21/11/09

Palladio

Vicenza es una ciudad hermosa, armoniosa. Está más o menos en la misma latitud que Venecia, a unos 60 Km aproximadamente, hacia el oeste, en la confluencia del río Bacchiglione con su afluente, el Retrone. Más allá, a unos doscientos Km está Milán, paradigma de “la otra Italia”, que aún hoy se siente más cercana al norte, tierra de lombardos. Es la capital de la Provincia del Véneto. Entre lo que podríamos considerar su casco urbano y los alrededores, alberga cerca de doscientas mil almas. Es hoy uno de los polos industriales de la península itálica y una de las capitales mundiales de la joyería en oro. Pero estos datos pasan a ser irrelevantes cuando descubrimos que (por lo que tengo sabido) es seguramente la única ciudad del mundo que, en un lugar privilegiado, la Piazza dei Signore, al lado de la célebre basílica, cerca de la loggia, rinde homenaje a un arquitecto y no a un guerrero, emperador o gran rey. Homenaje un gran arquitecto y, más que eso, un tipo inteligente: Andrea di Pietro della Góndola, es decir Andrea Palladio.

No debe haber arquitecto en el mundo que, de paso por Vicenza, no se haya sacado una fotografía al lado del monumento erigido en homenaje al gran Andrea. No es un tema menor –me parece- que una ciudad rinda su mejor tributo a un hacedor, diseñador y artista. Diría que es un asunto conceptual. Importa más el pensamiento y la obra de un hombre que puso a Vicenza en el mapa, que cualquier gobernante o guerrero, que no han faltado, por cierto. Pregunto: ¿no es esta una demostración de inteligencia social? Y respondo: estoy convencido de la respuesta afirmativa. Cuando uno camina por las calles de Vicenza respira un aire superador, diferente y –sobre todo- sereno, moderado, tan equilibrado como el Renacimiento. Razón, orden, proporción, armonía. No sé ahora, pero cuando me tocó andar por allí me llamó la atención la actitud de la gente del lugar, particularmente serena, moderada, sumamente educada.

Pero no es la ciudad de Vicenza sino Andrea Palladio el motivo de este artículo, un nuevo ejercicio amateur referido a las cosas que a uno le llaman la atención o sencillamente le gustan. Y a mí, la arquitectura palladiana, su revolucionaria historia y las implicancias que sobre casi toda Europa y -ya que estamos- la América Colonial que empezaba a aparecer en el mapa occidental, me interesan. Porque si admiramos la terrabilitá de Miguel Angel y nos sorprendemos ante las fascinantes elucubraciones y progresistas inventos de Leonardo, no podemos pasar por alto al hombre que supo establecer las normas definitivas del clasicismo, haciendo gala de un pragmatismo sorprendente para su tiempo y una interpretación libre e inteligente de los fundamentos estéticos de un tiempo verdaderamente revolucionario: El Renacimiento Italiano. Palladio señaló el camino de la definitiva liberación. Él, el Miguel Angel de los últimos años, Tiziano, Mantegna y algunos más, abrieron las rígidas compuertas del estricto orden renacentista (lo llaman Manierismo), posibilitando la inmediata explosión de uno de los momentos más creativos, contradictorios y humanos de la historia: el Barroco.

Según escuché decir en una clase al Profesor Guido Beltramini (Director del Centro Internazionale dei Studi Andrea Palladio de Vicenza, reciente curador de las muestras que celebraron los quinientos años del natalicio de Andrea), este singular creador tuvo la genial e innovadora idea de publicar sus Cuatro Libros de la Arquitectura (1570), hecho que posibilitó algo entonces impensado: ya no hacía falta ir hasta Roma para “estudiar” el pasado clásico. Hubo un registro sistematizado y una propuesta. A partir de allí, nació la nueva creación. Las cosas ya no pudieron ser iguales. Como tampoco lo fueron a partir de la reformulación de la “Villa Rural” (partido arquitectónico que ya existía en la Antigua Roma), dándole una organización a lo que no era otra cosa que la estancia de la burguesía agropecuaria de la zona, enriquecida por factores económicos de la época y ansiosa por elevar su nivel de vida, ya que dinero no faltaba. La villa Capra (la Rotonda) y tantísimas más, son el mejor ejemplo de lo que hoy es para nosotros un concepto casi natural: la racionalización sistémica.

El asunto es que el amigo Andrea pensó en esto hace quinientos años. Un adelantado. Y no solo eso: terminó siendo el artífice del dique de contención que su mecenas, Trissino, pensó ante lo que entendía como un agobiante avance de los godos, para nada itálicos. La historia está llena de este tipo de situaciones. De pronto hay un ser que cree en otro ser (hasta puede enamorarse del mismo), lo banca y se produce el cambio, la revolución. Los godos terminaron consagrando el clasicismo de Palladio y ni hablar de los galos o los absortos sajones. Game over.

