23/2/10

La Sala Intima (III)

Aquellos ojos verdes que tanto se irritaban con el humo, pero ella persistía, no sólo en prender el fuego, sino en mirarlo, en acercarse, en estarse como metida adentro mientras pergueñaba las múltiples escaramuzas con las que finalmente acumularía tanto dinero. Alguna asociación haría entre el fuego y la fortuna, porque ya pasados los primerísimos tiempos, los de penurias, bien pudo conseguirse una estufa y tirar el brasero a la mierda.
Después de que murió fue muy fácil para todos hablar acerca del brasero, de cómo hizo o no hizo o cómo hicimos, pero mientras estuvo, allí, en su cuarto, mientras cada vez que entrábamos en los crudos inviernos, nos encontrábamos con la magia del fuego, nadie le dijo nada seriamente. Nadie la convenció, ni lo intentó, al contrario, nos acurrucábamos en ese fuego, y esperábamos.

© María Martín - Ushuaia


Nota: Los amigos de este espacio ya se habrán dado cuenta. Esta, la de la sala, pretende ser una historia colectiva, múltiple, con distintos vericuetos y diferentes finales. O no. En un rato, quizás mañana, ponemos "al aire" la propuesta más claramente. Ahora estoy apurado... Pero ars me atrapa, me sigue a todas partes.

4 comentarios:

ars dijo...

No había pensado en ojos irritados por el humo, buen aporte. Uno, algo más romántico, se imaginaba a una hermosa morocha de grandes ojos verdes, como el mar pleno de vida, posiblemente una suculenta judía, cabellos abundantes, ondulados y muy sensuales, devenida de las mezclas propias del Mar Mediterráneo. No hay caso, los hombres estamos de más. Nos mata la ilusión. Al menos aquellos que se parecen a quien escribe esto.

ars dijo...
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ars dijo...
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ars dijo...

Podría ser una natural de Roma, personal, segura del pasado imperial. O quizás de raices andinas. ¿Y si fuera hija de la Atenas de Pericles? O una bella marroquí. Quien sabe, por ahí era todo eso a la vez, una morocha nacional, las más bellas del mundo.
Luego ¿qué pitos tiene que ver "la madre?
Más luego ¿quién relata? Por el momento hay dos relatores. ¿Quiénes serían? En fin, para mí Carlota era una bella dama, morocha y de ojos verdes como esmeraldas, las más puras, quizás de Colombia.