23/5/10

Doscientos (23 de mayo)


Respecto del mantenimiento del virrey en su puesto, los resultados de la votación del día 22, hacia la medianoche, arrojaron un total de 160 votos que pronunciaban por la cesantía del virrey y la reversión de su poder al cabildo para que designase una Junta. Sin votar se retiraron 21 participantes.
Respecto a una segunda cuestión, ¿en quién debía subrogarse la autoridad?, las respuestas fueron las siguientes:
54 votos proponían al virrey acompañado de adjuntos.
152 al cabildo (121 con voto decisivo del Síndico).
17 votos de distinta índole, por caso al brigadier Velazco; cabildo en lo político y Saavedra en lo militar; a una junta inmediatamente elegida por el pueblo; etc.
José María Rosa puntualiza que de los votos que subrogaban el gobierno al cabildo, las propuestas fueron las siguientes:
88, hasta que el cabildo eligiese una Junta de Gobierno.
44, hasta formarse (sin indicar quién) una Junta de Gobierno.
18, hasta la reunión de un Congreso general.
1, hasta que explorada la voluntad popular se erigiese una Junta.
1, mantenerlo en cabildo asesorado por cuatro diputados.
Solamente 45 votos dijeron expresamente que el nuevo gobierno “dependiese de la legítima autoridad que habría de establecerse en España”. Y solamente, agrego yo, un voto, sólo uno, que decía que “explorada la voluntad popular se erigiese una Junta”. Se me ocurre pensar que cuando se nos cuentan los hechos de mayo, por lo general, se incurre en distorsiones inconducentes intentando forzar visiones unidireccionales de las historia, nada menos que la nuestra.
Pero volvamos al relato de José María Rosa.

Desde las 10 de la mañana los capitulares estuvieron entregados al complicado escrutinio del congreso vecinal. A las dos de la tarde el síndico Leiva, a quien el pronunciamiento hacía gran elector de la nueva Junta, se puso a redactar el bando a fijarse en la ciudad, dictar el Reglamento constitucional del nuevo gobierno, y elegir sus componentes de manera de contentar a todos. Leiva era un temperamento conciliador y reacio a los cambios bruscos. Separar al virrey absolutamente le parecía un acto revolucionario. En Buenos Aires podía pasar, por hallarse pronunciada la opinión, pero no ocurriría lo mismo en el interior. Seguramente Montevideo, más por la decisión de sus vecinos que por la de su timorato gobernador Soria, habría de resistirlo; y no había duda lo harían el brigadier Velazco en Paraguay, Gutiérrez de la Concha en Córdoba, Nieto en Charcas, y Paula Sanz en Potosí; y, desde luego, el virrey Abascal en Perú, que ocupaba con Goyeneche a La Paz desde los acontecimientos del año anterior. (1)
Leiva, con Villota, había aconsejado al virrey el temperamento del cabildo abierto, propuesto por los carlotinos, para llevar a un remanso sereno la turbulencia callejera del domingo 20. No había resultado tan remanso como esperaba, pero de todos modos los vecinos le habían dado su confianza al erigirle con voto decisivo. Emplearía su influencia para llevar adelante el viejo plan de Cisneros: alargar las cosas hasta la reunión del congreso de todo el virreinato.

Uno de los votos del cabildo abierto –el del presbítero Bernabé de la Colina- dio la solución a las cavilaciones de Leiva. El presbítero había votado por una junta presidida por el virrey e integrada con un representante de cada una de las clases destacadas de la ciudad: militares, eclesiásticos, abogados y comerciantes. Ofrecería al virrey la presidencia, y a cuatro del partido criollo las vocalías: Saavedra, como la figura de más prestigio en las milicias, representaría a éstas; el presbítero Sola, cura de San Nicolás, al clero; Castelli, el defensor de Paroissien, a los abogados; y el comerciante José Santos Incháurregui, a los suyos. Los cuatro habían votado por la deposición del virrey y representaban matices del partido revolucionario: Saavedra a los milicianos que estuvieron con Liniers el 1 de enero de 1809, Sola al clero patriota que quería “una junta como en España”, Castelli a los carlotistas, e Incháurregui, amigo de Alzaga y de gran actuación en las invasiones inglesas, a los partidarios del ex alcalde de 1807 y 1808 (por un error repetido se dice que Incháurregui y Sola eran españoles; lo era sólo aquél, pero con viejo arraigo en la ciudad; Sola había nacido en Buenos Aires).

A las dos de la tarde fueron dos regidores –Ocampo y Anchorena- a notificar a Cisneros de su cesantía, y posiblemente a decirle por lo bajo que sería repuesto al día siguiente como presidente de la Junta conservándole el tratamiento de virrey. Cisneros entregó el bastón y la banda, insignias del mando, y por fórmula hizo una protesta.

El “trámite” prosiguió, en mi opinión, muy tranquilamente. Leiva publica un bando (seis ejemplares), en las cercanías del cabildo. Su contenido es interesante:
Que el voto de la asamblea de vecinos había sido que el cabildo, con voto decisivo del síndico, se subrogaba provisionalmente en el mando hasta erigir una Suprema Junta “que haya de ejercerlo dependiente de la que legítimamente gobierne en nombre de Fernando VII”. Esto es un agregado de Leiva y por su cuenta.
Que procedería inmediatamente a erigir la Junta.
Que ésta ejercería funciones “hasta que se con congreguen los diputados que se convocaran de las provincias interiores para establecer el gobierno más conveniente.
Las candidaturas fueron aceptadas (Saavedra y Castelli no pusieron objeción alguna) y el paso siguiente consistió en asegurar el apoyo de los jefes militares. Ellos tampoco pusieron demasiados reparos, a excepción de Pedro Andrés García, quien opone ciertas objeciones al Reglamento redactado por el síndico. Rosa concluye el relato de los sucesos de este día contando que
"Nada más pasó en el día, salvo un incidente callejero pero sintomático de la agitación popular que la gente de arriba no alcanzaba a percibir o creían poder dominar. Una manifestación rompió los vidrios de la casa del Dr. Villota, sin duda como reacción por su discurso del día anterior."


Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.187-188)

Acerca de José María Rosa (ver aquí)

(1) Cabe recordar que en 1809 se produjeron sublevaciones en el Alto Perú, sucesos que no podemos dejar de considerar a la hora de repasar nuestra historia, si es que pretendemos comprenderla acabadamente.

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