18/7/13

Nieve, veredas y matemáticas.

Hace un par de días nevó en Ushuaia. Era esperable, estamos en pleno invierno y esto es el sur.

Mi relación con la nieve y el invierno ha ido mutando a medida que los años fueron pasando. A modo de confesión me animo a decir que cada vez me interesan menos. Y mucho menos me interesa hacer lo que todo vecino debe hacer a la hora de la nevada: limpiar su vereda para permitir la circulación de las personas en condiciones admisibles, por decirlo de algún modo. La simple visión de la pala para limpiar la nieve me cansa.

Estaba yo, entonces, en la disquisición de cumplir con mi necesaria obligación de vecino (palear la nieve y limpiar la vereda), o de hacer la de muchos otros: que la gente se joda y el posterior hielo les impida lo que nunca debería ser impedido: caminar por la ciudad. En eso estaba, decía, cuando escucho unas tímidas palmas en mi puerta, llamando sin ánimos de animarse al timbre. Tres pibes, no más de 12 o 13 años. Nariz colorada por el frío, camperas, palas inadecuadas y mucha actitud.

- ¿Quiere que le limpiemos la vereda, señor?
- ¿Y cuánto me cobran?
- Cien pesos, señor.
- Noooo… Eso es mucho…
- Pero somos tres. Tenemos que dividir por tres para que nos rinda…
- Cien no es divisible por tres…
        
Momento de confusión matemática. El más osado, que claramente llevaba la voz cantante, se hizo un nudo. Un petisín, en voz baja y rápido para las cuentas, desliza:

- Bueno, noventa. Que es divisible
- Es mucho, pago cincuenta
- Pero no es divisible, señor, dice el chiquitín.
- Está bien, hacemos sesenta. ¿Les parece?

El líder entra en dudas y, en voz baja le pregunta a sus dos compañeros, “y cuánto es para cada uno”. Hubo un silencio, propio del desconocimiento de ciertas tablas de multiplicar pero, entre nada y los sesenta, los chicos empezaron a darle a la pala, con la energía que todo chico tiene a semejantes edades.

Muy rápidamente terminan su tarea, no era tanta la nieve. Mientras tanto yo aproveché para ir al almacén de al lado de mi casa para rogarle al dueño que me diera tres billetes de veinte pesos, uno para cada uno, a los efectos del necesario, matemático y posterior reparto. Lo logré y, a la hora de los bifes procedo a cancelar el compromiso contraído.

-Tomen, chicos. Veinte para cada uno. Veinte por tres es sesenta.
- Eso, dice el pigmeo.
- ¿Y ahora qué hacemos? Dice el del medio, un pibe reservado y trabajador.
- Y sigan buscando clientes, digo.
-¿Adónde, señor? No contestan el timbre…
-Si quieren los acompaño un par de cuadras. Puedo hablar con algunos vecinos conocidos…
-Gracias señor, pero no hace falta. Ya vamos a ver lo que hacemos, terminó el líder. El tipo podrá estar flojo con las matemáticas pero tiene carácter. U orgullo, que es mejor.

Y ahí se quedaron conferenciando y analizando qué hacer. Era su primer trabajo y el primer dinero ganado en el emprendimiento recién comenzado. Los escuché hablar sobre repartir en cada momento o, por el contrario, juntar todo en una única bolsa y luego repartir. Parece que la experiencia matemática no los había satisfecho demasiado. Ellos querían cien.

Los espero para la próxima nevada, con los cuarenta restantes. Una clase es una clase, en cualquier lado y en cualquier lugar. Son pibes del barrio y volverán, como las golondrinas.