15/6/11

No es lo mismo.

De niño escuché un viejo juego de palabras: "no es lo mismo Santiago de Compostela que compóstela, Santiago." Y es cierto, no es lo mismo.
Aquí y hoy no hablaré de Santiago y sus caminos (que ya hay mucho, no podría agregar nada por el momento), ni del amigo Santiago, el que se las tiene que componer. En todo caso deberá encontrar el modo de hacerlo. Diríamos hoy: Santiago debe buzear en su interior, transitar sus propios caminos, y encontrase a sí mismo en sintonía con… Y bueno, será así nomás.

En realidad escribo esto a modo de divertimento, por jugar nomás, y me voy a referir a “eso”. ¿Y qué es eso? Pues “eso”. Vamos, amigo, diría el lector, no jodas… que estamos grandecitos. Respuesta: creo que hay tres motores que han movido y siguen moviendo a la humanidad. El dinero, el sexo y la fe. Y “eso”, no es otra cosa que el sexo.

Antes de seguir con el desarrollo de esta ponencia inconducente, es menester decir que no faltará quien acote que, en realidad, el motor es el poder. Error. El poder es socio (en todo caso causa o efecto) de alguno/s de los tres parámetros enunciados.

¿Y qué decir del sexo? Por lo pronto se me ocurre que se trata de una experiencia placentera, sino más que eso. Por supuesto (es una obviedad pero cabe la aclaración) me estoy refiriendo a situaciones que no estén atravesadas por la enfermedad, por caso violaciones, sometimientos o perversiones de toda laya, que son muchas, dañinas y lamentablemente demasiado extendidas para mi gusto.

Porque el sexo es encuentro, una confluencia superior entre dos seres humanos, situación devenida del amor o en todo caso del deseo. O ambos a la vez. Sin empatía no hay buen sexo sino un simple acto fisiológico insignificante, a veces brutal.

¿Y cual sería el objeto del deseo o el sujeto amado? Como pertenezco al campo (en retroceso) de los seres humanos definidos como heterosexuales (rama masculina), no puedo pasar por alto un concepto plasmado sabiamente por los griegos de la antigüedad: Afrodita. Si les parece mejor, y para los amigos descendientes de la Gran Roma, Venus. ¡Ay, nena, gran objeto del deseo! Diosa, a tus pies me postro.


¿Hace falta un refrito de las múltiples historias de la Historia que nos cuentan de conquistas, reinos ganados y perdidos, batallas… en fin, de todo un poco, inspirados en el amor (o el deseo) de algún hombre por alguna mujer? No creo. También pregunto: ¿es necesario refrescar lo hecho por muchas mujeres y en los mismos términos, por las mismas razones? No me parece. Son tiempos que han pasado y merecen ser conocidos, pero ya han sido relatados.

Mejor hablemos de tiempos más cercanos. Para hacerlo, nada mejor que algunas expresiones de la música popular que por algo lo es. Nos cabe a todos. Nos refleja, sintetizando nuestro tiempo y cierta escala de valores asumida por las mayorías, evitándonos largas parrafadas somníferas.

Decía al comienzo que no todo es lo mismo. Porque cuesta establecer semejanzas entre “Tu nombre me sabe a hierba”, por citar algún ejemplo, con “Muévete, muévete, culona... ¡Anda, muévelo, guarra!”, por referirnos a otro. No, no es lo mismo. Aunque hayan quienes pretendan que ambas consignas expresan lo mismo y los actores del caso se auto definan como "artistas".

Me cuesta admitir la comparación entre las expresiones propias del M.I.C.E.S. (Movimiento Internacional de los Culos Explícitos y Silicónicos), devenido de la cultura sexópata y los múltiples ejemplos del son afroamericano. Cada uno es cada uno y cada cual es cada cual. Yo me quedo con Serrat. O, en todo caso, la sabrosa picardía del sano imaginario popular, un son que a todos nos cabe. Es más interesante.

Te pongo a Serrat, ya que estamos. Y a los de la culona revoleada los evito. Nada peor que difundir la procacidad, que bastante extendida está.



En fin. Lo dicho: he aquí una ponencia inconducente. Se ve que esta tarde estaba un tanto aburrido.

Nota: la imagen reproducida es obra de Henri Matisse. "Desnudo".