pensamientos andaban por Plutón, o más lejos. No sé por qué se me ocurrió preguntarle a mi colaborador, el pibe, en qué andaba con sus materias.
-Bien, ya aprobé la de fulana y mengana. Me queda la de la reventada de zutana.
-¿Y qué da y quién es la reventada de zutana? Pregunté, ya que no conocía a zutana (es decir la señora profesora), cosa que es habitual en mí, toda vez que uno es un dinosaurio que todavía trasiega algunas aulas, pero el espacio escolar ha sido ocupado por otra generación y, encima, soy un despistado.
-Estructuras, me contestó.
-Jodido. Por ahí la profesora no es tan reventada y lo que pasa es que no entendés nada. Yo tampoco entendía nada cuando estudiaba estas cosas. Bueno, no te calentés. ¿Conocés a Piero?
-(...)
-Es un tipo que cantaba, no demasiado bueno. En una época se le dió por hacerse el "gurú", se vistió de blanco y se puso a cantar una canción que decía: "tranquilo, manso y tranquilo..."
-¿...?
-A ver, repetí conmigo, traaanquilo, manso y tranquilo... El pibe, que ya me conoce de memoria y sabe que cuando estoy loco, estoy loco, empezó a seguir tímidamente mi desafinada interpretación. "...con las buenas ondas, achicando el pánico..."
Si mis clientes hubieren visto la escena, rescinden inmeditamente sus contratos. Ellos creen que están tratando con gente seria. En realidad creen bien, somos muy serios, tanto como para darle ánimo a quien creía que fracasaría en su último examen. Nada menos que uno de los nuestros.

Seguimos con nuestras tareas y me enfrasqué en la resolución de unas polinómicas relacionadas con las variaciones de precios que son un galimatías.
Después de la "lección de canto" le había pedido al pibe que pasara por el negocio de informática de mi amigo Alejandro, para cambiar el mouse que habían vendido. No me gustaba. Y como Alejandro es un amigo, yo saco, pruebo, devuelvo, vuelvo a sacar, y dale que va. El no es sonso, tarde o temprano me cobra.
Como había pasado un buen rato y mi colaborador estaba desaparecido, lo llamo a su teléfono móvil.
-¿Dónde estás?
-Estoy rindiendo. Contestó susurrando.
-¿Rendías hoy? ¿Por qué no me dijiste? Dije yo, también susurrando, aunque estaba en mi oficina.
-Francisco, estoy rindiendo...
-Bueno, rendí bien. Acordate, manso y tranquilo.

Un par de horas más tarde, con un mouse nuevo en la mano, se planta el pibe frente a mí y dice:
-Me recibí.

Era un grupo heterogéneo. Poca contención familiar, al menos en lo que a la escuela se refería. En él estaba el pibe. Grandote, dos segundos más tarde que el resto, dormilón. No entendía nada. Primera impresión, la que no nace en el compromiso, este está jodido.

7/12/08

Volver

Pasaron varios meses. Finalmente volví al barrio, este barrio que vivo en cuotas pero que definitivamente me ha atrapado. Aquí estoy de nuevo, en el Abasto, mientras miro a Buenos Aires desde el nido del piso 24.


También ha vuelto Soledad, mi hija, con su carga de cajas (muchas), la mayoría de ellas abarrotadas de libros, apuntes, publicaciones y demás. Mucha palabra impresa, algo propio en una socióloga que crece cada día más.
Pero no todo son libros, hay pilchas, la piba no es sonsa. Diría que demasiadas pilchas, tantas que me acaba de decir que “no le alcanza con un placard, ni siquiera dos.” Aquí sólo hay dos, así que estamos en medio de una crisis por el uso del espacio. Para profundizarla y celebrar el encuentro, nos acabamos de comprar un par de libros (uno para cada uno, salomónicamente) en la librería Cúspide. Que no falte decían los viejos, a la hora de la comilona.

Buenos Aires, como siempre. Crispado. Por ahí ahora un poco más, lo suficiente como para seguir siendo imposible, insoportable, desquiciante y siempre amada. ¡Ay! Reina del Plata, tan bonita y tan jodida.
De todos modos, es la tarde del sábado, comienza el fin de semana y el que escribe ha decidido un cambio y fuera. El lunes volveremos a los líos; ahora es cuestión de dejarse estar y, lo recalco, disfrutar el barrio, aunque la vida no sea color de rosa y los sueños de otros tiempos hayan sido eso, solo sueños.

