6/3/10

Dos (una historia por entregas) 1.7

El deterioro producido en el frente por el cambio de nivel de la calle Maipú era evidente. Pero no solo nos enfrentábamos a este problema. La casa no había sido siempre una casa. Unos cuantos años después del fallecimiento de Fortunato Beban Jakovicin, (1880-1958) y habiendo crecido la familia, el edificio es arrendado para que se instalara allí una clínica médica, embrión de lo que luego se convirtiera en el Sanatorio San Jorge, hoy un complejo de medicina privada de importancia en la región. Esto ocurrió hacia la década del ’70. Esta circunstancia generó la primera intervención de magnitud por la cual se produjeron importantes modificaciones a los fines de adaptar los espacios al nuevo destino dado al edificio. Convengamos que no es lo mismo una casona que una clínica. Por ejemplo, aquí ya no hay balcón, sino un “moderno” ventanal.

Entre 1976 y 1978, aproximadamente, la clínica se consolidó como Sanatorio San Jorge y ya contó con su primer edifico propio, que aún subsiste, en otro sector de la ciudad. Es entonces que produce una nueva intervención en el edificio que pasa a convertirse en un hotel: El Hotel Las Goletas. (Dos versión 1.1)

Para nosotros, para muchos, este edificio no era “la Casa Beban” sino El Hotel Las Goletas. Así lo conocimos y ni sospechábamos lo pasado en décadas anteriores.

Cuando me refiero a intervenciones, no hago más que hablar de remodelaciones, ampliaciones, cambios, etc. Obsérvese la fachada antes de comenzar con nuestra experiencia, allá por el ’92, y compáresela con la fachada original. Los cambios habían sido muchos.

Y no sólo la fachada tuvo sus modificaciones y “modernizaciones”. Si volvemos a observar la planta del edificio original, para lo cual repito la publicación de esquema de planta baja al que arribamos después de nuestra investigación y comparamos esta planta con la fotografía que sigue a continuación, tomada desde atrás del edificio, podemos identificar bastante bien las “ampliaciones” o agregados que se había realizado. Vemos en la fotografía la parte de la cubierta (techo) original, distinguible por su color rojo (ya apagado por los años) y el resto que claramente se diferencia. Veamos, por favor.


Pero esto no es todo. Llegó el momento en el que se necesitaron nuevas habitaciones, más habitaciones, ante la creciente demanda de alojamiento. La solución no fue otra que aprovechar el espacio del amplio ático o entretecho. Se realizaron divisiones, se instalaron algunos sanitarios en forma precaria y se llegaron a abrir algunas ventanas en el techo a los efectos de aportar cierta iluminación y ventilación. Pero hubo un pequeño detalle que no fue tomado muy en cuenta: en realidad la estructura de este entretecho no estaba demasiado preparada para soportar este nuevo uso. Apenas si se concibió como lo que originalmente era: un techo y, bajo él, los cielorrasos. El efecto fue demoledor. Veamos, si no.


Termino con una anécdota que hoy me resulta graciosa, a la distancia y con los ánimos más aplacados, aunque en su momento no tuvo ninguna gracia.

Han visto ustedes el conjunto de la totalidad del edificio que había sido vendido y, luego, plan mediante, donado al Municipio. Bien, cuando finalmente tuvimos acceso al inmueble para proceder a su desarme, nos encontramos con que faltaba parte del mismo, en particular el sector posterior. No poca fue nuestra sorpresa. Recuerdo que inmediatamente consultamos a Alberto Beban (fue Director de Ceremonial de la Provincia), quien actuaba como interlocutor o representante de la familia. Su respuesta nos dejó pasmados: “están equivocados, chicos, nosotros sólo donamos la parte de adelante”.

Mi entonces amigo, y a esas alturas compañero de aventuras en este poco común emprendimiento, el Bocha Martínez –tan fueguino como Alberto e intermediario en lo que fue la venta del inmueble al Sr. Carletti- le respondió: “no jodás Albertito, alguien se llevó la galería, ¿de qué estás hablando?” La respuesta de Alberto no nos dejó helados sino más bien calentitos. “Pienso aprovechar los materiales en otra parte”. Uno, en medio de tal discusión, no sabía qué hacer o decir. Sin embargo disparé, fiel a mis diplomáticas actitudes:“si te llevás la carpintería que daba a la galería de atrás te denuncio”. Por suerte la carpintería original sigue ahora en su lugar.


Mientras este amable diálogo se desarrollaba, unos operarios contratados por Alberto y vaya uno a saber quienes más, se dedicaban a arrancar, literalmente arrancar, instalaciones eléctricas, caños de gas y agua, lavabos, inodoros y canillas vetustas. Basura, pura basura, que además nada tenía que ver con la vieja casa. Supongo que el límite del operativo Bubulina (1) fue la carpintería que daba a la galería. En algún punto debía detenerse el recupero de quienes no creyeron que íbamos en serio.

Decía que la mayor parte de lo que los operarios de Alberto & Co. arrancaban no era importante. Sin embargo habían desaparecido algunos elementos que sí lo eran. Por ejemplo la salamandra y las arañas de la sala principal. Ya llegaría el momento de negociar para recuperar algunas. El resto era –insisto- descartable y poco tenía que ver con el objetivo de reconstruir lo que fue una notable casa de un ignoto villorio llamado Ushuaia, luego una clínica; más luego un hotel y por último otra vez vivienda, aunque ya sin el esplendor del pasado. Por allí había pasado mucha gente. Nada menos.

Es que el tema central no era la familia Beban (con el respeto que me merece, debo aclararlo), sino algo diferente. Estaba en juego la memoria colectiva o, en todo caso una memoria que intuíamos necesaria construir. O se plantaba un mojón significativo del pasado, por pequeño que resultare, o inexorablemente la demolición modernizadora avanzaría sin descanso, hasta que todo se terminara de perder. Son apuestas. En ellas se gana y se pierde.


(1) Para los memoriosos, me refiero a una de las escenas más patéticas de la película Zorba el Griego. Nunca me la he podido sacar de la cabeza.

Luego, y perdonen la insistencia. ¿Alguna vez los señores que a lo largo de los años han transitado la Dirección Provincial de Energía (que no es provincial, dicho sea de paso, ya que en Río Grande sigue vigente una cooperativa que viene desde antaño) asumirán el desastre visual en el que nos han metido, a puro cable, postes de hormigón, transformadores a la vista, y cuanta porquería se les ha ocurrido, como si esto no fuese una ciudad sino una chacra habitada por pordioseros y porcinos?

1 comentario:

Palabras como nubes dijo...

Mirá vos, "Albertito"... ;)

Sin palabras.