5/9/24

ACA ESTAMOS

Hace diez años y monedas desde que publiqué algo por este rinconcito. Pasaron muchas cosas.

Yo pensaba que esto era un asunto terminado. Ahora dudo.

Pero siempre hay un detalle que modifica las cosas. Se sabe, los detalles son los que definen todo. 

Intentaré un regreso, no sé ni por qué, para qué y, sobre todo sobre qué. Supongo que el viento, que siempre sabe acomodar las cosas, me llevará a algún sitio.

Iremos viendo.

18/7/13

Nieve, veredas y matemáticas.

Hace un par de días nevó en Ushuaia. Era esperable, estamos en pleno invierno y esto es el sur.

Mi relación con la nieve y el invierno ha ido mutando a medida que los años fueron pasando. A modo de confesión me animo a decir que cada vez me interesan menos. Y mucho menos me interesa hacer lo que todo vecino debe hacer a la hora de la nevada: limpiar su vereda para permitir la circulación de las personas en condiciones admisibles, por decirlo de algún modo. La simple visión de la pala para limpiar la nieve me cansa.

Estaba yo, entonces, en la disquisición de cumplir con mi necesaria obligación de vecino (palear la nieve y limpiar la vereda), o de hacer la de muchos otros: que la gente se joda y el posterior hielo les impida lo que nunca debería ser impedido: caminar por la ciudad. En eso estaba, decía, cuando escucho unas tímidas palmas en mi puerta, llamando sin ánimos de animarse al timbre. Tres pibes, no más de 12 o 13 años. Nariz colorada por el frío, camperas, palas inadecuadas y mucha actitud.

- ¿Quiere que le limpiemos la vereda, señor?
- ¿Y cuánto me cobran?
- Cien pesos, señor.
- Noooo… Eso es mucho…
- Pero somos tres. Tenemos que dividir por tres para que nos rinda…
- Cien no es divisible por tres…
        
Momento de confusión matemática. El más osado, que claramente llevaba la voz cantante, se hizo un nudo. Un petisín, en voz baja y rápido para las cuentas, desliza:

- Bueno, noventa. Que es divisible
- Es mucho, pago cincuenta
- Pero no es divisible, señor, dice el chiquitín.
- Está bien, hacemos sesenta. ¿Les parece?

El líder entra en dudas y, en voz baja le pregunta a sus dos compañeros, “y cuánto es para cada uno”. Hubo un silencio, propio del desconocimiento de ciertas tablas de multiplicar pero, entre nada y los sesenta, los chicos empezaron a darle a la pala, con la energía que todo chico tiene a semejantes edades.

Muy rápidamente terminan su tarea, no era tanta la nieve. Mientras tanto yo aproveché para ir al almacén de al lado de mi casa para rogarle al dueño que me diera tres billetes de veinte pesos, uno para cada uno, a los efectos del necesario, matemático y posterior reparto. Lo logré y, a la hora de los bifes procedo a cancelar el compromiso contraído.

-Tomen, chicos. Veinte para cada uno. Veinte por tres es sesenta.
- Eso, dice el pigmeo.
- ¿Y ahora qué hacemos? Dice el del medio, un pibe reservado y trabajador.
- Y sigan buscando clientes, digo.
-¿Adónde, señor? No contestan el timbre…
-Si quieren los acompaño un par de cuadras. Puedo hablar con algunos vecinos conocidos…
-Gracias señor, pero no hace falta. Ya vamos a ver lo que hacemos, terminó el líder. El tipo podrá estar flojo con las matemáticas pero tiene carácter. U orgullo, que es mejor.

Y ahí se quedaron conferenciando y analizando qué hacer. Era su primer trabajo y el primer dinero ganado en el emprendimiento recién comenzado. Los escuché hablar sobre repartir en cada momento o, por el contrario, juntar todo en una única bolsa y luego repartir. Parece que la experiencia matemática no los había satisfecho demasiado. Ellos querían cien.

Los espero para la próxima nevada, con los cuarenta restantes. Una clase es una clase, en cualquier lado y en cualquier lugar. Son pibes del barrio y volverán, como las golondrinas.

27/1/12

Cuadrados


“Lo que aquí cuenta, desde el principio hasta el final, no es el supuesto conocimiento de unos supuestos conocimientos de unos supuestos hechos, sino la visión, ver. Ver (…) va asociado a la fantasía, a la imaginación. Esta vía de indagación conducirá, de una constatación visual de la interacción de un color con otro, a una conciencia de la interdependencia del color con la forma y la ubicación, con la cantidad (que mide las magnitudes de extensión y/o número, incluida la recurrencia), con la cualidad (intensidad luminosa y/o tonalidad) y con la acentuación (por límites que unan o separen)”[i].

Noche. Presencias, penas y olvidos se diluyen, sin desaparecer. La luz nos abandona y no vemos, aunque nuestro pensamiento continúe haciéndolo. Podría tratarse de sueños aunque no hace falta tanto: las imágenes están allí, siempre. Y con ellas el color. No podemos desprendernos de él, porque hemos visto y nos han contado. Así y todo, las sombras hacen su trabajo, inquietante. Lo visto y lo que nos ha sido relatado nos pertenece, es inherente a nuestro ser. También lo que no podemos ver. Imaginamos.

 El día que acaba ha sido azul, quizás celeste. Apenas unas horas atrás un cielo apabullante acompañó nuestro despertar. Azul y cielo, asociación instintiva, cultural me animo a decir. Azules esperanzadores que ensanchan expectativas e invitan a levantar la mirada. Pero… ¿Dónde está el cielo? ¿Es azul? Podría ser rojo, también gris. ¿No era, acaso, que los grises pertenecen al reino de la noche, donde se regodea la penumbra? ¿Y si se trataba del mar, el que suele ser verde?

No. Definitivamente el cielo fue azul y en él brilló el rojo intenso del sol. Porque lo vemos amarillo pero sabemos que es más rojo que amarillo. El explota, es fuego, y gases de color incierto lo rodean. Sin  embargo dudo: hemos visto llamas azules en el fuego. Van Gogh lo vio naranja, también amarillo. No recuerdo si el rojo estuvo en su paleta. Pero El es rojo… ¿Lo es? ¿Dónde están las sombras de la noche, me pregunto, mientras pienso en los colores del sol? ¿Acaso el sol tiene color, o el aire, es decir el cielo?

Y el mar también está, verde o azul. Gris y marrón en la tormenta, dorado en la paleta de Caspar Friedrich, atardeceres mediante o a la luz de la luna; blanco en la cresta de sus olas, cuando estallan en algún acantilado o simplemente se diluyen en el llano de la playa, aunque el agua es incolora, lo sabemos. Como sabemos de los cambiantes colores del mar, que es agua. Es curioso, hablo de los colores del mar y resulta que es de noche, no hay luz. No lo veo, solo lo intuyo, sé que allí está y pienso en su color. Podría tratarse del bosque y no del mar. ¿Es el bosque verde? Hay fuego en el bosque, entonces es rojo. ¿Puede ser rojo el mar? Dicen que las noctilucas lo aseguran.

¿Qué vemos los que decimos ver? Colores. Todo un tema.







[i] ALBERS, Josef. La interacción del color. Madrid, España, 1º edición 1963, Yale University, Alianza Forma, 1979.