Cerró el boliche cuasi ferretería de Corrientes casi Gallo. Lo atendía una señora mayor, bastante mal entrazada. ¿La crisis o sólo el inexorable paso del tiempo? Nada, que no están ni el boliche ni la señora. Y lo sentí mucho esta mañana. Necesitaba un destornillador para resolver un problema doméstico y la ausencia pesó. Tanto como seis cuadras bajo el sol de esta primavera caliente. Tanto, también, como para ver una vez más como crece la lista de desaparecidos en la gloriosa y épica era K, tan fructífera para la economía, en especial la de la gente común y corriente, es decir quienes debemos trabajar para vivir y nos empeñamos en no entender el arrollador éxito, al cual parecemos condenados, según supo decir un conocido político a quien debemos agradecer el presente griego que vino de tierras santacruceñas.

No está más la parrilla, la de tenedor libre, en la esquina de Lavalle y Agüero. Allí no solo había parrilla libre. Te podías ver el clásico del fin de semana por T.V. gigante y había sitio para los viciosos fumadores, como uno.
El único problema era que el dueño era de Boca y yo de River, pero después de un par de clásicos transcurridos en contenido silencio y disimulo, encontramos un punto de equilibrio, de manera tal de cantar los goles sin vergüenza alguna o lanzar alguna exclamación cuando la pelota no entraba.
“Buena la de Palermo, jefe.” “Gran gol el de Orteguita.” Y así. Claro, en tanto pensábamos (“Palermo las pelotas, grandote con suerte, morite de una vez”, o bien “¿Orteguita? Pero ¿por qué no te lo metés en el tujes?).
A esto lo llamo pensamiento saludable, el que nos permite ser civilizados. Porque putear hay que putear, sobre todo si los del equipo de tus amores se acaban de comer un gol de cabeza de Palermo, mientras uno se come un trozo de chinchulín, que se te clava en alma.
El asunto es no llevar la puteada a los hechos. La pasión, como el barrio, debe ser positiva, afectiva. Después, claro, está la camiseta. Y no solo eso, nadie puede obviar la satisfacción de una parrillada bien comida, por caso la mía, parroquiano e hincha de River, y la de una cuenta bien cobrada, por parte del bostero, es decir, el dueño de la parrilla.
No va a pasar más, allí está el local, vacío, sin vida. Ahora es un recuerdo.

Si los de Pizzería Juanita, de Gallo y Guardia Vieja no te dejan dormir cada vez que se mandan el show paraguayo; si los Kosher no siguen increíblemente con sus sombreros y trajes negros en medio del calor de Buenos Aires, enfrascados en su Sabath; si no siguen los muchachos del taller de la calle Gallo, ocupando la vereda; si el chino del supermercadito de Corrientes no persiste en hacer caja contra viento y marea, a pesar del gigantesco hipermercado que tiene a solo dos cuadras; si el paisano porteño del lugar imposible no sigue como si nada hubiera pasado, ¿cómo ejercer nuestra civilidad, puteando educadamente? El peor error que cometen los fundamentalistas de toda laya, es pensar o creer en un imposible, propio de estúpidos: que la gente debe ser u obedecer a un único patrón, todos iguales.

Para variar me he ido por las ramas. Volvamos a la ausencia de la parrilla, que ha sido una ausencia a la rusa, bien jodida. Pero la vida, que te quita y te da permanentemente, me permitió conocer a los muchachos de Mochica. Ellos, peruanos, han puesto un restaurante (está bueno) en el que uno se puede enfrascar en cuestiones tales como un Seco de Pato, una Causa Limeña o un Ceviche Caliente a la Piedra. Anoche, después de un vuelo desde Ushuaia hasta el barrio, atormentado por la pérdida parrillera y con hambre, me entregué en cuerpo y alma (diría más cuerpo que alma) a un Arroz Chaufa Especial Mochica. Debo confesar que, una vez más, he comprobado que Dios existe. El Señor me ha mostrado un camino para mi desconocido, que merece ser recorrido: la cocina peruana.

Volver, siempre se vuelve, “con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez.”



