6/11/11

Alegorías sensuales


Es muy posible que mirando esta imagen, detalle de una gran pintura, un observador desprevenido piense en maestros como Constable, o Corot, con su escuela de Barbizon a cuestas. ¿Por qué no Thomas Gainsborough? 

Si ampliamos el foco para apreciar la obra completa, no llamaría la atención que pensáramos en Caspar David Friedrich. El tronco y ramas retorcidas del árbol que a la derecha de la imagen da escala y referencia al conjunto, así como la ruinosa edificación del fondo así lo sugieren.


En otras palabras, no sorprendería que a partir de este momento este escriba aficionado se despachara con momentos notables de la pintura, todos ellos propios del gran siglo XIX, ese que comenzó allá por el XVIII. Algo hablamos alguna vez de estos tiempos y sería una desconsideración de mi parte refritar lo dicho, por “largo” que uno sea al intentar expresar algunas ideas, según dicen quienes me conocen.

No sorprendería, insisto, si observamos ahora cielos tan sugerentes como el que aquí muestro. Cielos cargados de esquivas nubes, expresivos, nunca definitivos.
En rigor de verdad, en los tiempos que corren nada nos sorprendería.

Sin embargo –y ya dejo este juego de adivinanzas- lo que vemos pertenece a la obra de Jacob van Ruisdael (1628-1682), artista barroco neerlandés, maestro superior del paisajismo, que en su obra El Molino de Wijk (hacia 1670, óleo sobre lienzo, 83 x 101 cm, Rijksmuseum, Amsterdam), muestra una apertura del espacio pictórico a la profundidad y una preferencia hacia los paisajes planos y melancólicos, que están cubiertos por inmensas nubes.


El paisaje, la pintura paisajista, puede revelar con más frecuencia de lo que se cree un doble sentido. El objetivo central de los paisajistas holandeses de aquellos tiempos fue la representación de su país y de su independencia, por la que habían luchado con ahínco. Espacios llanos, profundos horizontes y cielos inmensos que se reflejan en el agua son pintados –por lo general- en formatos pequeños con el objeto de decorar la sala de estar de hogares burgueses. Curioso contraste: formatos reducidos para plasmar imágenes de vastas extensiones. También ríos y canales, espacios ganados al mar o vistas panorámicas de ciudades. Lo dicho, ellos relatan a su país.

Pero (siempre lo hay) resulta que estos paisajes no son necesariamente representaciones exactas de la realidad. No se trata de una versión holandesa del vedutismo italiano, sino que tiene dos caras: son copias y alegorías simultáneamente. Son, entonces, sensuales representaciones naturalistas en las que se percibe el viento y el calor de los rayos del sol, cuando logran cruzar oscuras y pesadas nubes.

En el Molino del amigo Jacob es posible parcibir un significado alegórico en esa atmósfera tal sensual. El gran molino, en su monumentalidad, se asemeja a una torre de defensa, obstinada, enfrentada a un cielo inabarcable en el que se está formando una gran tormenta. Detrás suyo se esconde un pueblo en busca de protección en el llano paisaje cercano al río. Las nubes, grandes y pesadas, reflejadas en el agua; las velas que se izan en la embarcación, anuncian la tormenta.

Sin embargo y a pesar de tan contundente símbolo, el molino, los pilares de madera de la orilla –supuesta barrera de los avances de las aguas- están torcidos, desnivelados, como si sólo pudieran ofrecer una endeble protección ante el inminente enfurecimiento de los elementos.


Extraordinaria imagen, que captura un instante liminar. Profunda melancolía pacífica que se convierte en imagen de dudosa paz; aquella que precede a la tempestad.


Nota 1: En algún momento del siglo XVIII a algunos señores “ilustrados” se les ocurrió defenestrar este tipo de expresiones artísticas bajo la calificación de “arte cotidiano”. Pues se equivocaron. Tanto que el Romanticismo, el Naturalismo y el Impresionismo, supieron ir poniendo ciertas cosas es su sitio no mucho tiempo después. Remitiéndome al título de este artículo pregunto: ¿hay algo más sensual que la Naturaleza misma?

Nota 2: La  obra mostrada en primera instancia pertenece también a Jacob van Ruisdael, y se la conoce como El Cementerio de los Judíos.