“Lo que aquí cuenta, desde el principio hasta el
final, no es el supuesto conocimiento de unos supuestos conocimientos de unos
supuestos hechos, sino la visión, ver. Ver (…) va asociado a la fantasía, a la
imaginación. Esta vía de indagación conducirá, de una constatación visual de la
interacción de un color con otro, a una conciencia de la interdependencia del
color con la forma y la ubicación, con la cantidad (que mide las magnitudes de
extensión y/o número, incluida la recurrencia), con la cualidad (intensidad
luminosa y/o tonalidad) y con la acentuación (por límites que unan o separen)”[i].

Noche. Presencias, penas y olvidos se diluyen, sin
desaparecer. La luz nos abandona y no vemos, aunque nuestro pensamiento continúe haciéndolo. Podría tratarse de sueños aunque no
hace falta tanto: las imágenes están allí, siempre. Y con ellas el color. No podemos desprendernos de él,
porque hemos visto y nos han contado. Así y todo, las sombras hacen su trabajo, inquietante. Lo
visto y lo que nos ha sido relatado nos pertenece, es inherente a nuestro ser. También lo que no podemos ver. Imaginamos.
El día que acaba ha sido azul, quizás celeste. Apenas unas horas atrás un
cielo apabullante acompañó nuestro despertar. Azul y cielo, asociación
instintiva, cultural me animo a decir. Azules esperanzadores que ensanchan expectativas e
invitan a levantar la mirada. Pero… ¿Dónde está el cielo? ¿Es azul?
Podría ser rojo, también gris. ¿No era, acaso, que los grises pertenecen al
reino de la noche, donde se regodea la penumbra? ¿Y si se trataba del mar, el
que suele ser verde?

No. Definitivamente el cielo fue azul y en él brilló el rojo
intenso del sol. Porque lo vemos amarillo pero sabemos que es más rojo que
amarillo. El explota, es fuego, y gases de color incierto lo rodean. Sin
embargo dudo: hemos visto llamas azules en el fuego. Van
Gogh lo vio naranja, también amarillo. No recuerdo si el rojo estuvo en su
paleta. Pero El es rojo… ¿Lo es? ¿Dónde están las sombras de la noche,
me pregunto, mientras pienso en los colores del sol? ¿Acaso el sol tiene color,
o el aire, es decir el cielo?

Y el mar también está, verde o azul. Gris y marrón en la tormenta, dorado en la paleta de Caspar Friedrich, atardeceres mediante o a la luz de la luna; blanco
en la cresta de sus olas, cuando estallan en algún acantilado o simplemente se
diluyen en el llano de la playa, aunque el agua es
incolora, lo sabemos. Como sabemos de los cambiantes colores del mar, que es agua. Es
curioso, hablo de los colores del mar y resulta que es de noche, no hay luz. No lo veo, solo lo intuyo, sé que allí está y pienso en su color. Podría tratarse del bosque y no del mar. ¿Es el bosque verde? Hay fuego en el bosque, entonces es rojo. ¿Puede ser rojo el mar? Dicen que las noctilucas lo aseguran.
¿Qué vemos los que decimos ver? Colores. Todo un tema.
[i] ALBERS, Josef. La
interacción del color. Madrid, España, 1º edición 1963, Yale University,
Alianza Forma, 1979.
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