13/7/08

Jüdisches Museum

Mi amigo Roberto Gribnicow, arquitecto él, tiene la costumbre de tomar buenas fotografías. Ya he contado algo acerca de mi amigo (ver) y, ahora, divulgo una de sus fotografías que ha sido seleccionada para el catálogo on line de la guía de museos de Alemania. La foto, que aquí se aprecia, corresponde al Museo de la Historia y la Cultura Judía de Berlín, singular obra del arquitecto Libeskin que, allá por el '99 pudimos visitar juntos, apenas terminado el edificio, en el contexto de un seminario de arquitectura que compartimos con otros colegas de Argentina y Latinoamérica en el que no estoy muy seguro que aprendiéramos algo pero, sin duda alguna, aprovechamos para pasarla fenómeno.

Ya que estamos paso el link de la citada guía, que está bastante buena y, si se quieren dar una vueltita por el país de las valkirias (cosa que vale la pena), no está de más la información.

Volviendo a la obra de Libeskin, en verdad notable, quisiera mostrar algo más (sorry, Roberto, pero en el catálogo hay también otras fotos aunque queda claro que vos sos lo más) de este lugar que -confieso- me conmocionó cuando tuve la oportunidad de tomar contacto con él. Es que no se trata de un edificio, es una gigantesca escultura alegórica que en cada detalle, cada rincón, nos habla de la historia de una cultura, de tragedias, aciertos y errores y, lo más fuerte, de las ausencias. O mejor dicho, del espacio vacío que la ausencia provoca. Y todo eso, expresado con una arquitectura que se adelanta al menos una década, o más, a lo que luego se terminó viniendo.

Esas "líneas" que se observan son las múltiples líneas o "ejes" que vinculan a cada uno de los judíos sacrificados por el régimen nazi. Aquí hacen las veces de ventanas, pero estos ejes son la matriz del edificio entero, incluyendo su curiosa planta. Son los ejes de una cultura que, como tal, se configura por miles y miles de seres humanos y las líneas de la vida que necesariamente los vincula.


Aquí, en otras de las fachadas laterales, hacia el "frente" del edificio (que no es tal, no hay un "frente" aunque sí un acceso) seguimos observando el mismo concepto y apreciamos la textura exterior que se presenta; está materializada con placas metálicas de no se qué aleación (no lo recuerdo), cosa que luego hemos podido apreciar en sitios tales como el Guggenheim de Bilbao, obra del arquitecto americano Frank O. Gehery, otro capo.

Pero, amigos, hay dos cosas la obra de Libeskin que aquí someramente comento que no puedo dejar de mencionar, gracias a las fotos de mi amigo Roberto, que actuaron como "disparador" en mi memoria.

La primera de ellas es el acceso o el modo de acceder al edificio. Se lo hace por una extensa y muy definida escalera que cuesta esfuerzo ascender. En realidad uno "entra" al edificio en su nivel más alto y luego, lo recorre descendentemente. Esta escalera recta y dificultosa se refiere a las dificultades que, a lo largo de la historia, la cultura judía debió afrontar. Así y todo, llegó a sus metas y, como sabemos, en ello están y en ello insisten.

Finalmente para mí lo más contundente. Hay en el desarrollo del edificio algunos puntos o sectores que son lisa y llanamente una caja vacía, negra, ciega. Es la ausencia, el vacío. Estos sitios no son accesibles, sólo están. A excepción de uno. En él, nos encontramos en medio de la oscuridad y silencio absolutos, encerrados tras una puerta blindada que recuerda la de los hornos crematorios de los campos de concentración. No hay nada, nada de nada, a excepción de un mínimo vano en lo más alto que arroja un haz de luz desde el exterior: allí está la ausencia y se nos señala la esperanza. Juro que en ese sitio lloré.

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