30/12/10

Los Reyes Magos (una de Giotto)

En la ciudad de Padua, al norte de Italia, hay una pequeña capilla privada que hace unos setecientos años perteneció a un hombre muy rico, Enrico degli Scrovegni. El lugar es célebre y un ícono del arte universal. Me refiero a La Capilla de la Arena o Capella degli Scrovegni. Tal celebridad no se debe al Sr. Scrovegni (al que debemos reconocer al menos la iniciativa de realizar esta construcción) sino a uno de los grandes artistas de todos los tiempos, Giotto Di Bondone (c.1267 – 1337), quien pintó allí una serie de frescos que resultaron ser revolucionarios para su época. (1) Porque este hombre nacido en Colle de Vespignano, lugar cercano a Florencia, introdujo en la pintura una nueva dimensión que seguramente le habrá parecido milagrosa a los hombres y mujeres del Trecento: figuras que parecían existir en el espacio real y que mostraban emociones humanas reconocibles. Toda una revolución, si nos ponemos en contexto.

Giotto está considerado, a juicio de muchos, como el fundador de la pintura moderna y el padre del Renacimiento italiano, al apartarse del estilo lineal que caracteriza a la pintura del Medioevo, especialmente la de origen bizantino. De hecho, ya en vida se le atribuía cierta reputación de artista revolucionario y no fueron pocos los contemporáneos que dedicaron explícitos elogios al artista, entre ellos Dante (1265 – 1321), quien cantó su destreza pictórica en su obra Purgatorio, o Giovanni Boccaccio (1313 – 1375) al afirmar que “… fue Giotto un hombre de genio tal, que no había cosa en toda la creación que no pudiera pintar.” No vamos a discutir aquí paternidades renacentistas pero sano es decir que el discípulo de Cimabue ha sido fuente de inspiración de gran parte de los maestros del Quattrocento, ese tiempo en el que renació el tiempo, al decir del Gran Lorenzo.

A estas alturas, quien esté leyendo esto debe estar preguntándose a qué viene este “rollo”, sobre todo si convenimos que estamos hablando de una figura sobre la que no es poco lo que se ha escrito y dicho. Imaginen los ríos de tinta que han corrido desde Vasari hasta estos días. Bien, entre las escenas plasmadas por Giotto en la capilla de marras hay una que celebra uno de los hechos más gozosos del cristianismo, episodio central de la Navidad: la llegada de los Reyes Magos para adorar al Salvador y ofrecerle oro, incienso y mirra. Me refiero a La Adoración de los Magos .(2)


Si recorremos la imagen vamos encontrando una serie de detalles que creo vale la pena repasar, comenzando por la estrella que aparece al fondo, la que siguieron los Magos. Parece un cometa y en rigor de verdad lo es. Giotto no hizo otra cosa que ceñirse a la realidad ya que en 1301 el cometa Halley hizo una de sus periódicas apariciones, y está claro que el artista quiso reflejar el hecho pintándolo tal cual, cola llameante incluida. A propósito de lo dicho, resulta al menos curioso conocer que –por lo que he podido leer en algún lugar- el Halley anduvo también de paseo por esta parte del Universo unos años antes del que se “estableciera” como el del nacimiento de Jesús de Nazaret.

Volviendo a nuestra pintura propongo, en primer lugar, fijar la atención en los camellos. Está claro que su presencia indica el origen exótico de los Reyes Magos. También, al menos eso parece, que Giotto no vio un camello en su vida. Estos graciosos y simpáticos animales tienen ojos azules, orejas de asno y patas de caballo. Junto a ellos está el camellero, mozo de cuadras que atiende a estos animales. Lamento no tener a mano una imagen ampliada o de detalle mejor que la que se aporta pero no puedo dejar de señalar que se trata de una figura llena de encanto, seguramente basada en la observación de la vida real. Justamente, lo decíamos antes, una de las facetas del genio de Giotto es su habilidad para sugerir la personalidad de la gente y su rango social. Lo que vemos es un campesino vestido muy sencillamente que complementa, por oposición, la majestad de los Reyes Magos. Sin embargo, su rostro expresa humanidad y plena atención a la tarea que le ha sido encomendada.


