25/5/10

Doscientos (25 de mayo, el asunto se pone interesante)


La noche del 24 al 25 es un alboroto. Una “especie de conmoción y gritería en el cuartel de Patricios” no deja dormir al notario eclesiástico Gervasio Antonio de Posadas, que así lo dice en su diario íntimo. Lo corrobora Cisneros en su informe al Consejo de Regencia: “…en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos y esto era lo que llamaban pueblo…”; los oidores que serían expulsados de Buenos Aires en breve, mencionan en su informe “…una fermentación en el cuartel de Patricios” que precedió a los sucesos del 25.

Una gritería en Patricios fue el recuerdo de la noche de la revolución para los vecinos del centro de Buenos Aires. Eran lo orilleros que formaban el grueso de la milicia patriota expresándose de manera airada: reclamaban su derecho a ser el nervio y la fuerza de la historia argentina. Las milicias urbanas se alzaban contra lo arreglado por la clase “principal y sana” que esa noche acababa de perder su posición de clase dirigente. Las ciudad amaneció amotinada y el alzamiento desconcertó a todos; inclusive a los jóvenes que peticionaban a nombre del pueblo y acababan de aplaudir la solución de Leiva; inclusive a los comandantes que no habían vuelto a los cuarteles después de jurar apoyo a la Junta presidida por el virrey, y nada sabían del “espíritu de Mayo” que acababa de nacer.

No era un planteo militar, de soldados que siguen dóciles a sus comandantes. Los milicianos de Mayo tenían conciencia de ser el pueblo en armas, y fueron ellos, los soldados y las clases, y no los comandantes quienes gritaron su disconformidad. Fue una entidad nueva, el pueblo –el auténtico pueblo, que no el retórico de los intelectuales- imponiéndose como la gran realidad argentina. Fue también el levantamiento de las orillas contra el centro que alguna vez debía producirse, pero no llegó a consolidarse por falta de jefes con conciencia de su misión.

A las 8 se reunieron los capitulares. Se habían retirado temprano a la noche anterior y nada sabían de las ocurrencias; en las calles no había nadie, y una llovizna fina prolongaba el temporal. La mañana destemplada no parecía propicia a acaloramientos y no se explicaron la gritería que llegaba de la calle del Correo. Tal vez juegos de la tropa acuartelada. Discuten la renuncia de Cisneros y la Junta, que encuentran a despacho. ¿Cómo semejante actitud, cuando todo se había arreglado a satisfacción general? Sin duda, cosas de Chiclana que impresionaron a Saavedra. Pero ¿a qué atemorizarse por la agitación de una parte del pueblo si los jefes militares habían jurado su sostenimiento? Contestan que la Junta no tenía derecho de renunciar y “está estrechada a sujetar con las armas esa parte descontenta… de lo contrario hace responsable a V. E. (el presidente y los vocales) de las funestas consecuencias.”

Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.191-192)

Acerca de José María Rosa (ver aquí)

No hay comentarios: