22/5/08

Luchando



La jornada comenzó, como todos los días, muy temprano. Estamos en mayo y como es de esperar en esta época del año, la ciudad se presentó escarchada por el frío. Hice las primeras cosas del día hasta que, finalmente, llegué a mi estudio. Allí ya estaba Diego, uno de mis colaboradores, preparando el mate de las primeras horas. Más tarde llegaron Marcelo y Cristian. Estábamos todos, dispuestos y ansiosos por trabajar: sabemos que si no trabajamos no comemos. Sabemos también que la calle está dura y es necesario hacer esfuerzos adicionales para seguir adelante.

A media mañana empezamos a oír algunos bocinazos, no demasiados aunque inhabituales. Ushuaia es una ciudad poco ruidosa, al menos hasta ahora. Así y todo añoro los profundos silencios de años atrás, cuando por aquí vivíamos unos cuantos menos.

Al principio no prestamos mayor atención pero como la cosa seguía, insistente, pregunté a los muchachos si sabían qué era lo que estaba pasando.

-Debe haber alguna boda- arriesgó Diego.
-Diego, es miércoles. Nadie anda festejando casorios a las 10 de la mañana con un frío como el de hoy- respondió Marcelo escéptico.
-Seguro que se trata de otra cosa, por ahí una manifestación. El partido de fútbol es a la noche- aporté -¿Por qué no se fijan?-

Como los muchachos no me daban demasiada bolilla tomé la iniciativa asomándome a la ventana que da a la calle. Desde allí, además, se vislumbra el edificio ocupado por la Secretaría de Trabajo y no es raro que cada tanto aparezca algún grupo de manifestantes realizando algún reclamo sindical, bombos incluidos. Nada de bombos, el sitio estaba despejado.

-¿De dónde salen los bocinazos?- me pregunté. Seguí observando. Soy pertinazmente curioso y cuando una pregunta se instala en mi dura cabeza, no paro. De pronto veo aparecer una caravana de automóviles, en fila india, como para estirar la cosa, encabezados por uno (sedán 4 puertas último modelo, impecable y envidiable); en el asiento del acompañante se encontraba una dama haciendo las veces de porta estandarte, revoleando una bandera que me pareció la insignia del gremio que agrupa a los docentes en Tierra del Fuego.

Recordé que esta organización se encuentra en medio de un nuevo "paro y movilización", esta vez por 48 horas consecutivas. En lo que va del año, entre las medidas de fuerza del gremio apuntado, más las llevadas adelante por el sindicato que agrupa al personal de maestranza de las escuelas de la provincia, prácticamente se han perdido o desnaturalizado el cincuenta por ciento de los días de clases programados. La cosa no es menor y están en un punto tal que los estudiantes, o al menos unos cuantos de ellos, ya han dejado de "festejar" el hecho que no haya clases y reclaman tenerlas normalmente y poder concurrir a sus escuelas. El dato curioso es que en Tierra del Fuego los docentes (importante sector del abundante mundo de los empleados estatales) se encuentran entre los mejores pagos del país y perciben, en su gran mayoría, emolumentos nada despreciables.

Por un momento observé la caravana. Ocupaba, de a un automóvil en fondo, alrededor de una cuadra y media, esto es unos 120 a 130 metros. Aquí una cuadra tiene 80 metros de longitud. Luego del auto insignia, se sucedían un Toyota, luego un Chevrolet Corsa, a continuación una 4 x 4 Nissan, y así sucesivamente. Desentonaba un Renault Clío. Demasiado pequeño el móvil. La marcha era lenta, como para hacerse notar. Los bocinazos se intensificaron un poco, pero no demasiado. La totalidad de la flota movilizada se presentaba impecable, diría que casi nueva.

-Las masas trabajadoras marchan en sus autos último modelo- disparó sin anestesia Cristian. El tiene 20 años, los cumplió hace poco. Su joven esposa está por tener el primer hijo de la pareja. Ellos se sostienen con su trabajo. Además, ambos están completando estudios intermedios que les abran nuevos horizontes. Cristian aspira a convertirse en Maestro Mayor de Obras y muy poco le está faltando para lograrlo. Quiere crecer, desea y necesita aprender.

La fila se detuvo. Se ve que había que coordinar la marcha. Observé que varias personas bajaron de sus autos. Algunos no paraban de hablar por teléfono, haciendo uso de sus aparatos móviles. Si bien no podía ver estos aparatos con detalle, me pareció identificar unos cuantos con MP3, cámara y demás. Por lo menos dos damas y un caballero (éste portando un letrero que rezaba: "Los maestros enseñamos a luchar"), tenían la mínima cucarachita que ahora hace las veces de auricular, la misma que los adolescentes y jóvenes de este tiempo parecen tener adherida al sistema auditivo, a modo de extensión natural de sus orejas.

La fila se movió un poco y los sujetos aludidos, incluido el señor del cartel, terminaron unos cuarenta o cincuenta metros más adelante. De los coches que los seguían descendieron dos damas más. Bajaron de un VW de los nuevos, esos que tienen pinta deportiva, color negro con vivos acerados. Una de ellas tenía puesto un tapado largo. La otra una campera Monclair. Es razonable, hacía frío.

Ellas también utilizaban sus teléfonos móviles. Parece que hablaban con los de adelante, aunque no estoy seguro. Observé que se hacían señas con la mano, como en un juego escolar que practican algunos adolescentes en las aulas, por el cual el que se sienta en la primera fila de bancos, llama por teléfono al del fondo y dialogan. A veces ni eso, basta con los SMS.

Después de algunos minutos, la caravana retomó su marcha. Se fueron las bocinas, los autos, el estandarte, los teléfonos y el cartel. Concluida la jornada me pude enterar por las noticias de la T.V. local que los ocupantes de los automóviles ocupaban instalaciones del Ministerio de Educación, al cual ingresaron por una ventana porque la puerta estaba cerrada. Las imágenes mostraron un par de señores batiendo tambores, a lo dunga dunga, rodeados por dirigentes y delegados gremiales. Supuse que los bombos y demás artefactos útiles para ejercer la docencia en el contexto de la terrible indigencia por la que pasan estos sacrificados servidores públicos, debían estar en el baúl de algunos de los autos ya descritos.

En lo que consideré todo un detalle de urbanidad, propio de educadores, no observé neumáticos encendidos, aunque si un buen tacho con leña. Se ve que, ante la falta del confort que brinda un buen auto, alguien se dedicaba a echar leña al fuego.

Antes de dormir hice un repaso de lo que pude ver y recordé el rostro de los hablantes telefónicos. Ellos tenían el ceño fruncido, se los notaba concentrados en su tarea. Es comprensible, pensé, no debe ser nada fácil enseñar a luchar.

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