12/7/09

¿Belleza? ¿Fealdad? Es lo mismo

«Él lo dijo, y todo fue hecho. Él lo mandó, y todo fue creado».


Vemos la imagen exterior del tríptico "El Jardín de las Delicias", de Hieronymus Bosh, artista flamenco que vivió (1450-1516) en los tiempos de la transición entre lo que alguien definió como Edad Media y el Renacimiento, conocido por todos como El Bosco. Digo transición porque una cosa era la Florencia de aquellos tiempos y muy otra los Países Bajos, dominados por entonces por Carlos V y, luego, por su especialísimo hijo, Felipe II.

Esta es una obra que desde hace mucho ha merecido la atención de cientos de pensadores, artistas y comentaristas, hasta los aficionados, como el que escribe esto. Esto sucede con casi todas las obras de este enigmático personaje que algunos piensan como un emisor de un mensaje moral contundente y otros como un pragmático narrador de lo que podríamos denominar como "la naturaleza humana". No faltan quienes encuentran a un alucinado, un maestro de la simbología (simbolistas y surrealistas lo estudiaron y adoraron unos siglos después) o un exégeta del bíblico pecado.

Previo a la apertura de las hojas del tríptico e ir al contenido profundo del mismo o su mensaje, si se quiere, es necesario establecer que lo primero que se nos muestra es ni más ni menos que al mismísimo mundo antes de la creación del hombre. Hay un mundo, un Edén, que está siendo creado (para que no haya dudas al respecto, allí está el Creador con una tiara y una Biblia en sus manos y además, la imagen está coronada en su parte superior con la frase que encabeza este texto) que es casi perfecto. Y digo "casi perfecto" porque todavía falta lo imperfecto, detalle que -entiendo- se corona en el instante mismo en que Dios tuvo la inquietante idea de crearnos a nosotros, los seres humanos, que nos arrogamos ser a su imagen y semejanza. Para que la Creación se perfeccionara fue necesario que se creara lo que por naturaleza es imperfecto. Extraordinaria paradoja.


Hemos abierto las hojas del tríptico y encontramos su mensaje, aunque no terminemos dilucidar definitivamente su esencia profunda, del mismo modo que nunca terminaremos de definir en términos absolutos el concepto de "La Creación". A la izquierda vemos a Adán, Eva y El Creador, en supuesta armonía y naturalmente en la perfección del Edén. Sin embargo allí ya atisbamos algo inquietante. Dios toma la mano de Eva, mientras Adán observa (en mi opinión sin comprender demasiado de qué se trata), en lo que podríamos asumir como una advertencia o, por qué no, un mandato.

Aquí, compañeros, hago una pausa imprescindible. No sugiero sino que me permito "ordenar" que se pongan en contacto con el Museo del Prado (Madrid) que ha tenido la muy inteligente idea de poder observar al detalle algunas de las más importantes obras de su descomunal colección. Insisto, ¡metete en este lugar!. Es necesario ver los detalles.

¿Es que acaso debemos entender que ella es el sujeto del pecado? ¿Y si se trata del objeto del mismo? La historia, salvo contadas excepciones, ha sido escrita por hombres y nadie puede culpar al historiador de justificar sus propias miserias. El es imperfecto al punto tal que fue capaz de matar a Abel, su hermano. ¿No podría Dios estar advirtiendo a Eva que su destino sería aciago y que debería sobreponerse al mismo, luchar por su autonomía y, finalmente, encontrar el equilibrio entre su destino reproductor y su esencia como ser humano, autónomo y libre? ¿Y si a Eva tal advertencia -en la inevitable "juventud" de su condición de recién creada- tal asunto no le pesa demasiado porque especula con la posible ventaja que su condición de eventual objeto pondría en sus manos para ratificar su necesaria presencia?

Como fuera que fuese pasó lo que tenía que pasar. Se vino nuestro mundo. Supongo que Dios, libre albedrío mediante, habrá pensado que que esto no era más que un juego por lo que no cabría otra cosa que ver las alternativas del mismo. En serio, más de una vez he pensado que somos algo así como "Los Sims". Nada más que un divertimento de aquello que no comprendemos.

Vamos al panel del centro, que es la vida terrena o el juego, en la que pasa de todo y no faltan los que no se priven de nada. Todo vale. Es un juego en el que las "reglas" son variables. Equívoco y fascinante juego el de la vida.



Si me han hecho caso (ir al Prado)-insisto en ello- habrán visto en detalle lo que suelo llamar un "catálogo" de la sexualidad humana (la observación es mía), por demás compleja. Que nadie se equivoque, la "fiesta" existe desde siempre. Y lo hace por una sencillísima razón: así se nos ha creado. No hay perfección, hay humanidad. Luego, ella puede ser vivida e interpretada del modo que se prefiera. Los demás seres de la Creación cumplen con una suerte de mandato. Nosotros no. Podemos revisar tal consigna, significarla y resignificarla y, en definitiva, hacer lo que nos plazca. Lo jodido del asunto es que, del mismo modo que se nos ha dado la libertad de hacer con nosotros mismos lo que nos plazca, se nos impuso una conciencia. Ella también es nuestra y por definición variable. Un dilema.

Luego, las consecuencias. ¿El Infierno? Mi respuesta: no, la vida misma o, en todo caso, la pesadilla de vivir contradictoriamente. Aquella Eva, advertida de su compleja existencia o aquel Adán, absorto y sin entender demasiado la sutileza de lo que Dios advertía, pudieron -o no- entender el mensaje. Luego, según hayan sido sus decisiones, la propia vida creará más vida o será una muerte. Ella, la muerte, encuentra rutinaria y hasta burocrática nuestra desaparición física. La muerte, en verdadera plenitud, ocurre en vida. En este caso ella se excita, rejuvenece, abona nuevas generaciones y nuevos equívocos. Esto es una noria. Lo esperanzador, supongo, es que el burro de vez en cuando se empaca.

1 comentario:

Sole dijo...

Me pareció muy interesante este post. Además, me metí en la página del Prado. Esta semana voy a releerlo y voy a volver a mirar el cuadro, porque me quedaron algunas inquietudes.

Besos.