Resultan también muy expresivos los rasgos del resto de los personajes que completan la escena. Es notable el rostro del ángel que, de pié junto a la Virgen, sostiene un incensario; el incienso fue uno de los presentes ofrecidos por los Reyes, y simboliza la divinidad. El oro (pureza) y la mirra (que alude a la posterior pasión y muerte de Cristo, ya que se trata de un ungüento de embalsamar), todavía están en manos de Melchor y Baltasar quien, dicho sea de paso, aquí no aparece muy negro que digamos. Tampoco parecen hebreos los miembros de la Sagrada Familia ni orientales (mesopotámicos, o de por ahí) los otros dos reyes. No olvidemos que estamos en la Italia de fines del Medioevo en transición al Renacimiento.

Gaspar, por su parte, simboliza la humildad y es un claro ejemplo de la sencillez formal que caracteriza la obra de Giotto. Esta figura presenta un contorno nítido que puede ser captado rápidamente, por lo que la acción que ejecuta se comprende de inmediato, tanto en sí misma como parte de la narración. Tiene peso y volumen. Se perciben la forma del cuerpo bajo la capa y la presión de la rodilla sobre los pliegues de la tela. En cuanto a la humildad, por si no bastara lo postural, podemos observar la corona que el propio Gaspar ha colocado a los pies del ángel mientras se inclina para besar los pies a Jesús, Rey de Reyes.

Mientras tanto, María muestra un porte majestuoso, sosteniendo sin dificultad al niño, quien no parece haber nacido pocos días atrás. Ella es una simbólica Reina de los Cielos, como lo delata el primitivo color azul (el color del cielo) que se deja ver por el deterioro de la pintura de su manto.

Dan marco a la escena, la contienen, tres elementos. La cubierta de madera, a modo de sencillo dosel, copiado también de la vida real, intentando nuevamente dar una apariencia tridimensional. Todavía no se ha desarrollado el modelo teórico de la perspectiva (iban a pasar unos cuantos años para ello) y este dosel aparece como una mesa vista desde abajo, muy posiblemente el objeto o elemento que Giotto estudió al detalle para plasmarlo en su pintura. Luego, observamos un paisaje montañoso, hacia la derecha de la imagen, que busca generar un escenario que cobije a los personajes. Es un recurso bastante utilizado por Giotto que entrega un fondo al agrupamiento de la figuras. Por último observamos una importante superficie azul (ya se ha dicho, el cielo), que no solo termina de cerrar la composición sino que alude a un infinito claramente relacionado con lo sagrado. Detalle al margen: esta parte de la pintura está muy deteriorada ya que es técnicamente imposible pintar con pigmento de lapislázuli (piedra semipreciosa que se utilizaba para obtener el color azul) sobre el revoque húmedo, razón por la cual se añadió cuando éste ya estaba seco y no ha soportado el paso del tiempo.

Seguramente no hemos aportado nada al saber universal, pero me he dado el gusto de recorrer contigo, muy brevemente, esta obra en estos tiempos de festejos de fin de año. Te deseo muchas felicidades. Yo me voy a poner los zapatos en el pesebre… Quién sabe, por ahí Melchor, Gaspar y Baltazar hacen una inesperada visita. No estaría nada mal ¿no te parece?


(1) En este caso debe destacarse que se trata de frescos puros, es decir que fueron pintados directamente sobre la pared mientras el revoque estaba todavía húmedo, convirtiéndose en parte integral de la fábrica. No hay, en estos casos, posibilidad de realizar retoques o correcciones posteriores.

(2) Giotto: La Adoración de los Magos; 1304 – 1306; 200 x 185 cm; fresco; capilla de la Arena, Padua.

