9/3/10

A la vera del Guadalquivir

Ana, para todos “La Turca”, es una mujer valiosa. Ella se dedica –entre otras tantas cosas- a la difusión sana e irreprochable de la maravillosa cultura islámica. Y no solo esto, sino a propiciar y profundizar el encuentro multicultural. Es una buena amiga sobre toda las cosas y debo decir, de paso, que sus empanadas árabes son exquisitas.

Ella no es turca. Los turcos son otro pueblo. Hablo de árabes, sirios, libaneses... Otra gente, otros pueblos. En la Argentina los hijos de aquellas tierras son “Turcos”, los españoles “Gallegos”, los italianos “Tanos”, los franceses “Franchutes”, los bolivianos “Bolitas”… Y nosotros, en el mundo, somos lo que cada ciudadano de cada lugar desea que seamos, para bien o para mal. Pongamos, por caso “Sudacas” o “Argies”. Que de confusiones étnicas, cariñosas o de las otras, la tierra está llena.

Por más que me resistiera, un día Ana me llenó de libros, folletos, vídeos y demás publicaciones relacionadas con distintas manifestaciones del excelso arte producido por pueblos islámicos, muy particularmente aquellos que no podemos dejar de conocer y admirar, empezando por los “moros”, muchachos que habitan el norte Africa, frente a la costa sur de Europa, Mediterráneo mediante. Los mismos que generaron durante ocho siglos un espacio notable en lo que es hoy el sur de España. No tuve más remedio que leer y recorrer el valioso material que mi amiga me entregaba, cual tesoro. Y no es que no conociera de lo que estábamos hablando, ese no es el asunto. Esto era distinto y más importante. Mi amiga depositaba en mis manos información para ella significativa, sentida y amada. A los amigos se los honra, así que allá vamos.


A la vera del río Guadalquivir está Córdoba, ciudad nacida vaya a saber cuándo, aunque se registra que un pretor romano, Marco Claudio Marcelo, instaló por esos lares una colonia patricia hacia el 169 a.C. que llegó a alcanzar en tiempos del Imperio la dignidad de ser capital de la Bética. La misma ciudad en la que, tras unos aproximadamente trescientos o cuatrocientos años de idas y venidas propias del fin del Gran Imperio y los hechos posteriores a tal circunstancia (un “merequetengue” que no es difícil de explicar pero que en este momento resultaría algo largo y seguramente poco atractivo), se instalaron hacia los años setecientos (d.C.) los moros, provenientes del otro lado del charco, el azul Mediterráneo de Serrat. O el de los Cartagineses, antes los fenicios y los griegos… El mar de todos, el que comienza donde Hércules estableció sus columnas y culmina nada menos que en la soñada Bizancio, hoy tierra -esta vez sí- de los amigos turcos.

Por lo general en medio de la confusión generalizada (por lo del "merequetengue", claro está) gana el más inteligente y mejor formado (e informado, agrego). Los hombres del Islam tenían unas cuantas cosas bien claras y es así que no les costó demasiado establecerse en tierras visigodas. Era previsible, diría un “analista” de la época, que se afincaran a la vera del Guadalquivir, buen lugar según cuentan.

Córdoba, como buena parte de la Península Ibérica, quedó integrada en el mundo islámico como Al Andalus, emirato dependiente de Damasco. Eso pasó allá por el 716. Muy poco faltó, apenas cuarenta años, para que en 756 Abd al-Rahman I “el inmigrado” (que reinó de 756 a 788) proclamara la independencia del Islam Occidental. Parece ser que fue un singular y enérgico líder que hizo de la España musulmana un estado fuerte y organizado. No sé si esto habrá sido así, lo cierto es que tuvieron que pasar ocho siglos para que los pueblos cristianos recuperaran estos espacios. Además, comentario al margen, el "inmigrado" no era nada tonto. ¿Por qué rendir pleitesía a Damasco si sus dominos eran más amplios y prometedores? ¿Por qué seguir a una dinastía que no era la suya?

No hace falta explayarse para explicar que en menos de lo que canta un gallo se impuso la necesidad de una gran Mezquita (lugar donde postrarse) – Aljama (reunión o asamblea) que nada tuviese que envidiar a las más importantes, allende el charco. Así, en un promontorio pequeño, elegido por la mayoría de las culturas que por allí se anduvieron para rendir culto a lo supremo, esto es donde hubo más de un templo religioso, empiezan en 785 las obras de lo que terminó siendo uno de los edificios del pasado más interesantes y significativos de la historia: la Mezquita-Catedral de Córdoba.

En los primeros años de la instalación de la cultura musulmana en la Península Ibérica los árabes aprovecharon, como han hecho muchas veces diversas culturas en diferentes contextos históricos, los monumentos visigodos existentes en el lugar, no sólo para las cuestiones relacionadas con la administración o lo militar, sino que también los emplearon para el culto; en algunos lugares la basílica (y ya catedral, por lo de la “cátedra”) cristiana fue transformada lisa y llanamente en mezquita, en otros se reservó una mitad para los cristianos. Y esto es lo que había ocurrido inicialmente en Córdoba, ciudad ya importante antes de la irrupción de los seguidores de Mahoma, pero al establecerse allí el califato omeya, que no disimulaba su competencia con el califato abasí de Bagdad, los califas se empecinaron en que la mezquita de su capital no sólo no desmereciera de las más famosas de Oriente, sino que continuara la tradición que había iniciado la mezquita de Damasco, capital que tuvieron que abandonar en 750, cuando tomaron el poder en ella sus enemigos los abasíes. He aquí la razón central de la iniciativa tomada por Abd al-Rahman y quienes lo sucedieron en el trono.

