1/5/10

Dos (una historia por entregas) 2.2

La respuesta a la pregunta que inicia el último aporte a esta historia por entregas tuvo, en realidad, dos respuestas. Una ya fue contada. Ahora intentaré desarrollar la segunda, casi una obviedad: resultaba necesario producir una documentación técnica que permitiera reconstruir la casa, apoyándose en la investigación histórica y resolviendo técnicamente el desafío. Sin ser en aquel entonces experto en la materia, bien sabía que las trapisondas a la Violet Le Duc no estaban muy bien vistas que digamos en los ámbitos académicos. Una cosa es la reconstrucción y muy otra diseñar desde uno mismo posicionándose como ser del pasado.

No sabía si quienes tenían la potestad de decidir tomarían la decisión que yo esperaba desde el mismísimo momento que me involucré en la aventura: que la casa se reconstruyera. Estoy contando una historia lo más objetivamente que puedo aunque uno jamás es totalmente objetivo, eso no existe, y por tanto solo me queda de ser sincero, aún en mi subjetividad. Yo quería recorrer este camino. Mi curiosidad innata era mucho más fuerte que todo consejo o consideración moderada que se presentara por ahí, que no faltaron. En ciertas circunstancias no suelo ser moderado, mucho menos prudente. La pasión me domina.

La casa se desarmó, hubo algunos dimes y diretes, ella estaba durmiendo –nunca muerta- esperando su resurrección, en un ignoto depósito, por obra y gracia de las circunstancias.

El peso de la prueba estaba en mi “rincón del ring”. Debía demostrar que no sólo era factible reconstruir este edificio sino que tal decisión tendría sentido y no sería un episodio más de los tantos que promueve la gestión estatal (en este caso la municipal) orientadas a las necesidades corrientes de toda comunidad, con sus buenas y malas. Redundante –no lo puedo evitar- me permito decir que no bastaba con rehacer la casa. Esta decisión debía servirle a la comunidad.

Por aquellos tiempos había un puñado de valientes que pensaban a Ushuaia como un destino turístico de peso pero así y todo, ni siquiera estos valientes concebían que tal destino -que se ha cumplido- podía ofrecer lo que hoy se ha catalogado como “turismo cultural”. Salvo excepciones, nadie creía en la potencialidad cultural de la gente de Ushuaia que sin embargo allí estaba, levando como la levadura hace del pan una exquisita explosión. El centro de las estrategias resaltaba los innegables valores naturales que Dios nos ha regalado. El mundo de los humanos no contaba. El pan, el que vendría, no era percibido, ni siquiera soñado, salvo muy honrosas excepciones.

No miento ni peyorizo sino que apenas cuento al afirmar que la mayoría de los antiguos pobladores o, en su defecto sus inmediatos descendientes, tenían una idea fija: demoler lo anterior (considerado de poco valor) para “modernizar” la ciudad. Las encandilantes luces de distintas metrópolis (Ushuaia no responde exclusivamente a “la metrópolis argentina”, Buenos Aires), eran más fuertes que el recuerdo y la valoración del pasado personal y local. Arriesgo una razón: el pasado de Ushuaia se emparenta con vidas y cuestiones asociadas a extremos sacrificios y algo mucho más fuerte: el desarraigo forzado por la pobreza, el aislamiento y la soledad. Los protagonistas de tales circunstancias no suelen resaltar sus miserias. Lo hacen, hacemos, quienes venimos luego y nuestros intereses no necesariamente son compatibles con aquellos protagonistas que dicho sea de paso no son próceres, solo personas en búsqueda de un destino, que no es poco. También lo promueven sus nietos, ya consolidados en una próspera realidad, ansiosos de una legitimación de su poder económico, producto del presente que ya será contado en algún momento y nada tiene que ver con un pasado no tan lejano, aunque absolutamente diferente.

