19/6/09

Venus (versión 1.6... un final, por ahora)

“Bello –al igual que gracioso, bonito, o bien sublime, maravilloso, soberbio y experiencias similares- es un adjetivo que utilizamos a menudo para calificar una cosa que nos gusta. En este sentido, parece que ser bello equivale a ser bueno y, de hecho, en distintas épocas históricas se ha establecido un estrecho vínculo entre lo Bello y lo Bueno.
Pero si juzgamos a partir de nuestra experiencia cotidiana, tendemos a considerar bueno aquello que no solo nos gusta, sino además querríamos poseer. Son infinitas las cosas que nos parecen buenas –un amor correspondido, una fortuna honradamente adquirida, un manjar refinado- y en todos estos casos desearíamos poseer ese bien. Es un bien aquello que estimula nuestro deseo.” Así comienza, en su introducción, la muy buena obra Historia de la Belleza.(*)


En ella, rápidamente nos encontramos con una secuencia de imágenes (tablas comparativas) de varios ejes culturales en torno a los que el concepto de belleza ha girado a través del tiempo, entre ellos el de la Venus Desnuda, porque naturalmente también las hay vestidas y -a no confundirse- muchas veces más interesantes, que no todo pasa por andar flojo de ropas.
La secuencia que muestra esta obra comienza con la Venus de Wilendorf (la que en una anécdota escolar, memorable por cierto, fue definida por un joven estudiante en el contexto de un examen como “la gorda pornográfica”, quedando el joven y la paleolítica dama inscriptos para siempre en la pequeña historia de la escuela) y culmina con una fotografía que data de 1997 publicada en el Calendario Pirelli, en la que podemos admirar a Mónica Bellucci, modelo y actriz italiana (en este caso, el joven estudiante, proclive a contundentes y decididas definiciones, estuvo muy de acuerdo con el ejemplo que se ponía ante sus ávidos y adolescentes ojos).


Si aceptamos lo afirmado en el párrafo citado, entiendo que tanto la Venus de Willendorf como la sensual Bellucci son bellas toda vez que desearía poseerlas. Y no solo a ellas. Es imposible que un hombre no pretenda poseer la conjunción extraordinaria de la condición femenina, capaz de la sensualidad y la procreación, la que asegura el innato deseo de trascender que –me parece- forma parte de nuestra condición humana.


Creo que en los últimos tiempos esto que expreso ha sido bastante relativizado, por razones que ahora no tiene sentido desarrollar, es más, son bastante conocidas. Me animo a decir que no son pocos (o pocas, para darle el gusto a Cristinita, nuestra Presidente) quienes tienen una visión muy lejana a la que aquí expreso. Los tiempos han cambiado y los valores también (advierto –anticipándome a posibles embates- que rechazo por igual conceptos tales como machismo y feminismo; ambos son expresiones de extremos y tengo una profunda aversión por ellos), al punto que hoy no necesariamente importa la procreación y el concepto de trascendencia ha mutado hacia lo banal y riesgosamente inmediato, alejando contenidos, incorporando imágenes que han llevado a estepas muy lejanas el ya complejo y discutible concepto de realidad.


Y si hay una obra que juega genialmente con los equívocos (o múltiples lecturas), y un artista que supo hacer malabares inimitables con ellos en más de una oportunidad, dejando senderos de duda respecto de la realidad, es inexorable que nos remitamos a Velázquez y su Venus del Espejo, esa imagen que se aparta deliberadamente del puro realismo para internarse en la recreación de un espacio mitológico: Venus observa su rostro en un espejo que es sostenido por un ángel solícito -quien pudiera ser ángel en tales circunstancias ¿no?- mostrándose en plena y relajada posesión de su espléndida y erótica desnudez. En la superficie espejada ella observa con atención su reflejo, borroso, indefinido. Tan indefinido como la idea de belleza. Tan lejana como Venus. Muy cerca, como la mujer amada que está a tu lado.

(*) Storia della bellezza, a cargo de Umberto Eco, RCS Libri S.p.A., Bompanini, Milán, 2004.

Imagen 1: Venus de Willendorf, Kunsthistorisches Museum, Viena, milenio XXX a.C.
Imagen 2: Monica Bellucci, Calendario Pirelli, 1997.
Imagen 3: La Baigneuse endormie, Pierre-Auguste Renoir, 1897.
Imagen 4: La Venus del Espejo, Diego Velázquez, National Gallery, Londres, 1648.

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