22/1/09

Una tarde con Felipe

Acá estamos, Felipe y yo. El es el perro de Cata, mi hija. Ella está en la playa, de vacaciones con una amiga y su familia, nosotros en casa, haciendo “el aguante”. Como Felipe es un bicho inquieto y yo un ser más bien pasivo, tenemos una contradicción. La decisión final ha sido que, mientras escuchamos a Adrián Iaies, vamos a intentar dar unas vueltas sobre un tema que a mí siempre me gustó: El David o, simplemente, David el joven que venció a Goliath.
Acepto que Felipe no se ha entusiasmado demasiado con el “programa”, pero se la banca bien. Está echado a mi lado, acompañando, como todo perro bien nacido. De tanto en tanto le comento algunos aspectos del tema y él me mira, atento. ¿Quién sabe? En una de esas se le da por estos temas, alguna vez, en otra vida, aunque presiento que se va a dormir. Parece que la música de Iaies hace efecto en él, lo tranquiliza. A mí también.

“Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes con espada y lanza y escudo; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado.” (1)
“Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y quitaré tu cabeza de ti; y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y sabrá la tierra toda que hay Dios en Israel.” (2)


Está claro, parece, que el enfrentamiento era a todo o nada y también todos tenemos muy claro que el relato bíblico deja algunas reflexiones interesantes. Lo que merece destacarse, me parece, es que la fe y la inteligencia son más poderosas que toda la fuerza material o física que un ser humano pudiera tener. Que los gigantes no lo son tanto, ya que son seres humanos, tan humanos como quienes poseen otros dones, que bien pueden llevarlos a la victoria final. Eso sí, David también tenía muy bien plantados sus pies sobre la tierra, al punto de augurarle al amigo Goliath el final poco feliz que supo tener, hondazo mediante.

Mientras Felipe lanza unos resoplidos que suenan a sueños perrunos que nunca conoceremos (¿quizás una coqueta hembra de su especie, nuevos huesos que roer, correr tras una nueva pelota, cosa que le encanta y a mi me deja exhausto...?), se me ocurre recordar lo que todos sabemos: si hay una escena bíblica reproducida a lo largo del tiempo, arte mediante, es la de David. Y no es para menos, creo que muy merecido lo tiene. El, su historia, nos esperanzan. No importa cuan chico o pequeño sea uno frente al oponente o, si se prefiere, ante las dificultades que se nos presentan en la vida. Es posible vencer.

De las tantas y tantas obras que nos cuentan a David, hay tres que siempre me han impactado porque, además de su calidad, nos muestran con meridiana claridad, los ánimos y conceptos culturales del momento en que fueron realizadas, sin que hubiesen mediado demasiados años en el proceso. Son tiempos notables: el Renacimiento Italiano y su sucedáneo, el Barroco. Son obras, también, de creadores notables: Donatello, Miguel Angel y Gian Lorenzo Bernini.

Donatello (1386-1466) es quien abre la escultura florentina a la Antigüedad romana, fuente de inspiración de modelos, formas y técnicas. Sin duda uno de los padres del Renacimiento italiano, ha sido un hombre polifacético, complejo, de una extraordinaria fuerza creadora. Entre otras cosas, él recupera el concepto de estatua clásica, y esto es, precisamente, su David (1440). Una figura adolescente (casi aniñada), bella o agraciada, que en claro contraposto muestra la distensión del vencedor. El enfrentamiento ha pasado y es tiempo de disfrutar la victoria.
Cuentan por ahí que, en una jornada de juegos o enfrentamientos caballerescos (eso de “juegos” es un decir, aclaremos, porque los tipos se daban duramente), hace su aparición triunfante Lorenzo de Médici, portando un estandarte que rezaba: “Renace el tiempo”. Es toda una consigna a ser transmitida, basada en la seguridad que fortuna y situación estable ofrecían a Florencia.

La obra de Donatello (escultura en bronce, tamaño natural, de bulto redondo, aproximadamente 160 cm de altura, que hoy se expone en el Museo del Barghello, Florencia) expresa tal ideal. El hombre siente su renacer, allí está el humanismo, recuperando un espacio que había perdido. Comienza una nueva historia, Florencia se siente protagonista y con la fuerza creadora del joven, o muy joven.

Pasaron unos años, no tantos, y nos encontramos con el gran maestro, el más grande, como he dicho por ahí: Miguel Angel (1475-1564). No estoy en condiciones de agregar nada que ya no se haya dicho o escrito sobre él o su obra, apenas estos breves comentarios. Vamos a su David, perfecta imagen del ideal del desnudo clásico, que ya habían iniciado –precisamente- Donatello y otros más.
Buonarroti regresaba de Roma, ciudad a la que se trasladó luego de la muerte de Lorenzo el Magnífico y, sobre todo, ante las predicciones (y acciones) de Savonarola. Venía de crear su Pietá y la notable representación de Baco. Pero no regresaba “pleno”. La corte papal no le había dado demasiada cabida, las cosas –políticamente hablando- no estaban muy tranquilas.
Nuevamente en Florencia obtiene un trabajo que lo consagraría, a partir de un gigantesco bloque de mármol, de más de 4 metros. Una piedra enorme, que supo de algunos intentos previos, bajo las manos de Agostino di Duccio, quien había vaciado parte del bloque y casi lo había “arruinado”.
Se organizó un concurso y no fueron demasiados los que se animaron a tamaño desafío: Andrea Sansovino, Leonardo Da Vinci y Miguel Angel. Pocos, repito, se le animaban a semejante piedra. Un error, un golpe mal dado que la inutilizara, y una fortuna debería ser pagada por el artista (porque hablamos de arte y también de contratos hechos y derechos, con cláusulas muy precisas, como era costumbre en tiempos del Renacimiento), fortuna que los artistas, por grandes que fueran, no tenían.

