9/11/09

Hace veinte años


Tuvieron que pasar 28 años, para que el pueblo alemán derrumbara el oprobioso muro que cercó a la ciudad de Berlín, por decisión del régimen estanilista de la entonces U.R.S.S. Hoy hay allí un gran festejo y creo que está muy bien que así suceda.

Conocí Berlín hace justamente 10 años. Habían pasado otros diez, entonces, de aquel hecho histórico -la caida del muro, el modo en que ocurrió- que quedó grabado en nuestra retinas, al ver las noticias desde aquí, tan lejos... aunque también más cerca de lo que se piensa. Siempre recordé mi asombro frente a tres cosas:

El aire de libertad que se respiraba en esa ciudad. Pocas veces me sentí tan libre y seguro.
El descomunal esfuerzo económico puesto en juego y las asombrosas obras que por doquier se estaban construyendo, regenerando el tejido urbano de una ciudad muchas veces derruida y vuelta a construir. Uno se encontraba ante un "manual viviente" de arquitectura contemporánea. Fue hermoso, al menos para mí, que soy arquitecto.
La marcada diferencia (a pesar de los diez años que ya habían pasado desde la reunificación de Alemania) entre las ciudades del este y el oeste. Todavía hoy, dicen los que por allí anduvieron recientemente, esta distancia subsiste en algunos aspectos, ahora mucho más corta. No es tan facil eliminar definitivamente ciertas cicatrices. El daño se perpetra rápidamente, la cura es muy trabajosa. Se lleva vidas enteras.

Ahora bien, al parecer los seres humanos no hemos aprendido demasiado. Hoy, mientras buena parte del mundo festeja y recuerda la caida del muro de Berlín, siguen tan campantes otros muros que han sido levantados, separando, segregando. ¿Es que se trata de cosas diferentes? No lo creo. Lo peor del caso es que ni siquiera hay cicatrices que curar. Los muros crecen, las heridas están abiertas.


Foto: AFP, tomada de la versión digital del diario La Nación, Buenos Aires, del día de la fecha.

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