29/8/09

Relato inconducente

Son las ocho de la mañana, es invierno y los aspectos ambientales no se presentan muy favorables que digamos. Hace frío y sobre todo allí está la eterna humedad, esa que “mata”, la de Buenos Aires y alrededores.
Los alumnos de la escuela N° 9, Dalmacio Vélez Sarsfield, de Quilmes –Provincia de Buenos Aires- cerquita de la Capital (aunque en los tiempos “del futuro soñado” se denominará, peyorativamente y casi como un latiguillo vacío propio de charlistas y políticos de mala laya, el conurbano bonaerense), formamos fila en el patio abierto (que fué y sigue siendo lo único que hay), para la diaria ceremonia del izado de la Bandera, recitado de la Oración a la Bandera incluido. No sé los demás, pero no puedo evitarlo. Todas las mañanas siento algo indefinible o que no logro reconocer. Se trata de la Patria, concepto que no entiendo claro pero intuyo importante. Ella nos ofrece un futuro. Yo prometo todos los días ir por él en honor a ella.

La garúa matinal nos hace pomada pero no nos importa demasiado. Los niños, los jóvenes, somos de goma, todo terreno. Nadie nos ha abandonado sino todo lo contrario. Nuestras madres nos han despertado, acompañaron la higiene matinal diaria y nos sirvieron un sustancioso desayuno, a lo pobre pero sustancioso. Tenemos defensas y hay quien nos contiene. Nos contiene la familia y nos contienen nuestras maestras. Maestras argentinas egresadas del “Normal”, de guardapolvo plisado almidonado a rabiar, rodete a lo Evita y porte solemne. No falta la que se permite un moño o un elegante pañuelo en el cuello para morigerar el húmedo y penetrante frío y, por supuesto, para lucirse un poco. Ellas son señoras, damas de verdad. Son mujeres. No nos resultan simpáticas sino todo lo contrario. Sin embargo junto a ellas uno se siente seguro, por más que te tengan cagando.

La escuela es una vieja casona, tipo “chorizo”. Patio, galería y fila de aulas. Al fondo los baños y a la entrada el reducto de los porteros, verdaderos dueños del poder en ese pequeño (y gigantesco a la vez) mundo de siete aulas, salita de maestras, biblioteca, salón de música con piano y “señorita” de música (ya entrada en años, pero señorita siempre, eternamente siempre), dirección y los demás espacios ya mencionados. No hace falta nada más. Corrijo, me olvido del mástil, ese en el que cada mañana izamos la Bandera, en el patio, a cielo abierto, sea invierno, primavera o lo que venga. El mismo en el que se festejan las fechas patrias, jugamos en los recreos y hacemos los ejercicios de Educación Física. Un patio, no hay misterios.
Es la escuela del barrio. Punto. Nadie duda. Los pibes vamos a la escuela del barrio porque todas son iguales, no hay diferencias. Y vamos solos, caminando, sin miedo alguno, con nuestros guardapolvos que –esmeros y esfuerzos de madres mediante- supieron estar almidonados el lunes a primera hora aunque bien que nos ocupamos de desalmidonarlos en menos de lo que canta un gallo, razón por la cual el mismo lunes al mediodía ya dan lugar a la duda. Ni hablar de los zapatos, probablemente marca “Gomicuer”.
Roberto, Osvaldo, Beto, Graciela, Silvia y yo mismo tenemos que caminar entre una y tres cuadras para ir a nuestra escuela. No hace falta que nadie nos lleve y traiga, nadie desea ser acompañado, nos arreglamos solos y nos arreglamos muy bien. El barrio nos cuida. Empezando por el tano Bertana, almacenero, cuya máxima es “lo qui se rompe se ripone”.

Dictados, escribir cien veces “no debo hablar en clase”, Belgrano, la Pampa Húmeda, la regla de tres simple y (¡mi madre!), la compuesta. Hacer se escribe con hache, San Martín, algún triángulo, la plataforma submarina, las Islas Malvinas, Sarmiento (quien en incómodas circunstancias fue llevado por el viento), las tablas de multiplicar, la Patagonia, la Revolución de Mayo, el 9 de Julio, nuestra fauna, el Ceibo, las vacas, el Escudo Nacional, la Bandera, el Himno, Gabriela Mistral, Platero y yo, el pericón, la vieja de música y su gastado piano, Febo asoma… los zapatos de mi abuela son de goma… Los malditos deberes.

Ya es mediodía. En los recreos fue creciendo una polémica. Beto afirmó que logró hacer “hoyo y quema” con su nueva y fulgurante bolita japonesa. Yo sostuve lo contrario, la bolita –por japonesa que fuera- había saltado del hoyo. Terrible discusión, exacerbada además por la indisimulable envidia que esa puta bolita japonesa nos genera ya que, sinceramente, es más linda.
Inevitable, a la salida nos cagamos a patadas, exactamente en la esquina de enfrente de mi casa, a una cuadra de la de Beto y a otra de la escuela. Es un punto equidistante, más allá de la inconveniente cercanía a mi hogar, donde mi madre me espera para el almuerzo cotidiano y una zurra “ad hoc”, obviamente.

