15/8/11

Jean Auguste

Jean Auguste Dominique Ingres ha sido, posiblemente, el alumno más notable de Jaques David. Como su maestro también pintó cuadros que transmiten un claro mensaje ideológico aunque, contrariamente a la manifiesta actitud militante de su maestro, Jean Auguste estuvo lejos del activismo político.
Respecto del activismo político de Jaques hay un detalle que no puedo pasar por alto, aún a costa de repetir lo ya dicho en otra ocasión. Resulta que Jaques Louis David, creador de una obra paradigmática en términos plásticos e ideológicos, manifiesto político contundente, El Juramento de los Horacios, terminó ocupando un puesto como pintor de cámara en la corte de Napoleón I, Imperator. Gran paradoja.
Vuelvo a Ingres. Y lo hago sin anestesia: no se me mueve un pelo cuando observo su obra. Por más esfuerzos que he hecho para que su pintura me cautivara, no me gusta. No me penetra, no siento nada frente a sus cuadros. Y nada es nada.
Sin embargo no puedo pasar por alto que Jean Auguste ha sido uno de los más importantes artistas del movimiento neoclásico del siglo XIX. Una cosa es que la obra de un artista dispare sentires, reflexiones, pensamiento, placer estético, admiración, o lo que se te ocurra; muy otra es que ella no tenga la calidad suficiente como para ser apreciada o reconocida. No siento el impacto de ningún disparo pero reconozco una presencia indiscutible.
He leído por ahí que Ingres concibió una suerte de “idea” de la belleza basada en formas clásicas puras, concepto que le ayudó a encontrar la armonía y el equilibrio absoluto entre los elementos del cuadro. El se consideraba principalmente un dibujante y se mantuvo cerca de la naturaleza, a la que idealizaba de forma neoclásica. La iconografía del neoclasicismo que encontró en David la señal portadora de la virtud revolucionaria, con Ingres deviene en la expresión de una belleza casual de las formas básicas o elementales. Justamente es este el punto. Pienso que los movimientos artísticos, los que pesan y trascienden, o son contundentes o no son. El neoclasicismo lo ha sido. Ingres, a su modo también, aunque me da la sensación que hay “algo” que está faltando.
Las expresiones clasicistas son diversas y es común caer en errores de apreciación cuando se pretenden identificar diferencias a la hora de revisar o analizar períodos, momentos de la historia occidental, todos ellos distintos pero fundamentados en el paradigma clásico. El calificativo “clasicista” aplicado a las artes visuales puede resultar un tanto confuso y es excelente para "salir del paso" en más de una ocasión.
Creo haber comentado en anteriores artículos que este clasicismo propio de buena parte del siglo XIX es una variante en el complejo y amplio espectro de las reacciones contra el barroco y, sobre todo, el rococó. La pintura de Ingres se inscribe en este contexto y se contrapone claramente a una suerte de neobarroco propio de los románticos franceses, con Delacroix y Géricault a la cabeza.
Lo interesante del caso es que estos románticos también rechazan el estado ficcional o absorto -digamos decadente- del rococó mientras abren su crítica a la supuesta objetividad de las ideas neoclásicas, denunciando sus contradicciones, asumiendo una actitud militante, construyendo otra ficción. Buena ensalada ¿no?
Ingres, un tanto más desapasionado, sometió su pintura a una exacta observación y posterior representación de naturaleza, actitud que lo llevó a centrar toda su atención en el contorno de las formas, creyendo que de allí surgía la pureza, la belleza, el esplendor de sus representaciones. Digo “representaciones”, vocablo clave si se pretende una aproximación al tema que nos ocupa.


Una de las obras más difundidas de Jean Auguste es La gran bañista de Valpinçon, un óleo sobre lienzo que data de 1808, 146 x 98 cm, que pertenece a la colección del Musée du Louvre, parís. A primera vista parece una obra intrascendente. Si nos atrevemos a una segunda mirada es posible que podamos ir desgranando detalles interesantes en esta célebre pintura que no es otra cosa que un desnudo más. Ingres es preciso, casi exacto. No está tan mal, por más que –repito- en lo personal no me llame demasiado la atención. No puedo dejar pasar la precisión y detalle que el artista logra, el sutil uso de la luz, la cuidada intimidad del momento reflejado.
Vamos terminando. Dicen los que saben que la unidad del arte se rompió finalmente en las postrimerías del siglo XVIII. Desde ese momento diferentes estilos artísticos convivieron paralelamente. Al crecimiento de la mirada neoclásica se opuso un estilo pictórico que antepuso una forma gloriosa e idealizada de los sentimientos al cálculo racionalista: el romanticismo. Y, aunque ambos estilos parezcan tan diferentes, no son otra cosa que dos caras de la misma moneda que representa la liberación del arte de sus ataduras, que se alzó como máxima premisa la expresión subjetiva y el mensaje personal. No es poco. Nada menos que el comienzo del cambio.

6/8/11

Simplezas

Muchas veces nos preguntamos dónde está el arte, de qué se trata. Evito opinar respecto de las respuestas que nos brindan los que saben, toda vez que no sé nada. Supongo que hay arte cuando podemos percibir esencia estética. Como ven, amigos de ars, voy por la tangente. No es cuestión de complicarse en rotundas disquisiciones, muchas veces inconducentes.

Volviendo al punto creo que importan, claro está, la complejidad y excelencia técnica. Poseer una técnica superior es en sí una manifestación de arte. Pero esto no alcanza toda vez que allí no necesariamente está el arte. Suele ser más sencillo en más de una ocasión. Bah, en muchas ocasiones.

La músicas populares (en particular las más sencillas, aquellas que muchos comparten), como otras expresiones surgidas de los seres llanos indican un norte que no podemos permitirnos perder. Hay otros "nortes" y enhorabuena, pero nunca olvidemos la esencia, el comienzo de las cosas. Ilustro con un simple ejemplo. Hay millones.


Apenas tenemos medio vaso de agua, pero resulta que estamos en medio del Sahara. Lo obvio trasciende.