11/4/10

Dos (una historia por entregas) 2.1

Desarmamos la casa. ¿Y ahora qué? Había que guardar en sitio seguro los materiales y partes rescatadas. También las inservibles. La decisión de reemplazar alguna de ellas, por más relevamiento documental que se hubiese hecho necesitaba la prueba contundente de la física realidad. Al menos es lo que supuse en ese momento. Intuitivamente sentía que estaba jugando con algo delicado, importante: nada menos que una historia que no era la mía. Por más que Don Mallón, Bocha Martínez y otros me dijeran que teníamos una selecta colección de maderas podridas o en vías de pasar a mejor vida, leyes de la Naturaleza mediante, no me animé a tirar ni un clavo. Nadie se daba cuenta que nos habíamos involucrado en un caso singular y muy pocas veces visto en la historia de la recuperación y/o conservación de cierto patrimonio. Lo nuestro era muy jugado, diría herético.

¿Por qué el desarme? Bueno, ya he contado las circunstancias. O nos jugábamos o todo desaparecía. En el terreno vendido por la familia Beban se venderían autos provenientes de Rusia, una más de las exóticas cuestiones que sucedieron y suceden en esta Isla Grande de Tierra del Fuego.

-Roberto, ya desarmamos la casa. Decime adónde llevamos las cosas. ¿Te parece bien el depósito municipal?
-Eso nunca.
-¿Cómo?
-Ni soñando, Francisco. Si llevás las cosas al corralón municipal, vamos a ver muchos asados.
-¿Asados?
-Sí. Los muchachos no van a tener que ir a buscar leña o carbón para el asado del fin de semana. Para ellos eso es madera vieja y sirve para hacer el fuego.
-¿Y…?
-¿No tenés un lugar donde guardar las cosas?
-Bueno, tengo un depósito… Pero no me parece, es un sitio privado, la casa se supone un bien público. No sé, Roberto, es medio extraño.
-Pues no te extrañes. Si llevamos la casa al corralón olvidate de ella. ¿Vos podrías guardarla en tu depósito?
-Claro que la puedo guardar pero ¿con qué derecho?
- Ninguno, Francisco.
-¿Y…?
-¿Nos jugamos o no nos jugamos?
-¿Y por cuánto tiempo debería guardar yo estas cosas?
- No sé.
- Muy bueno lo tuyo, Roberto.
-¿Qué querés que haga? Esto es así.
-Bueno, la guardo por dos o tres meses, mientras ustedes ven qué hacer.
- Te aviso que no tengo partida.
- No, Roberto, eso no importa. Lo que no quiero que pase es que termine con un lío por tener en mi depósito estas cosas que, hoy por hoy, son un bien municipal.

Y así fueron las cosas. Cada tabla, cada tirante de madera, cada elemento que se pudo rescatar, útil o inútil, fueron a parar al depósito que en aquel entonces tenía y luego, ya contaré (o no, veremos) perdí por razones que ahora no tiene sentido detallar.

La anécdota jugosa, si se quiere, es que la torre -el cucurucho- no pasaba por el portón del galpón. Se quedó entonces en la puerta, bien pegadito al depósito, como para que nadie se animara a ir llevándose un recuerdo hasta que no tuviéramos nada. De hecho tuve que contratar a un señor que hiciera las veces de sereno a los efectos de que no nos robaran, porque –digámoslo bien claro- acá antes y ahora, se suele robar materiales y utensilios en depósitos y obras. Y bien que te saquean.

Pero lo jugoso no pasa por esto que comento. Un mes después de hacer lo hecho, aparece en un periódico local una denuncia de una vecina comprometida en la que expresaba que alguien se había robado el Hotel Las Goletas. Sociedad compleja la fueguina.

Conclusión: el sereno es el único que sacó partido de la circunstancia. O no, posiblemente han sido otros más. Yo no. En esos tiempos estaba enfrascado en la posible reconstrucción. La Arquitectura me dominaba.

3 comentarios:

Palabras como nubes dijo...

Y la "vecina comprometida", cuando vio todo rearmado, no envió otra carta al diario?

Abrazo
Jeve.

ars dijo...

No. Eso nunca ocurre en la Argentina, país del olvido autodestructor.

S. dijo...

Cuanto "compromiso" el de la vecina!!

Un beso.