29/1/09

Hoy estamos góticos

En la obra Historia de la Belleza (1) podemos leer “Todavía hoy son muchas las personas que, víctimas de la imagen convencional de las –edades oscuras-, se imaginan la Edad Media como una época –oscura- incluso desde el punto de vista del color.” Un poco más adelante leemos “En cambio, al hombre medieval se le ve –o, al menos se lo representa en poesía y en pintura- en un ambiente muy luminoso.”
El medioevo es un largo período de la historia. Son muchos los procesos que lo caracterizan y encuentro apasionante recorrer las historias y revisar la obra plástica de aquellos hombres y mujeres, supuestamente tan lejanos a nuestra realidad, modelo siglo XXI, aunque no necesariamente estén tan lejanos, conceptualmente hablando.

No hemos evolucionado tanto, me parece; en todo caso explicamos muchas cosas que reconocen amplias similitudes con otras palabras, probablemente políticamente más correctas. Ejemplo de manual: guerra, sufrimiento de los más desplazados, hambre y exterminio, castigo al infiel. Hoy nos basta con referirnos a efectos colaterales no deseados, lucha por la Democracia mediante. Toda una construcción, hay que admitirlo. Da gusto ser civilizado y políticamente correcto. Quien ejerce (y posee) la fuerza necesaria está habilitado a hacer "pelota" a quien se le ocurra sin culpa alguna. Desde un taxista a quien le partieron la cabeza hace un par de años en plena avenida 9 de Julio (Buenos Aires), hasta la tragedia de Gaza.

Pero volviendo al medioevo hay un hecho –al menos en el ámbito de la plástica- que es único, original y absolutamente magistral: el Gótico. Término que proviene de los más ilustres pensadores del Renacimiento, despectivo. Gótico, propio de los Godos, es decir aquellos “bárbaros” que, como Asterix, enfrentaban al Imperio Romano, una de las creaciones más absolutas de la historia, síntesis de la antigüedad en su conjunto.
Si hay algo que caracteriza al período gótico son dos elementos que, asociados, dieron como resultado una de las creaciones más espectaculares del hombre en su afán de expresión estética. La audaz arquitectura, elevada hacia lo divino, hacia el cielo mismo; y las vidrieras o vitreaux, que desplazan a las pinturas, aportando lo más maravilloso de este tipo de expresión artística: el uso de la luz. Es decir que volvemos al inicio de este humilde comentario: La luz.

El templo –lugar paradigmático- se convierte en un espacio de luz celestial, el cielo mismo en la tierra. El hombre, otra vez, pasados los tiempos de incertidumbre y complejas transformaciones, asimila un nuevo orden, buscando el sentido de su existencia a través de un planteo místico que privilegia la exaltación por sobre la contrición. Y no es un detalle menor.
Es la catedral de Saint-Denis el primer edificio gótico, al menos que yo sepa, aunque cabe citar el caso de Mont Saint Michelle, lugar especial, si los hay.

La vidriera francesa tiene, desde esta catedral, la experiencia de tres cuartos de siglo de una gran creación, alcanzando la madurez hacia el siglo XIII. En la catedral de Chartres se conservan vidrieras de mediados del siglo XII que están mezcladas con otras del siglo XIII, lo que permite ver los contrastes y diferencias que hay entre ellas. Y digo más, Chartres es, probablemente, el lugar donde mejor podemos reconocer la identificación del pueblo con el espacio paradigmático, aquel capaz de contener a todos. Cada gremio financió una de las vidrieras, incluso el de las meretrices.

Saint-Denis marcó su influencia en Chartres y ésta lo hará en París, donde se produce un gran avance en lo que a estilo se refiere, como se ve en el rosetón del brazo norte del transepto de Nôtre Dame de París, llamado el de los Alquimistas.
Sin embargo, creo que el monumento que maximiza este concepto de luz, vidrieras mediante, es la Sainte-Chapelle, del palacio de París, construida entre 1243 y 1248, donde se reproduce uno de los ciclos más completos del Antiguo Testamento. Eso sí, aquí ya no hay intervención popular. Es obra del Rey Luis.

En fin. Supongo que en su afán de elevar sus construcciones sagradas hacia el cielo, el hombre gótico, logró a prueba y verdad una de las realizaciones arquitectónicas más relevantes y notables de la historia que, además, poco tuvo de contacto con aquella arquitectura del pasado clásico. Los arcos ojivales, las bóvedas de crucería, las altas torres, la esbeltez superlativa de las columnas, los espacios de alturas inimaginables, configuran un programa distinto, original, revolucionario.

Tomás de Aquino sostenía que para que hubiera belleza no era suficiente la proporción. Necesariamente debía existir –también- integridad. Cada cosa debía tener las partes que le corresponden, formando un todo superador.
La forma de andamiaje de la nueva iglesia occidental significa desmaterialización y con ella espiritualización, en una medida que la arquitectura no había alcanzado nunca aún, ni siquiera en San Vitale o Santa Sofía.
La arquitectura clásica, en especial la romana, que ha hecho posible, pasando por la románica, finalmente dicha forma está tan completamente superada, que parece haberse cambiado en su contrario. El valor de las columnas, que consiste en su relación con el cuerpo humano, y que todavía era efectivo en el románico y en el gótico primitivo, ha desaparecido. En las columnas y pilares de las catedrales góticas se han hecho imposibles la transmisión de masa y los grandes sentimientos del propio cuerpo, así como la alta elevación hace inconmensurable el espacio, puesto que su única limitación, el cierre de la cúpula, quedaba en la luz mística de los vitrales en constante penumbra.
El espacio sacro se apartó de ese modo tanto de cualquier similitud con el mundo profano, que obtuvo el carácter de lo no terrenal. La iglesia se había convertido en la real Jerusalén divina que recibía a los creyentes ya en la tierra. La antitesis del mundo clásico, había sido definitivamente formulada.


(1) Bellezza. Storia di un'idea dell' occidente, a cargo de Humberto Ecco. Reproducida en Historia de la Belleza, Editorial Lumen, 2004, Barcelona.

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