Don Lucas, que habita la casa de tal esquina y tiene casualmente una privilegiada ventana en la ochava, sigue las instancias de la disputa, a modo de árbitro, cantando “break” cuando la cosa se pone jodida. Y, nosotros, por más enfervorizados que estemos, le damos bola a Don Lucas. El y no otro nos apaña a la hora del muñeco de San Juan y tantas otras más que interesantes actividades callejeras. Y digo más, hasta nos acompaña subrepticiamente a los ya cerrados talleres del ferrocarril, que quedan a tres o cuatro cuadras, cerquita de la Cervecería Quilmes, donde alguien decidió dejar morir para siempre a hermosas locomotoras a vapor, negras, engrasadas, extraordinarias, descomunales. Y no solo nos acompaña. Cuenta historias, de los viejos tiempos, cuando “todo esto era campo”. Don Lucas es jubilado, no tiene hijos. Sin embargo tiene una nutrida banda de nietos. Nosotros, los pibes del barrio.

Hasta aquí todo se desarrolla normalmente pero, ya se sabe, siempre surge lo inesperado. Doña Lucinda, la enfermera del barrio (solterona o viuda -no lo sabemos- y con amores nunca declarados, “fana” del “Cervecero” y nuestra llave de entrada a la platea de damas y niños de la cancha de Guido y Paz), sale de la carnicería que para nuestra desgracia queda a veinte metros del ring side. Alguno, me parece que el siempre prudente Roberto, cantó: “sonamos, apareció la vieja, el sábado no vamos a la cancha”.
Tal cual, no fuimos a la cancha. Porque Doña Lucinda tiene sus reglas, la primera es –vaya injusticia- que no se puede putear al contrario en pleno partido (aunque se trate de Banfield, Lanús o Gimnasia, todos ellos acérrimos y asquerosos enemigos a la hora del partido), toda vez que debe prevalecer el “fair play”. La segunda, tampoco se puede putear fuera de la cancha porque es de mal educados hacerlo. La tercera, obviamente, no se permiten las piñas que, dicho sea de paso, incluye el pecado anterior, el de las puteadas.
Moraleja, no vamos a la cancha durante un mes, dos fechas de locales. Terrible y fatal destino. Nos perdemos el clásico del sur, con los impresentables de Banfield. Y todo por una bolita japonesa que, insisto, saltó del hoyo invalidando la jugada de Beto. No hay duda, Beto es un boludo y yo un calentón, es decir otro boludo.

29 de agosto de 2009, casi a la medianoche. Me pregunto si esto que relato ha ocurrido o sólo se trata de una más de las ficciones que solemos construir, contando un pasado inexistente. No, no se trata de una ficción aunque el hoy –tan diferente- nos imponga la duda. No solo esta historia banal ha ocurrido, cuestión que a nadie le importa, sino que hace no demasiado tiempo los que fuimos niños éramos copropietarios de la calle, sin miedos, cuestión que sí importa y mucho. ¿Hace falta decir que la calle es una lección de vida?

6 comentarios:

Jeve dijo...

Decirte que me llevaste al barrio de mi infancia sería un error, pues yo todavía vivo en Quilmes.
Será el relato, entonces? Esta descripción detallada de imágenes y sensaciones que logró emocionarme?
Será que nombraste a Quilmes, el amor de mis amores? (y no lo digo por el club, yo soy de otro)
Será quizá -también- que esto de compartir vivencias es una forma de acercarse?
No sé, pero resumo: este me encantó, emocionó, transportó. No es poco.
Abrazo
Jeve

ars dijo...

Juro que lo contado es cierto. Juro haber pisado lo tablones de la cancha de Guido y Paz, aunque -no sé por qué- siempre he sido hincha de River.
Juro haber corrido aventuras y, sobre todo, haber vivido una infancia extraordinaria. Infancia que no está dada, hoy por hoy, a nuestros niños. Es injusto y creo es nuestro deber hacer lo que podamos hacer para que nuestro futuro, los niños, sean felices en su niñez.

Mastrocuervo dijo...

Muy linda viñeta, Frankye, también a mi me hiciste revivir momentos lejanos muy lindos.

Era en otro país, tan distinto a este... Y no era un paraíso terrenal ni mucho menos.

Estoy circunstancialmente en Baires, donde a ojos vistas hay cada vez más gente viviendo en la calle y pidiendo limosna, y no puedo evitar la sensación de decadencia...

Anónimo dijo...

¿Por qué a todos los que fuimos a 1º grado "inferior" antes de 1960 nos encantó tu "Aguafuerte quilmeña", Francisco?
¡Qué triste leer que hay cada vez más pobreza, miseria, indigencia...! Pensar que es fruto del neoliberalismo que "supimos conseguir".
Espero ver, a pedido, otra joyita de Prévert... Gracias
Paulina

ars dijo...

Como no, Paulina. Tengo todo un libro del amigo Jacques. Luego, no estoy tan seguro si todo es "culpa" del "neoliberalismo".
En primer lugar yo a eso lo llamarìa lisa y llanamente Conservadurismo. Menem y sus JPs Boys fueron un gobierno populista y conservador.
Tambièn cabrìa pensar en la "obrerizaciòn" del sistema educativo, que -hoy por hoy- le resulta "cool" a los autodenominados "progresistas", que tambièn son conservadores, o peor aùn, autoritarios y naturalmente populistas. Y eso porque no deseo aquì "profundizar mi crìtica".

fernando bertana dijo...

soy fernando hijo de walter y nieto del tano cesar bertana almacenero de matienzo e yrigoyen
gracias por acordarse de mi nono de esa manera me emociono mucho