Fiel a su personalidad Miguel Angel va hacia el gran desafío, apuesta fuerte. Termina inclinando la decisión del jurado por sobre Leonardo (nunca se llevaron muy bien que digamos, dicho sea de paso), eliminado ya Sansovino, porque asegura que con el bloque de mármol que le pondrían en las manos sería capaz de construir aquella colosal estatua, sin necesidad de más piedras, y, además, hacerlo “ex uno lapide“, o sea, de una sola pieza, estilo considerado como propio de las obras maestras.

Y así nace este David glorioso, seguro de si mismo, ya no adolescente sino un joven que se ha desarrollado, más maduro. Fueron cuatro años de trabajo (1501-1504) y el resultado, creo, es considerado como una escultura que se acerca a la perfección, cuestión que –dicho sea de paso-siempre obsesionó a Michelangelo.
El personaje espera al oponente. El instante captado es previo al enfrentamiento. Su rostro denota tensión, concentración plena. Sus cejas fruncidas, el rigor de su expresión expresan la famosa terribilitá. Su mano izquierda sostiene la piedra que impactará en el enemigo. La derecha, curiosa e intencionalmente desproporcionada, cae al lado del cuerpo, como si se preparara para propinar un escarmiento al agresor. Esta escultura (mármol, bulto redondo, 434 cm de altura, expuesta en La Academia, Florencia) representa el ánimo que prevalecía en la República de Florencia por aquellos tiempos, casi sola frente al resto de Italia. El joven plantado en equilibrado contraposto que nos dejó Miguel Angel no teme y, mientras muestra una cierta pasividad exterior, reflexiona y planifica, en una evidente lucha interior. Debe tomar decisiones y elegir el momento exacto en el que arrojará su piedra. Son tiempos de transición.

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) ha sido un grande, lo he dicho. Cumplidos sus 20 años ya gozaba de una considerable reputación, aunque sus mejores obras, su etapa más libre y creativa, se corresponde con su madurez a partir del respaldo que recibe del papa Urbano VIII (Barberini) y luego, su sucesor, Alejandro VII (Chigi), a quien se le había dado por transformar Roma. Y vaya si esto ocurrió, no solo por la enorme actividad que desarrolló Bernini, sino también por la de otros maestros como Borromini (su eterno rival), Andrea Pozo, Maderna, Pietro da Cortona, etc.

No creo que el David sea la mejor obra de Bernini, al menos si la comparamos ante su Santa Teresa o la para mí notable Apolo y Dafne. Pero es tan barroca…

Esta escultura (mármol, de tamaño natural, 170 cm de altura, bulto redondo, expuesta en la Galería Borghese, Roma) nos muestra a un hombre maduro, ya no un joven, de acción y en acción. Estamos ante el preciso instante en que David arroja su piedra y todo en él es movimiento, tensión, esfuerzo. Lo dicho, Barroco puro, acentuado por el escorzo que nos muestra un cuerpo también clásico y atlético, en plena rotación. Esta obra de Bernini, por otra parte, expresa lo que interpreto como un espíritu de batalla contrarreformista. También, quizás, la lucha de un artista en ascenso por hacerse un lugar entre los consagrados de su época, tratando de culminar la historia de la escultura renacentista.

Es interesante ver el gesto de la cara, labios apretados, ceño fruncido, expresión del esfuerzo que genera la acción. También me llama la atención que Bernini no detalle demasiado estos rasgos, mientras podemos observar el preciso detalle –por ejemplo- de la cuerda que configura la honda y otros tantos componentes de la obra. Deliberadamente los rasgos faciales de este David no buscan la perfección pareciendo que ésta está -en realidad- en la acción misma.

A estas alturas, el amigo Felipe ya no sueña y parece inclinarse hacia una actitud algo más barroca, ha decidido ponerse en movimieto y no hay lecciones de arte que valgan. Nada, que se ha puesto insoportable, quiere jugar a toda costa, se mueve de un lado a otro y no me deja en paz. No tengo más remedio que ceder ante tan demandante actitud. Iremos a dar un paseo, es decir “la vuelta del perro.” El hará de las suyas y yo seguiré pensando en los contextos socio culturales y sus diversas expresiones. La seguimos otro día…

(1) Samuel 17: 45
(2) Samuel 17:46

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente. Lo felicito.