20/5/10

Doscientos (20 de mayo)


Saavedra llegó de San Isidro, muy retrasado, la mañana del 20. Fue hablado por los carlotistas. Su temperamento conciliador y legalista le hace preferir el “cabildo abierto” a la revolución directa que querían sus amigos patricios, y junto con Belgrano va a entrevistar al alcalde Lezica a quien hablan que el pueblo “vacila sobre su actual situación y sobre su suerte futura”, corriéndose el riesgo de una “lastimosa fermentación” si no se “resuelve lo más acertado” (informe de Lezica). Al mismo tiempo Castelli entrevista –o ha entrevistado ya- al síndico Leiva para ponerlo del lado de un “cabildo abierto”. Lezica corre al fuerte (es mediodía) y habla con el virrey, quien pide oírlo también al síndico; llega éste y explica que un “cabildo abierto o congreso general de la parte principal y más sana del pueblo” sería el expediente para encauzar la conmoción por vías pacíficas. Está presente el fiscal Villota de la Audiencia: Leiva y Villota debieron aconsejar al virrey que aceptase el cabildo abierto para poder diferir la sustitución del virrey (como lo propuso Villota el 22), a la reunión del Congreso General de todo el virreinato anunciado por Cisneros en su proclama.
El virrey quiso agotar la posibilidad de su proclama del 18: esto es, quedar en el gobierno hasta la reunión de un Congreso General del Virreinato. Confiaba en su amistad con Saavedra y Pedro Andrés García para que los comandantes contuviesen al pueblo y evitaran los tumultos. Citó a los jefes de milicias y fuerzas regladas para las 7 de la tarde; les hizo presente el “peligroso estado del pueblo y el desarreglo de sus intempestivas pretensiones” al querer reemplazarlo en forma tumultuaria; recordó sus “reiteradas protestas y juramentos de defender la autoridad y sostener el orden público”, preguntándoles finalmente si era posible “sostenerlo en el mando”.
Saavedra en nombre de los jefes urbanos dijo, según sus memorias: “El que dio autoridad a V.E. para mandarnos ya no existe; por consiguiente, tampoco V.E. la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas a mi mando para sostenerse.” No debieron ser tan terminantes sus palabras, pues Cisneros asegura en su informe que “se explicó con tibieza”. Pero con sus palabras se enteró el virrey “que si no eran los comandantes los autores de semejante división y agitaciones, estaban por lo menos de conformidad y acuerdo con los facciosos”. Sin apoyo de la fuerza, Cisneros condesciende a “a esperar el resultado del Congreso del vecindario, librando el éxito al voto de los buenos”.

Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.177-178)

Acerca de José María Rosa (ver aquí)

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