11/12/11

Domingo


En el reproductor de CDs suena el saxo de John Coltrane. Blue Train. Apenas pasó el mediodía, la tarde se presenta apacible. No hay otro sonido que el de la música que regala John, junto a McCoy Tyner, Jimmy Garrison y Elvis Jones. El pino del fondo de casa está más florecido que nunca, majestuoso. El brilla a la luz de un sol que no decide aparecer del todo, puro amague. Felipe, compañero de tantas tardes similares, se cansó de emitir su variado repertorio de “guaus”, todos y cada uno con un unívoco significado: “abrí la puerta, Francisco, que me quiero echar en la silla.” En este caso no hay amagues, sino explícitas intenciones.

Tanta insistencia -la de Felipe, claro- doblegó las últimas resistencias de mi lábil voluntad. Entre escuchar el reclamo del can y barrer luego la montaña de pelos que deja por doquier, prefiero el uso de la escoba. Después de todo, me dije, no vendría mal otra charla instructiva, en este caso orientada a la actualización de sus conocimientos sobre el arte abstracto, aquel que pretendió la construcción de un mundo mejor hace más o menos unos ochenta años.

“Fijate vos, Felipe, que a primera vista puede resultar sorprendente que el arte abstracto, tan difícil de comprender, tendiera a influir en la vida cotidiana europea, allá por los años de la Primera Guerra y por unas décadas, al menos hasta terminada la segunda. ¿Qué tenía en común un arte de estas características con la vida de cada día? Nada, querido Felipe. Y por no tener nada que ver, precisamente, el arte abstracto encontró su oportunidad. La espantosa experiencia de la guerra convirtió en una utopía la esperanza de los expresionistas de crear un nuevo tipo de ser humano, mediante un arte subjetivo, cargado de emociones.”

Como era de esperar, Felipe se acomodó sobre la silla, emitió un resoplido que lo caracteriza, resignado, y se preparó para lo peor: que yo siguiera con el asunto. Me parece que lo de las utopías emocionales no le gustó mucho que digamos. No me amilané. Vamos a fondo, pensé, busquemos bibliografía. 

“El mundo del arte se contrapuso a la realidad y la abstracción se convirtió en la expresión de la utopía de un mundo mejor. Con el objeto de convertir en realidad el sueño que permitía conducir a la humanidad a un mundo mejor mediante el arte, debían cumplirse dos condiciones primordiales: por un lado el arte debía ser armónico, claro y puro. Por otro lado, este nuevo arte tendría que abrirse camino en la vida cotidiana, para poder actuar en toda la sociedad.” (1) 

Curioso. Por alguna razón esto me hace pensar en la Grecia Clásica. ¿Habrá alguna relación? Seguramente se trata de otra de mis asociaciones ilícitas. Mejor no hacer caso, es una disgresión.

Felipe, a estas alturas, sólo atina a resoplar y dejar volar su mente hacia huesos jugosos que roer, pelotas con las cuales correr y jugar, rincones que husmear. En un arranque, se me ocurre cambiar de CD. Ahora estamos con un muy étnico Herbie Hancock. Maulana. Nada, todo sigue igual.

Repaso, entonces, imágenes para terminar de convencer de una buena vez a tan obstinado perro. Mondrian y Malewich no hicieron mella. Tampoco Robert Delaunay; sin embargo Klee lo logró aunque, para ser sinceros, no fue para tanto. De puffff, pasamos a grrrpufffarrfff. Así y todo es un avance. ¿Cómo no emocionarse con la obra de Paul Klee? 


Este cuadro, Barcos saliendo del puerto (1927, óleo y tinta china sobre lienzo, 50,20 x 64,40 cm, Staatliche Museen, Berlín; patrimonio cultural prusiano), nos muestra como el pintor trazó caprichosamente un camino hacia el balance armónico. En 1915 Klee decía “Cuanto más horrible es este mundo, tal y como es hoy, más abstracto es el arte.” Y, en efecto, a menudo se percibe en la obra de este artista una huída irónica al universo poético del arte. Las huellas de la experiencia (por caso la flecha roja) se sintetizan en cifras pictóricas y aparecen  como residuos del mundo real en un mundo absoluto y autónomo: el de las formas. (2)

El uso de formas propias de la expresión infantil por parte de Klee nos lleva a una interpretación dual: la utilización de su simplicidad elemental como crítica a las convenciones y a la formación y, por otra parte, la consciencia de la diferencia entre arte infantil y un idioma de signos simplificado conscientemente, que termina de crear constantemente su espontaneidad.

Sonó el timbre. Es el muchacho que se dedica a propinar largos paseos a unos cuantos canes, entre ellos Felipe. No sé por qué, pero me pareció que esta vez se puso menos resistente a la larga caminata. 

Yo me quedo con mis músicas, Klee, el pino y -ahora- las primeras voces vespertinas de los pájaros que él aloja... Las nubes han ganado la batalla pero, aunque no lo veamos, el sol siempre está.

(1) Kraube, Anna-Carola. Historia de la Pintura. Könemann Verlagsgessellschaft, Colonia,1995.
(2) Ver este blog. Explica un poco mejor que yo de qué se trata, creo. http://xgfk10crj.wordpress.com/m3/

2 comentarios:

Palabras como nubes dijo...

"Conociendo un poco más a Klee a través de Felipe" ;) Bien, Francisco, me gustan estas entradas tuyas, bien utilizado el recurso de comenzar con algo que "no hace" al tema principal, le da empuje, hace muy llevadera la lectura. Quizá Felipe, que, no me cabe duda, de pintura sabe más que yo, un día de éstos nos asombre con alguna lección sobre Klee u otros.
Guau.

J&R

alfresca dijo...

También yo me incluyo entre los más ignorantes que Felipe, en cuanto a pintura se refiere.
Jamás he podido ver nada en una pintura abstracta sea de quien sea, a ver si con vos Francisco aprendo algo, pero te soy sincero, sigo sin ver o interpretar nada, solo puedo decir si me gusta o no.
salu2
AlfreSca.