3/7/09

Ser esdrújulo

Siempre me gustaron los acentos. Ellos son únicos, contundentes. Establecen límites o, mejor dicho, ponen las cosas en su justa medida. Los acentos son al lenguaje lo que las especias y hierbas aromáticas al milenario arte de la gastronomía. Dan el toque, la nota justa.

Pero ellos, los acentos, no siempre se explicitan; a veces les gusta jugar de agentes encubiertos, por joder nomás. Es por eso que nuestra lengua, la mejor del mundo por lejos, se permite el lujo de tener acentos fonéticos y ortográficos. Allí están entonces las tildes, denominación que siempre me ha parecido débil, insegura y sobre todo equívoca.

Buscando en el sacrosanto diccionario encuentro que ellas son una “virgulilla o rasgo que se pone sobre algunas abreviaturas, el que tiene la ñ y cualquier otro signo que se use para distinguir una letra de otra o indicar su acentuación.” Hasta aquí las cosas, a mi ver, no están muy claras. Pero esto no queda allí. El sacrosanto se despide con “tacha, nota denigrativa… cosa mínima.” No lo soporto. ¿Cómo es que un portentoso acento terminaría siendo, en una interpretación equívoca, algo mínimo, si resulta que El, el gran acento, le pone sal a la lengua? Además ¿qué es esto de virgulilla? Suena mal. Porque una virgulilla resulta ser “cualquier -cualquier, o sea que da lo mismo- signo ortográfico de figura de coma, rasguillo o trazo, como el apóstrofo, la cedilla, la tilde de la ñ y la raya que se pone sobre las abreviaturas -o lo que es peor- cualquier rayita o línea corta y muy delgada.” ¿Qué esto de cualquier rayita? Un claro ninguneo a su majestad el acento.

La labilidad de los tiempos y los mismos hechos nos han hecho saber que las tildes pueden ser (y son) groseramente olvidadas y tales olvidos finalmente son aceptados por la fuerza numérica, expansiva, de la simplificación progresiva del lenguaje que, nos guste o no, implica la reducción de las ideas. Las ideas, se desarrollan a partir del leguaje. Una simbiosis maravillosamente necesaria que debería ser prufundizada insistentemente. Es que no se pueden desarrollar las ideas (el pensamiento) si no contamos con las palabras y, ellas, deben ser esencialmente correctas, justas y precisas. Si no ocurre así, las ideas se van a... ya saben dónde.

Las palabras, como las ideas, pueden ser agudas, graves o esdrújulas. También pueden ser simplemente palabras, sin la necesidad de caracterización alguna, son las que nada dicen, las de los discursos vacíos. Lo que no es aceptable es que las palabras, esencia de las ideas terminen en manos de la virgulillación, a dos pesos por rayita corta y muy delgada.

Acentos, señores y señoras, acentos. Definición y claridad. Que ya está bien de virgulillas. Acento, espacio en el que se produce la mayor intensidad de voz con que se pronuncia el núcleo vocálico de la sílaba de una palabra.

Y, si de acentos hablamos, tildados o no, nos encontramos con tres categorías, una de ellas con su “up grade”. Las palabras acentuadas son agudas (u oxítonas), llanas o graves (o paroxítonas) y esdrújulas (o proparoxítonas) y con lo que he llamado un “up grade” las sobreesdrújulas, que serían algo así como una orgía de la acentuación. Por suerte son escasas, en defensa de la moral y las buenas costumbres, digo. Porque hay que ser proparoxítono y ni te cuento si se termina siendo ultra proparoxítono… No habría cuaderno ni palotes que aguanten.

Las palabras agudas me parecen concretas, definitorias, incisivas y a veces, dolorosas. Revés, vivió, jabalí, perdió, patán, jardín, robó, cumplió, virrey, Uruguay…

Las llanas o graves son, precisamente, graves. Por ahí resultan algo más serias. Carácter, pómez, fórceps, fácil… En general no me motivan, aunque tienen lo suyo. Son serias.

Y las esdrújulas (ni hablar de las sobreesdrújulas) son excitantes, contundentes a más no poder y, además, siempre llevan su virgulilla, para mí -un arcaico- el acento explícito. Carámbano, forúnculo, régimen, límite, anárquico, ignífugo, pedúnculo, cúmulo, fascículo, ridículo, retícula, módulo, adminículo…

Luego tenemos las palabras átonas (definición esdrújula, por cierto), que –supongo- ponen las cosas en equilibrio o terminan desfigurando el discurso, a fuerza de hablar de nada. Como culo, curiosa terminación de muchas palabras esdrújulas. ¿Será que nuestras posaderas son, además de soñadas y ansiadas en más de una oportunidad, el equilibrio o en todo caso, el bálsamo moderador a tanta pasión, la humana? ¿Será que de tanto discurso que no expresa nada, nos va como el mismísimo culo? Dicho de otro modo, si se menciona al crepúsculo, ¿en qué estaríamos pensando?

Me defino, no esquivo al bulto. Apuesto a lo esdrújulo. Es, probablemente, más complejo y expuesto. Pero ¿quién te quita lo vivido, por aciago que resulte? Como bien definió Pedro Mairal, el culo se va, te abandona...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente.