21/5/10

Doscientos (21 de mayo)


El lunes 21 de mayo fue de conmoción callejera. Se oyen en la plaza “voces tumultuosas” que piden la “suspensión del virrey”, desde antes de reunirse el cabildo ordinario. Que ese tumulto gritase ¡Cabildo abierto! ¡cabildo abierto! Es una suposición de Mitre; clamaba, según las actas, por “la suspensión del virrey”.
Era la tropa y suboficiales de Patricios que posiblemente había esperado en el cuartel de las Temporalidades la salida del cuerpo, y gritaba la sustitución del virrey por el jefe de su cuerpo.

“Día 21 de mañana –dice el diario anónimo que se conserva en el Archivo Nacional- se comenzaron algunos patricios a juntar en la plaza, sabedores y hablados de lo que iba a ocurrir, todos en corrillos muy alegres, y se apareció uno de ellos repartiendo cintas blancas para divisa de la unión, y el infeliz retrato de Fernando VII para que les sirviera de apoyo, y ninguno les decía nada debido a que ellos tenían la fuerza.”
Un cronista mencionado por el historiador Marfany dice: “Amanecieron lunes 21 en la Plaza Mayor bastante porción de encapotados con cintas blancas al sombrero y casacas”. Lo de encapotados sería por la llovizna persistente. Los jóvenes carlotinos se mezclaron a ellos no obstante los clamores por la suspensión del virrey; tal vez profirieron los gritos de cabildo abierto que llegaron a Mitre a través del eco de Vedia. Una carta que obra en el Archivo de Montevideo dice: “la mañana del lunes (21) French, Beruti, oficial de las Cajas, y un Arzac que no es nada (1), fueron a la plaza como representantes del pueblo y repartieron retratos de Fernando VII y unas cintas blancas que la tropa traía en el sombrero y atadas en los ojales de la casaca” (citada por Marfani).

En un momento algunos exaltados entraron al edificio y gritaron en el corredor que daba a la sala donde se reunían los capitulares. Se habría visto a unos regidores ir al Fuerte con una petición, y se creyó que sería la intimación a Cisneros para dejar el mando. Debió salir Leiva, que fue preguntado “¿qué había contestado S.E. a la diputación del Excmo. Cabildo?”; Leiva les dijo que habría un cabildo abierto “para lo cual S.E. había prestado su conformidad en todo.” Esto desagradó a la multitud que clamó que “lo que quería era la suspensión del Excelentísimo Señor Virrey” (dice el acta), tapando la voz de Leiva y no dejándole continuar. Los capitulares se vieron obligados a llamar a Saavedra “suplicándole encarecidamente pusiese en planta sin la menor demora todos los medios de su prudencia y celo para hacer que se retirase aquella gente de la plaza”. El comandante de Patricios aseguró al pueblo “que el cabildo meditaba, trataba y acordaba cuanto se creía conducente a la felicidad del país”, consiguiendo que cesase la gritería y la gente se retirase al corredor.
Llegó la autorización del virrey. Era retaceada, pues permitía el cabildo abierto con la condición “que nada se ejecute, ni acuerde que no sea en obsequio de la integridad de estos dominios al Sr. Dn. Fernando VII y completa obediencia al Supremo Gobierno Nacional que lo representaba en su cautividad… (por ser) la monarquía una e indivisible… y por tanto debe obrarse, aún en la hipótesis arbitraria que la España se hubiese perdido enteramente y faltase un Gobierno Supremo… con conocimiento y acuerdo de todas sus partes.” El cabildo se puso a la tarea de convocar la “parte principal y sana del vecindario” por 450 esquelas distribuidas entre funcionarios, jefes y oficiales militares, obispo, canónigos, curas párrocos y priores de las órdenes religiosas, “profesores” de derecho y medicina, alcaldes de barrio, comerciantes y propietarios principales. El virrey se quejará después por haberse incluido “algunos hijos de familia, bolicheros y otras personas sin arraigo de vecindad.”
Para mantener el orden, el cabildo había pedido al virrey que se custodiasen las bocacalles de la plaza y se permitiera solamente la entrada “de los vecinos de distinción”. Cisneros ordenó el acuartelamiento de las tropas regladas; pero las urbanas hicieron lo mismo, y en la mañana sería Patricios y no el Fijo quien tomó posesión de las bocacalles y controló la asamblea.

Se ha dicho que hubo invitaciones fraudulentas. No es cierto; se imprimieron 600, distribuyéndose 450, y se anotaron en el Congreso vecinal 251. No puede deducirse con certeza en número de concurrentes, pues muchos se retiraron sin anotarse (como el fiscal de la Audiencia Caspe y Rodríguez del que consta su presencia). Los nombres de los que asistieron están en las actas, y todos ellos pertenecen a la “parte principal”. Muchos dejaron de ir por las causas más diversas: Pedro Díaz de Vivar escribió en su esquela “no haber ido porque llovía”, Benito González Rivadavia por “hallarse en cura de tres días a esta parte, Gervasio Antonio de Posadas, notario eclesiástico y futuro director supremo de las Provincias Unidas, por estar “legítimamente ocupado en la redacción de unas escrituras”. Tampoco estuvo el regente de la audiencia, Muñoz y Cubero.
Es conjeturable que los del partido de Cisneros se retiraron sin anotarse al advertir que la plaza se encontraba custodiada por los Patricios y no por el Fijo desobedeciéndose las órdenes del virrey.

Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp. 178-180)

Acerca de José María Rosa (ver aquí)

(1) ¡Que viva Arzac! No era "nada" pero allí estuvo. Me permito, respetuosamente, la exclamación y reitero: gloria y honra a los sin cargos.

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