Ante la posibilidad de que se decidiera proceder efectivamente a la reconstrucción de este edificio no fueron pocos los que manifestaron su oposición. Entre tantos argumentos esgrimidos pare ello, hubo uno central y refutado por los hechos: no se podía pensar en reconstruir una vieja casa, que estaba “podrida”. Un gasto inútil, cuando todos clamaban por nuevas paredes de mampostería, en la tierra de los tabiques de madera y chapa.

Roberto, mi amigo, migró hacia Buenos Aires por cuestiones familiares. Ya no tenía “apoyo técnico-político” y nunca un “equipo” que me respaldara. Apenas contaba con un grupo de amigos de entonces y el entusiasmo. Así y todo y contra todo pronóstico lo pudimos hacer: hubo una documentación de proyecto ejecutivo que permitía aspirar con fundamentos irreprochables a la exquisita aventura de ser partícipes de la historia. Nada menos, nada más. Diana, Charo, Viviana, Bocha, Bruno, Luis, Zulema, Mallón… Cada uno hizo su aporte. Y yo en el medio, asociando, resolviendo, asumiendo responsabilidades, poniendo la cara y jugado, como siempre. Contaba también con algunos "colegas" que deberán explicar alguna vez y a la hora de repasar conciencias, sus contradictorias y malintencionadas actitudes.

Lo cierto es que los planos necesarios estaban. Había que tomar decisiones y nosotros no teníamos la potestad de tomarlas.

Una tarde cualquiera se produjo un encuentro en el que se dijeron pocas palabras, las necesarias.
-Francisco, en serio, ¿se puede reconstruir Las Goletas?
-Vos sabés, Mario, que no miento, en todo caso me equivoco.
-Francisco, no me vengas con esto, vos sabés que lo mío es la política. No puedo fallar, si así fuera, me matan.
-Mario, si te digo que me animo es que creo que se puede hacer esta obra.
-¿En serio?
-Tenés mi palabra de honor. Es enserio.
-Bueno, la casa se hace.
-Fenómeno, Mario, pero ¿vos tenés presupuesto para esta obra?
-No
-¿…?
-Mirá, de algún lado vamos a obtener los fondos. Estoy seguro que a Raúl [Raúl Berrone, entonces Secretario de Obras Públicas, un economista con sensibilidad de arquitecto] se le va a ocurrir alguna idea. Vos empezá a preparar la obra. Te vamos a llamar. Esta obra se hace o se hace.
-Como digas. Yo sigo. Te creo.

Y así pasó. Las ideas y los caminos aparecieron. Pero esto es otra historia. Ya te vas a enterar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, muy interesante.

Muchas veces los proyectos modernizadores proponen la construcción de una ciudad nueva demoliendo la ciudad vieja, también pasó en Buenos Aires.
Sin embargo, aunque esas transformaciones físicas tengan lugar (en este caso puntual, afortunadamente no fue así gracias al esfuerzo de unos pocos), las sociedades no pueden escindirse de su pasado histórico. Este siempre está presente en su impronta cultural.
Es maravillosa esta historia.
Un abrazo

ars dijo...

Muchas gracias.

Palabras como nubes dijo...

"Anónimo" dijo que es una maravillosa historia.
A mí, que la "viví" desde su comienzo literario se me hizo carne, es una compañera que extrañaré y a la que visitaré seguido. Me deja, no sólo su historia, también los gratos momentos de haber compartido con varios que no conozco la saga de "la habitación íntima". Ufff, podría estar un buen tiempo hablando de "Dos", de todo lo que me acompañó, pero prefiero decirte MIL GRACIAS, FRANCISCO, por habernos compartido este pedacito de tu lugar y tu vida.

Abrazo
Jeve.

ars dijo...

Jeve: Esto no se ha terminado, continuará. Lo de "la sala" tampoco se termina, eso sí, hay que sentarse a pensar un poco como "ordenar" el cuento. Y, sobre todo, muchas gracias.