Me voy, por ahora. Gardel es Gardel, eso está claro. Pero ¿se han dado cuenta de la poesía de Le Pera?

3/12/08

Don Horacio y mi Viejo

Me pareció que vendría bien escucharse un tango. Vamos con el maestro Horacio Salgán, acompañado por el Quinteto Real, interpretando el singular "A Fuego Lento". Esto ocurrió en oportunidad de la premiación del troesma por parte de la Fundación Konex, como el mejor exponente de la música popular argentina en la década 1995-2005 (Konex de Brillante). Y bien merecido estuvo el premio.



El hombre es nacido por la zona del Abasto, el barrio. ¿Qué más?
Pues hay más. Veamos esta reseña preparada por el programa televisivo Estilo Tango, de la ciudad de Mendoza.



Me voy recordando a mi viejo, un español de aquellos, intelectual el hombre, que se regodeaba los domingos -su día de descanso- releyendo a Aristóteles mientras escuchaba en su combinado marca "Lothermoser" (vaya uno a saber de dónde vendría el armatoste, seguramente estaba armado en Puente Alsina, Buenos Aires da para todo), escuchando la música de Salgán. El viejo, cada vez que escuchaba La Clavada, murmuraba, mientras pasaba de página, Olé... Olé... Y así.
¿Quién le inspiraría la taurina exclamación murmurada? ¿Don Horacio o Aristóteles? A mi se me hace que los dos, vaya uno a saber. Estoy seguro que el viejo, en este momento, se está matando de risa, allá arriba.

2/12/08

Acerca de la inclusión (IV)


Esta obra, El Mendigo, es una creación de Bartolomé Murillo (1617-1682), artista sevillano a quien le tocó vivir una época de marcado decaimiento económico en la vida española y, obviamente, en el corazón de su ciudad natal, siempre frágil ante los cambios en la lógica del poder.
Murillo es uno de los mejores exponentes del Barroco Español que, sin ser brillante o espectacular, supo ser bueno. En todo caso tuvo la sensibilidad necesaria para definir lo que parece que el género humano no desea erradicar: la pobreza, y con ella, la exclusión, es decir la no inclusión.


Esta otra obra no es otra que el Juanito Dormido, de nuestro Antonio Berni (1905-1981), un rosarino que sin ninguna duda dejó una clara impronta en el arte reciente de Latinoamérica, en el contexto definido por los que saben de esto como "Movimiento Neo Figurativo".
Neo Figurativo o no, Berni ha captado -como otros- lo mismo que Murillo y, como el sevillano, puso el foco en quien debe ser mirado antes que nadie: un niño, un joven, excluido, abandonado por quienes podemos hacer algo para que despierte de su sueño miserable.
Y hablando de sueños, vaya uno a saber cuáles, es imposible pasar por alto la bellísima obra del Flaco Spinetta, Plegaria para un Niño Dormido, una música de aquellos años, los de Almendra. Escuchen y vean, vale la pena. (Hacer clic aquí, por favor) (1)
También vale la pena, me parece, detenerse en un detalle: esta interpretación de Spinetta se produjo en el Salón Blanco de la Casa Rosada (sede del Poder Ejecutivo de la Nación), en el contexto de una mediática y, para mí, demagógica acción de propaganda político cultural que me animo a definir como la política del Tero. Ya saben, el Tero pone sus huevos en un sitio y pega el grito por otro. Los argentinos sabemos de esto, a pesar de los artistas que, como Spinetta y tantos más -supongo- se conforman con poder decir lo suyo.
Los artistas no son el problema. Lo jodido es el Tero. Y más jodido aún es lo que solemos hacer la mayoría de nosotros: mirar para otro lado, mientras nos resignamos o, lo que es peor aún, nos quedamos con la foto, mientras la dura, durísima realidad sigue como si tal cosa. Deberíamos sentir un poco de vergüenza, al menos de vez en cuando. Ya va siendo hora de abandonar el puño crispado, el canto equívoco del Tero, abriendo nuestras manos a lo que supongo es la libertad, esa que no sabe de Juanitos y sí de oportunidades.


(1) Por razones que desconozco está inhibida la posibilidad de insertar directamente este video en este post, como suele suceder con la gran mayoría del material que libremente, se supone, está alojado en You Tube.