El medioevo es un largo período de la historia. Son muchos los procesos que lo caracterizan y encuentro apasionante recorrer las historias y revisar la obra plástica de aquellos hombres y mujeres, supuestamente tan lejanos a nuestra realidad, modelo siglo XXI, aunque no necesariamente estén tan lejanos, conceptualmente hablando.
No hemos evolucionado tanto, me parece; en todo caso explicamos muchas cosas que reconocen amplias similitudes con otras palabras, probablemente políticamente más correctas. Ejemplo de manual: guerra, sufrimiento de los más desplazados, hambre y exterminio, castigo al infiel. Hoy nos basta con referirnos a efectos colaterales no deseados, lucha por la Democracia mediante. Toda una construcción, hay que admitirlo. Da gusto ser civilizado y políticamente correcto. Quien ejerce (y posee) la fuerza necesaria está habilitado a hacer "pelota" a quien se le ocurra sin culpa alguna. Desde un taxista a quien le partieron la cabeza hace un par de años en plena avenida 9 de Julio (Buenos Aires), hasta la tragedia de Gaza.
Pero volviendo al medioevo hay un hecho –al menos en el ámbito de la plástica- que es único, original y absolutamente magistral: el Gótico. Término que proviene de los más ilustres pensadores del Renacimiento, despectivo. Gótico, propio de los Godos, es decir aquellos “bárbaros” que, como Asterix, enfrentaban al Imperio Romano, una de las creaciones más absolutas de la historia, síntesis de la antigüedad en su conjunto.
Si hay algo que caracteriza al período gótico son dos elementos que, asociados, dieron como resultado una de las creaciones más espectaculares del hombre en su afán de expresión estética. La audaz arquitectura, elevada hacia lo divino, hacia el cielo mismo; y las vidrieras o vitreaux, que desplazan a las pinturas, aportando lo más maravilloso de este tipo de expresión artística: el uso de la luz. Es decir que volvemos al inicio de este humilde comentario: La luz.

Es la catedral de Saint-Denis el primer edificio gótico, al menos que yo sepa, aunque cabe citar el caso de Mont Saint Michelle, lugar especial, si los hay.


Sin embargo, creo que el monumento que maximiza este concepto de luz, vidrieras mediante, es la Sainte-Chapelle, del palacio de París, construida entre 1243 y 1248, donde se reproduce uno de los ciclos más completos del Antiguo Testamento. Eso sí, aquí ya no hay intervención popular. Es obra del Rey Luis.


La forma de andamiaje de la nueva iglesia occidental significa desmaterialización y con ella espiritualización, en una medida que la arquitectura no había alcanzado nunca aún, ni siquiera en San Vitale o Santa Sofía.
La arquitectura clásica, en especial la romana, que ha hecho posible, pasando por la románica, finalmente dicha forma está tan completamente superada, que parece haberse cambiado en su contrario. El valor de las columnas, que consiste en su relación con el cuerpo humano, y que todavía era efectivo en el románico y en el gótico primitivo, ha desaparecido. En las columnas y pilares de las catedrales góticas se han hecho imposibles la transmisión de masa y los grandes sentimientos del propio cuerpo, así como la alta elevación hace inconmensurable el espacio, puesto que su única limitación, el cierre de la cúpula, quedaba en la luz mística de los vitrales en constante penumbra.
El espacio sacro se apartó de ese modo tanto de cualquier similitud con el mundo profano, que obtuvo el carácter de lo no terrenal. La iglesia se había convertido en la real Jerusalén divina que recibía a los creyentes ya en la tierra. La antitesis del mundo clásico, había sido definitivamente formulada.
(1) Bellezza. Storia di un'idea dell' occidente, a cargo de Humberto Ecco. Reproducida en Historia de la Belleza, Editorial Lumen, 2004, Barcelona.
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