27/7/09

Jugando con el diccionario.

Supongo que aquellos pacientes y casi heroicos lectores de este blog se han dado cuenta que este sujeto se ha metido en "camisa de once varas" (ya que estamos, ¿qué sería esto de la camisa de once varas? ¿Un corset? Alguien que sepa, que aclare y ayude, por favor), e irresponsablemente se ha zambullido en la comentada no ponencia relacionada con la contradicción "popular Vs. populismo", pantano creativo que mi amigo y maestro Roberto (para los que no saben lo que intento relatar, sugiero recordar esto) se ha prestado a recorrer con este irresponsable, a pura generosidad.
Noten ustedes que estamos realmente en el horno. Nuestros estudiantes han planteado un umbral de exigencia que no es de pacotilla, no podemos andarnos con versos. Hasta hay un afiche y esto no es nada; los muy majaderos se proponen plantar tal aviso en donde se les deje hacerlo. La movida se viene y, si bien no tengo la más mínima idea en que termina la experiencia, estoy seguro que no nos vamos a aburrir. Eso nunca. No estamos para embolarnos, sino para vivir cada segundo de nuestras vidas, que para eso vivimos, por más jovatos que seamos. Que todavía quedan algunos cartuchos por quemar.


Cuando digo, algo jocosamente, que estamos en el horno, no expreso otra cosa que no nos toca perorar refiriéndonos al absuluto de una simple ecuación algebraica, tipo regla de tres simple; nos movemos en las dudas de la física o de su expresión matemática, algo tan complejo y simétrico a la dudas que generan arte, filosofía, sociología o psicología. Es el ser, el Universo. Es la duda, en verdad, lo más importante que nos podría ocurrir. Establezcamos que ni Roberto ni yo estamos para ecuaciones, lo nuestro es la palabra, quizás la música o el conocimiento de ella. Sin embargo la analogía no es inocente. Todo tiene que ver con todo, dijo alguien por ahí. Además, nos permitimos dudar.

Uno (en este caso yo) es un clásico y ante este tipo de dilemas comienza por el principio: va al diccionario. ¿Se acuerdan del diccionario? No está malo, sigue vivo, cada vez más vivo. Veamos algunas definiciones. Creo que son más que interesantes.

POPULAR:
Perteneciente o relativo al pueblo.
Que es acepto y grato al pueblo.

POPULISMO:
Doctrina que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo sin realmente hacerlo.

POPULACHERIA:
Popularidad que se consigue halagando las pasiones de la gente vulgar.

POPULACHERO:
Perteneciente o relativo al populacho.
Propio para adular al populacho, o para ser comprendido y apreciado por él.

POPULACHO: Lo ínfimo de la plebe.

Apuesto veinte veces a la lotería a que estas definiciones remueven más de un avispero. En lo personal me parecen atrapantes las definiciones referidas al "populacho" y sus populacheros. Dan para un tratado, me parece. Pero intentemos concentrarnos en las dos primeras.

Popular, perteneciente o relativo al pueblo. Nada menos.

Populismo, doctrina que pretende defender los intereses del pueblo sin realmente hacerlo. Pregunto, hermanos latinoamericanos y del ancho mundo: ¿suena conocido, no?

Luego, no puedo dejar de pasar por alto el ajustado comentario que Despejada, hizo hace un par de días en este mismo blog (ver Lo popular (III)); estoy en deuda al respecto porque como buen ignorante que soy, debo leer, estudiar, revisar. Sin embargo creo haber comprendido algo más que interesante e inquietante: resulta que la expresión popular podría contener cierto elitismo y es ambivalente. Sinceramente creo que esto ocurre. Quizás este detalle es lo más sabroso de la indigesta comida y el meollo del asunto: la ambivalencia. Me encanta y a la vez desestabiliza tal palabra. Ambivalencia. ¡Que lo parió! Flor de palabra.

Porque no es otra cosa que la ambivalencia (y nuestra propia subjetividad, agrego) lo que determina para cada uno de nosotros (o para cada una de las diversas percepciones que sobre el mismo hecho existen, tantas como las de cada ser que lo percibe), el concepto de lo popular. Un culo de Tinelli (para citar a nuestra inteligente amiga, Despejada) puede ser muy popular o aberrante. Porque el asunto no es Tinelli y su respetable armado comercial, lo popular o no, es el mismísimo culo.

Luego, y bajando un cambio, hay algunas cuestiones que -arbitrarias o no, casuales o no- me parecen efectivamente populares, aunque no necesariamente cotidianas. Un argentino puede no escuchar habitualmente la música que arroja una chacarera, una zamba, una milonga, un blues de Pappo o una cumbia de Los Palmeras. Pero, en el instante en que la oye, sabe que se trata de su tierra. Eso es para mí algo popular. Y lo es porque estas músicas nos pertenecen, son nuestras, como tantas otras cosas.

¿Alguien puede suponer a un andaluz que no se emocione al oir a un cantaor, por más que le importen un pito los gitanos de la bella Andalucía? Respuesta: no, es imposible. Está en su naturaleza, pertenece a su tierra. El lamento del gitano es, entonces, algo realmente popular. Se puede suponer a un uruguayo que, esté donde esté, no vibre con un candombe. De nuevo: no, es imposible. En fin, podría seguir enumerando.

Lo popular, mis queridos amigos y amigas, está en nosotros mismos. Lo popular es aquello que deseamos lo sea, aunque ello conlleve un sesgo eventualmente elitista (¿elitista o subjetivo?). El resto es merchandising o -como la historia nos enseña- oportunismo político. O populismo. Expresiones, facetas, del mismo demonio.

Luego, no puedo evitarlo, retorno a la definición de populacho. "Lo más ínfimo de la plebe". ¿Quienes fabrican (mos) a la "plebe" y, en esta fatídica producción, establecen (mos) que -encima- hay un grado inferior, el de lo más ínfimo? Patético.

Mejor escucharnos un candombe... y ya. Vamos a dormir, que mañana será otro día.

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