17/1/09

Barroco I

El Barroco –en occidente- es sin duda un período rico en expresiones de arte de todo tipo, quizás el más rico, al menos en cuanto a su diversidad y la cantidad de creaciones de alta calidad. Dramático, esplendoroso, libre, opulento, fuertemente ligado al poder pero también cercano a las burguesías ya consolidadas en Europa. En otras palabras, nuevos conceptos que evolucionan a partir de esa especie de milagro creativo que ha sido el Renacimiento, tomando en cada región de Europa rasgos particulares, matices diferentes, en función de contextos sociales, políticos y culturales disímiles.
Son tiempos, también, de grandes desigualdades, guerras y pestes. Desigualdades que se expresan en excesos de poder que van desgastando y degenerando el sistema monárquico, con los resultados que todos conocemos, en la segunda mitad del siglo XVIII.
Los que habitamos tierras americanas, además, lo tenemos muy presente toda vez que la gran expansión europea en continente americano se produce –justamente- en pleno apogeo del Barroco o, mejor dicho, de “los barrocos”. Nuestras ciudades y monumentos coloniales no son otra cosa que expresiones que replican valores estéticos de la potencia europea que ocupaba las distintas porciones del vasto continente americano. España, Portugal, Inglaterra, Holanda, Francia… No es lo mismo la arquitectura colonial portuguesa que, por caso, la holandesa; Olinda, bellísima localidad del norte de Brasil, es un muy buen ejemplo de lo que digo. Lo interesante, en el caso americano, es que progresivamente estos valores estéticos venidos de Europa, van siendo penetrados por los generados por las distintas culturas aborígenes. Pero esto es otro tema, me estoy yendo por las ramas, cosa habitual en mí.
Pero, si de Barroco hablamos, no podemos pasar por alto lo hecho en Italia, empezando por la mismísima Roma, ciudad especial, en la que uno nunca deja de sorprenderse. Me animaría a decir que en Roma –donde pasó de todo y casi todos pasaron- terminó triunfando la impronta barroca. Contrarreforma, papas y Bernini, mediantes.
Alguna vez me contaron que, terminada la guerra y asumiendo que el famoso “Plan Marshal” no dejaría demasiadas mieles en territorio italiano, ellos, los italianos, comenzaron a discutir el modo de reconstruir un país destruido. Cuando los más pesimistas concluyeron en que nada tenían para sobreponerse a la catástrofe (acero, campos, tecnología, posesiones coloniales, etc.), hubo quien manifestó: “No es cierto que nada tengamos, nosotros tenemos Arte”. Gran verdad, Italia ES arte.
Volviendo al Barroco, en este caso italiano, son muchísimos los grandes artistas que pueden ser citados y dejaron una obra para todos los tiempos. Pero hay uno, Michelangelo Merisi (Caravaggio) que a mí me apasiona, no solo por su obra pictórica sino también por su agitada vida. Merisi no era un tipo fácil. No fueron pocas las veces que se metió en problemas. He aquí, como es habitual en este espacio, una breve reseña biográfica del artista.



La Cena de Emaus, que así se llama esta impactante obra, es señalada por los especialistas como un giro radical dentro de la obra de Caravaggio, ya que el pintor se entrega plenamente al claroscuro e introduce motivos procedentes de la historia sagrada en su producción artística.
El tema tratado es la constatación de la Resurrección de Cristo y la vigencia de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, tema por demás caro a la Contrarreforma ya que era negado por los protestantes.
La energía pictórica de Caravaggio dimana de su habilidad para combinar realismo, distorsión y simbolismo en una imagen coherente. El posadero permanece ajeno a la escena porque no sabe quién es Cristo e ignora lo que significa la bendición del pan. Mesa, brazos y manos en escorzo, creando la ilusión de objetos o miembros que se proyectan fuera del lienzo. Naturalezas muertas (Caravaggio fue un maestro en este tipo de temas), donde manzanas magulladas e higos reventados aluden al pecado original, mientras que la granada simboliza el triunfo de Cristo sobre el pecado por medio de la resurrección. La concha sobre la túnica del discípulo de la derecha, probablemente San Pedro, indicando que se trata de un peregrino. Las manos de Cristo, la bendición del pan. El punto de luz materializado por la camisa, de color claro, que asoma por la manga rota del discípulo de la izquierda, que da la sensación de “salirse” del cuadro. El primer plano de la mesa, vacío, invitando al espectador a participar en este episodio dramático. En fin, una obra portentosa, para mí genial.

Ref. La Cena de Emaus; 1601; 141 x 196 cm; óleo sobre lienzo: National Gallery, Londres.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y si de Barroco hablamos, me parece oportuno agregar que America Latina está atravesada por este movimiento tan particular, sobrecargado y lleno de múltiples lecturas. Basta pensar en el juego de opuestos que produjo la mezcla de lo aborigen local y la irrupción de lo hispánico. Estamos constituidos por luces y sombras, en el sentido más amplio de la expresión. México es un buen ejemplo de esto, aunque no es el único lugar para mencionar.
En la literatura, sumamos también, magníficos exponentes: Sor Juana Inés de la Cruz (mexicana) y Alejo Carpentier (cubano), entre otros, cuyas obras dejan vislumbrar una arquitectura compleja en la cual cada curva nos asombra y maravilla.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo contigo. Y me animo a sugerir que, como si esto fuera poco, la integración de otros pueblos (el caso más saliente el de los africanos, esclavitud mediante), ha enriquecido y enriquece aún más lo latinoamericano. Francamente creo que debemos estar muy orgullosos de la calidad y diversidad cultural de América. Mis saludos.

Anónimo dijo...

Estoy haciendo un trabajo para literatura,y la verdad,q me sirvio muchisimo la informacion q encontre en esta pagina..me canse de buscar,y esta es la q mas me gusto..
Muy buen trabajo..

ars dijo...

Muchas gracias.