Tengo en mis manos un ejemplar de las obras completas de Jorge Luis
Borges, editada por EMECÉ Editores (Buenos Aires, 1974), que alguien me regaló
por aquellos años, me parece que en el ´78. Este libro, el objeto en
particular, es incómodo. Pero su contenido, hablo de Borges, borra toda
adversidad circunstancial.
El objeto, la publicación aludida, ya se cae a pedazos. Fue recorrido muchas
veces. A Borges se lo lee, relee y se lo vuelve a leer. Así me lo dijo el
bibliotecario de mi escuela secundaria la primera vez que puso en mis manos una
obra de Borges. Tuvo razón. Y anoche volví, como en las Ruinas Circulares.
No fue casual el asunto. Hará un mes, más o menos, mi hija me prestó un excelente ensayo de Beatriz Sarlo (“Borges, un escritor en las orillas”, EMECÉ
Editores / Seix Barral, Buenos Aires, 2º edición, 2007), que –además de resultar
una obra esclarecedora, muy buena a mi juicio- me indujo a volver, como decía,
a las páginas mi amado y sobado libro, aquel que me regalaron tiempo atrás.
¿Por dónde regresar sino por Evaristo Carriego? Voy, arbitrario, con la
reproducción de algunos párrafos de esta obra que –si no me equivoco- se
publicó por primera vez en 1930. Se trata de algunas reflexiones que me
interesan.
“Hablar de tango pendenciero no basta; yo diría que el tango y que las
milongas, expresan directamente algo que los poetas, muchas veces, han querido
decir con palabras: la convicción de que pelear puede ser una fiesta.”
“La música es la voluntad, la pasión; el tango antiguo, como música,
suele directamente trasmitir esa belicosa alegría cuya expresión verbal
ensayaron, en edades remotas, rapsodas griegos y germánicos. Ciertos
compositores actuales buscan ese tono valiente y elaboran, a veces con
felicidad, milongas del bajo de la Batería o del Barrio del Alto, pero sus
trabajos, de letra y música estudiosamente anticuadas, son ejercicios de
nostalgia de lo que fue, llantos por lo perdido, esencialmente tristes aunque
la tonada sea alegre. Son a las bravías e inocentes milongas que registra el
libro de Rossi lo que Don Segundo Sombra es
a Martín Fierro o a Paulino Lucero.”
“Tal vez la misión del tango sea […] dar a los argentinos la certidumbre
de haber sido valientes, de haber cumplido ya con las exigencias del valor y el
honor.”
“Nuestro pasado militar es copioso, pero lo indiscutible es que el
argentino, en trance de pensarse valiente, no se identifica con él […] sino con
las vastas figuras genéricas del Gaucho y del Compadre. Si no me engaño, este
rasgo instintivo y paradójico tiene su explicación. El argentino hallaría su
símbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aquél por
las tradiciones orales no está al servicio de una causa y es puro. El gaucho y
el compadre son imaginados como rebeldes; el argentino, a diferencia de los americanos
del norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello
puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible
abstracción (1); lo cierto es que el argentino es un individuo, no un
ciudadano.”
(1)
“El Estado es impersonal; el argentino sólo concibe
una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un
crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o disculpo.”
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