Efectivamente, cuando Córdoba visigoda capituló ante el empuje musulmán se reservó a los cristianos una parte de la catedral dedicada a San Vicente que, huelga decirlo, se encontraba en el citado promontorio, cercano al río. De todos modos, aquella servidumbre no fue compatible con los proyectos de Abd al-Rahman I, por lo que finalmente se indemnizó a los cristianos para que cedieran completamente sus derechos a los musulmanes. Me gustaría conocer el carácter de la mentada indemnización. Aquellos no eran tiempos demasiado transaccionales que digamos. Habría que investigar un poco más, supongo.

No se sabe cuánto se ha conservado de los muros y columnas de la antigua basílica de San Vicente, pero sí que hay muchos materiales (en especial columnas) que venían de tiempos romanos que fueron reutilizados. También es archiconocido el concepto o solución estructural adoptada (doble hilera de arcos, a veces triple), basado –otra vez, vaya qué casualidad- en soluciones aplicadas por los extraordinarios constructores romanos, para mí los mejores de la historia. Creo interesante señalar también que el arco de herradura, tan característico de los monumentos árabes de las tierras mediterráneas, lo encontraron los musulmanes en los edificios de la época visigoda que se conservaban intactos. Si bien en los primeros monumentos árabes de Egipto se destaca el arco peraltado y hasta hay algunos ejemplos de arco de herradura, éste es apuntado, mientras que en España, donde los árabes lo emplearon con preferencia, el arco de herradura es circular. Por otra parte, al observar ciertos edificios (cristianos) románicos, tanto de España como de Francia, no extraña encontrarse con arcos cuasi islámicos. En otras palabras que, para variar, unos influencian a otros de modo tal que la historia se convierte en un flujo, un río que lleva sus aguas al océano de la humanidad.

En su plan primitivo, la mezquita de Córdoba tenía once naves, de las cuales la central, dispuesta hacia el mihrab, era más ancha, como era el caso de la mezquita de Kairuán. Otros Abd al-Rahman (II y III, además de sus respectivos hijos y demás sucesores), acometieron con diferentes obras ampliando primero a lo largo (es decir hacia el río Guadalquivir) y luego a lo ancho (cuando se toparon con el río) tan soberbio e impactante edificio. Agrego: este último crecimiento, a lo ancho decíamos, quebró el equilibrio de la simetría presentada por la planta original de once naves, la central y cinco a cada lado. Toda una curiosidad y muestra de pragmatismo por parte de los responsables de las obras. Si hay que ampliar pues ampliamos.

Y digo además Mezquita-Catedral porque esta gran mezquita acabó siendo definitivamente una catedral cristiana, con crucero y todo, gracias a la iniciativa del obispo Don Alonso Manrique, en el contexto del renacimiento expresado en España. En otras palabras, un ir y venir de poderes, en nombre de Dios, como si a Él estos detalles le importaran. Veamos este vídeo educativo y sencillo, con perdón de los que saben.

Y hay más para ver, por suerte. Ustedes saben que You Tube es inagotable. Podemos disfrutar un poco más de este lugar que no conozco personalmente aunque -debo admitirlo- deseo poder recorrer alguna vez, como a tantos otros. Disfrutemos las imágenes.

Me queda –ahora- una reflexión. Uno puede, como aquí lo hago, sentarse un rato a escribir naderías sobre lo que se le ocurra y, encima, tener el valor (o irresponsabilidad) de publicarlas. Lo he dicho cientos de veces, en definitiva esto no es más que un juego. Pero no lo es pretender enseñar estas cosas, contarlas a jóvenes en el contexto de una clase. ¿Cómo contar y explicar lo nunca visto, lo que no se ha vivido? ¿Con qué legitimidad puede uno describir un edificio que jamás se ha pisado? ¿Cómo relatar los aspectos sensoriales de la arquitectura de la Alhambra, el fluir del agua, el aroma de sus jardines, si nunca has estado allí? ¿De qué modo expresar la magnitud de la Mezquita-Catedral de Córdoba?

No faltará quien diga “pero ¿qué pregunta es esta, acaso no tienes a Internet?” Respuesta: hace quince años, sólo quince, las cosas eran diferentes, ni les cuento antes. Responderán entonces “bien, para algo estuvieron siempre los libros”. No creo que esta sea una explicación demasiado satisfactoria. No en este caso.

Sin embargo hace unos cuantos años que pretendo ser un enseñante de estas cuestiones, además de otras algo más cercanas a la esencia de la Arquitectura, y más sencillas para mí, por caso los mágicos caminos por donde nos llevan los procesos de diseño. Y dije que pretendo ser un enseñante y no que haya enseñado, que no es lo mismo. Supongo que soy un caradura.

También podría ser que en estas clases uno hable de sus sueños. Si así fuere, no hay mentira.

2 comentarios:

casandra dijo...

Bonito artículo y curiosa visión Francisco Javier.
Como se que te gusta saber, te envio desde la ciudad de la Mezquita, un enlace para que si quieres la conozcas mejor.
Si te gusta deja en ella un comentario, yo lo leeré.

Saludos.

http://www.mezquitadecordoba.info/

ars dijo...

Gracias, lo haré.