22/12/10

Fin de año

El año ya dobló el codo y va llegando a la recta final. Se termina 2010. Ha pasado una década después del mítico año 2000 y la tentación de andar haciendo balances asoma. Pero, amigos y amigas de este sitio, pueden relajarse: no pienso intentarlo. Ya hay demasiado escrito o dicho al respecto y sería un atentado a la salud pública echar más agua al mar. Que sigan las olas con su paciente rutina.

Así y todo no pude menos que revisar lo publicado en ars hace un año y me encuentro con una hermosa canción del uruguayo Jaime Roos: Colombina. Me pareció oportuno, entonces, volver a Roos. Vamos con Los Olímpicos. Bella canción, según mi criterio. Interesante mensaje, además. Que estés bien.

12/12/10

Las bases de la sociedad

George Grosz (1893-1959) ha sido un artista alemán que, luego de algunas experiencias relacionadas con las primeras vanguardias del siglo XX, se distingue como una de las figuras más importantes de la llamada Nueva Objetividad, movimiento que surgió en Alemania después de la Primera Guerra Mundial contra el arte emocional expresionista y contra la abstracción cubista y constructivista. Antes de abrazar decididamente este camino, supo compartir experiencias con los Dadá y adhirió al Partido Comunista de Alemania, situación que le valió ser procesado en diversas ocasiones por incitación al odio de clases, ofensa al pudor y vilipendio a la religión, entre otras acusaciones. Algún crítico de la época definió esta tendencia, también llamada “verismo”, término derivado del latín veritas (verdad), como “la respuesta pictórica a la revolucionaria crisis de la posguerra de los artistas con consecuencia social”.

Con un severo trazado de línea, pintores como Rudolf Schlichter y Otto Dix, junto a Grosz, representaron directamente y con una insistencia comprensible a mutilados y logreros de guerra, además de la miseria social. Son cronistas de su tiempo. Pintan una ciudad caótica e injusta, basada en el consumo. Sus cuadros no fueron la expresión de un sentimiento subjetivo o un experimento de formas artísticas, sino representaciones detalladas del mundo real, donde las ideas políticas se anteponen a las filosóficas, sin que falten los comentarios mordaces y caricaturescos de las circunstancias sociales de la República de Weimar.

Esta breve y seguramente incompleta introducción no tiene otra intención que compartir, refrescar si se quiere, una obra de Grosz que siempre me llamó la atención: Las bases de la sociedad.

El cuadro (óleo sobre lienzo, 200 x 108 cm. Staatliche Museen, Berlín; Patrimonio Cultural Prusiano, Galería Nacional) nos muestra en primer plano a un sujeto que sostiene con fuerza una jarra de cerveza y un sable, con una cruz gamada en la corbata y con la caballería del Emperador en el cerebro hueco. Un “chauvinista” se encuentra a la cabeza de “las bases de la sociedad”. Luego, el artista reúne en 1926 el típico gabinete de las fuerzas reaccionarias de la República de Weimar. Allí están desde el afiliado de la NSDAP y el hombre de derechas del periódico hasta un violento ejército, pasando por un clero demasiado empeñado en su labor.

Han pasado varias décadas y todos sabemos dónde desembocó aquel proceso. También sabemos que hubo más guerras y las sigue habiendo, motorizadas por regímenes de diversas ideologías y siempre con las mismas consecuencias. Me atrevo a decir que en muchos casos ni siquiera es necesario contar con ejércitos, basta con generar las condiciones para que sea la gente misma –en su desesperación- quien protagonice una suerte de sórdida batalla sin fin, cada vez más violenta y primitiva.


El cinismo, y no otra cosa, lleva luego a los propios generadores de los procesos que desembocan inevitablemente en la violencia a sostener organizaciones de “ayuda humanitaria”, además de “poner en marcha” planes sociales que “lograrán erradicar la exclusión” de cientos de miles, más bien millones, de seres humanos. No podría ser de otro modo en nuestro mundo civilizado y democrático, pletórico de Derechos Humanos. Las bases de la sociedad así lo reclaman.

Las imágenes han sido tomadas del sitio 4.bp.blogspot.com