El "arma" (la esencia fue el propio pensamiento de Palladio), no fue otro que los celebérrimos cuatro libros. El primer libro es una suerte de registro ordenado de los antiguos órdenes arquitectónicos, aquellos surgidos en la remota Grecia, luego resignificados por Roma. El tercero y el cuarto son un muy detallado relevamiento de los distintos templos y demás grandes edificios romanos, ya fuera que aún se encontraran en pie o simplemente se tratara de lejanas ruinas. Pero el más importante de todos es el segundo libro en el que nuestro personaje, que empezó su carrera como un simple cantero, hasta encontrar su destino gracias a la generosidad de Giangiorgio Trissino, tiene la brillante idea de exponer sus propias obras pero de un modo particular: ellas no son publicadas como realmente terminaron siendo sino como el arquitecto consideró que debieron ser y digo más, hubo casos en los que lisa y llanamente revisó sus propios diseños. Lo hizo diez años antes de morir, es decir que se tomó su tiempo y su obra editorial fue deliberada, pensando en un destino superior o trascendente.

No siempre, diría que casi nunca, los arquitectos construimos nuestras creaciones como consideramos que deben ser, y eso si las construimos. Hay factores de todo tipo que atraviesan el proceso creativo si consideramos al mismo como un todo que comienza en la génesis de la idea y el resultado final, eso que vemos y habitamos y llamamos edificio. Bien, Palladio comprendió perfectamente que había factores tales como los propios deseos del comitente o simples cuestiones económicas. En otras palabras, demostró una clara practicidad, al punto de ser quizás el primer arquitecto de la historia que diseñaba obras que él no supervisaría personalmente. Hubo un momento en que se construyeron varias villas en forma simultánea, en base a los diseños del arquitecto y sin que este estuviera presente para dirigir los trabajos. Lo que hoy es un hecho repetido y hasta casi natural, nunca había pasado antes. Una conjunción singular: creación y praxis. Sistematización, insisto. Sin embargo, a la hora de manifestar su verdadero pensamiento, procede a publicar los proyectos que pensó eran los más adecuados, más allá de los cambios que la realidad impuso cuando ellos fueron construidos.

Vamos cerrando este desordenado artículo. Iñigo Jones, gran arquitecto inglés entonces escenógrafo de la corte, lleva los cuatro libros a Londres. Replica en alguno de sus diseños lo hecho por el italiano. Luego, Lord Burlington (en realidad Richard Boyle, otro arquitecto) toma la obra de Palladio y diseña numerosos edificios siguiendo los parámetros establecidos por el italiano. En menos de lo que canta un gallo, la Francia –siempre compitiendo con sus “primos” allende el canal- se subsume en el campo del clasicismo, al punto que el gran Luis XIV idea una defensa económica frente al aluvión que se le venía encima gracias a la incipiente Revolución Industrial. Inventa “La Academia” y consagra “Los Estilos”. Frente a la industrialización, artesanía de calidad y cierre de mercados. Nada, cosa de reyes y sonsos, como nuestros gobernantes quienes, para colmo de males, hace rato olvidaron el concepto de calidad.

Luego, no hizo falta el más mínimo esfuerzo para que estas ideas o conceptos estéticos y/o arquitectónicos cruzaran el Atlántico, para instalarse en la América que surgía a pasos agigantados, especialmente en el norte. ¿Debo señalar las características de la arquitectura sureña de los Estados Unidos o la de los más rancios y “fundadores” estados complejamente unidos del norte de América? ¿Les suena Boston y alrededores? En fin, que hay mucha tela para cortar. Acá, en el sur, esperamos hasta el siglo XIX y la historia es distinta, otro día la contamos.

Creo que si alguien le hubiera dicho a Andrea Palladio que iba a armar semejante despelote, no se la creía, por más que su autoestima supo ser poderosa. Terminemos esto, veamos un video. Ciao.

2 comentarios:

Palabras como nubes dijo...

Qué buenísimo este video! Y la música, un espectáculo aparte.
No se nada de arquitectura, por eso me gusta venir aquí y aprender. Tengo una extraña -y emperdernida- fascinación por el asombro, y todo lo que acabo de ver aquí -textos y video- ha logrado esta emoción. Gracias por compartir desde el material hasta tus conocimientos.
Abrazo
Jeve.

ars dijo...

¿Conocimientos? No, ojalá yo supiera, pero en serio. Esto es una especia de deporte, apenas un acto amateur. Pero, eso sí, siempre apasionante.
Luego, el video, está fenómeno. Lo bueno de Internet es que si buscás un poco, te encontrás con cientos y cientos de cosas más que interesantes, buenas, enriquecedoras. Uno es curioso ¿viste?