7/6/09

Venus (versión 1.4)

Leí por ahí que en el año 1722 Luis XV accede al poder, momento en el que el Rococó llega a su máxima expresión y, está más que dicho, los artistas plásticos preferidos del momento fueron Fragonard y mi tocayo François Boucher. En mi opinión, ambos fueron muy buenos artistas, por más que en esos tiempos los pintores fueron menospreciados por muchos dada la tendencia que mostraban en glorificar a la aristocracia. De todos modos los usos y costumbres de la corte francesa, hacia mediados del siglo XVIII, se habían extendido en la gran mayoría de las cortes europeas. Digamos que “La Dolce Vita” en tempo de minué, era bastante bien recibida en los ámbitos del poder. Es comprensible, la joda nos gusta a todos, debemos admitirlo.
Lo curioso –y la contradicción- es que artistas como los citados (su obra, en realidad) son interpretados por más de un investigador y/o crítico que sabe lo que dice como una ratificación de las ideas de la ilustración, en el sentido que “el hombre debe pensar por sí mismo” y no dejarse absorber por las doctrinas religiosas (de variado matiz, a esas alturas) o las de la monarquía.
Digo que es curioso y no deja de ser un planteo a ser discutido, si consideramos que obras como “El Columpio” de Fragonard o el desnudo llamado “Niña recostada” (Louise O’Murphy) del amigo Boucher, nos hacen pensar en otra cosa. Al menos es lo que me parece percibir cuando las observo. No sé, pero si pensar por sí mismo implica dar rienda suelta a la ficción, la ilusión de los ambientes cálidos, íntimos y absolutamente cortesanos y la exacerbación de los sentidos, podríamos estar de acuerdo; pero no me parece que esto sea tan lineal. Si bien la libertad nos permite no sólo esto sino mucho más, también nos obliga a saber elegir y, en la elección, aparece frente a nosotros un concepto que en aquellos tiempos, y ahora también, no nos gusta admitir: hay límites (diez mil años de civilización algo deben haber dejado), existe la responsabilidad, aunque ella no justifica el sacrificio del ser.


La muchacha de la obra de Boucher que aquí reproducimos tenía 14 años, hija de un soldado irlandés (se me ocurre que alguna moneda habrá caído en su bolsillo), que trabajaba como zapatera remendona y, de buenas a primeras, se convirtió en la modelo inspiradora de Boucher para su obra que sin duda alguna es un lienzo eminentemente erótico, no sólo por el cuerpo desnudo de la adolescente que posa para el artista (que posa en posición –valga el juego de palabras- bastante inequívoca), sino por el ambiente en el que se desarrolla la escena. Sábanas revueltas, tenue iluminación, las piernas abiertas de la joven sobre un cojín de seda hacen pensar en un momento de privacidad que, dados los catorce años de la protagonista (¿es “ella”, en verdad, la protagonista de lo que narramos?) admitiría valorar la situación como una amenaza de estupro antes que una bella muestra del arte pictórico.
Lo cierto es que esta obra, realizada en 1751 tuvo un efecto decisivo en la vida de Louise, más allá de su historia con el artista, historia que nadie relata ni conocemos aunque la podemos suponer. Luis XV la convirtió en su amante. Supongo que las sábanas resplandecientes y los sutiles, pálidos, tonos de la piel de esta joven deben haber gravitado en la libido del monarca. Boucher, en ese momento alcanzó su cenit. Más tarde el mismísimo Luis XV lo expulsó del ámbito cortesano por llevar una vida demasiada libertina. Toda una demostración de la hipocresía del poder, si éste es ejercido como generalmente se lo hace, por más proclamas revolucionarias o contrarrevolucionarias se transmitan, pretendiendo justificar lo injustificable.


Como soy de los que creen en que podemos encontrar analogías en la historia, nunca similitudes toda vez que las cosas ocurren en contextos irrepetibles, se me ocurre pensar que, posmodernismo mediante (en particular aquel que expresa, al decir de Jorge Asís, la “berretización posmoderna”), hoy por hoy sobran las Louises. Tanto que se cuentan por cientos de miles las jovencitas (y también las maduritas) que esperan, ansían y desesperan por mostrar sus partes posteriores en posiciones inequívocas y, si no es suficiente, mostrar lo que fuere. Ya no es necesario ni un artista y mucho menos un rey. Basta con unos pesos… o dólares, según la fama del culo en cuestión. Sólo es cuestión de dinero, que buen caballero es don dinero.
Me he tomado la libertad de reproducir una fotografía publicada en la edición Web del periódico Perfil, en la que se publica una secuencia de fotografías (diría “light”) de una conocida y muy siliconada modelo argentina, conocida como Eugenia Ritó. Y lo hice porque creo que ya es hora de entender que estamos viviendo un tiempo decadente, peligrosamente decadente.
Y, por favor, amigos lectores no se confundan. Lo más remoto a mi pensamiento es la “moralina”, todo lo contrario. A mí me encantan “las escenas íntimas”. El problema se suscita cuando lo íntimo se convierte en público, habitual y exitoso; casi un destino obligado y –ya lo sabemos- ficcional, perverso, peligroso. La cicuta está en la banalización y relativización de todo, se trate de lo que se trate. Estamos complicados, creo. Podemos resolverlo, basta con atenerse a valores muy básicos, diría que hasta muy sencillos. ¿Podemos resolverlo?

No hay comentarios: