29/11/09

No te acostumbres, por favor



Acoto: él o ella no dejaron el banco de la escuela para ir a trabajar. Uno mató por veinte pesos y un teléfono móvil. La otra hace rato que es víctima de la trata de blancas, sujeto de la violación. Ambos le dan al paco o lo que sea. O no, por ahí tienen "un plan" y hacen piquetes a medida de los punteros de ocasión. Quizás sólo se limitan a romperse el alma haciendo lo que puedan porque todavía tienen sentido de la dignidad, esa que parece ser no da réditos.

28/11/09

Divagando un poco, es sábado.

Urbano VIII fue nombrado pontífice de Roma en condiciones algo azarosas, luego de la muerte de Gregorio XV. El Papa Barberini, nacido en Florencia en el seno de una familia noble, fue enviado a Roma por su madre luego de fallecer su padre, quedando a cargo de su tío Francesco Barberini, alto funcionario de la corte papal. En realidad en el cónclave no había acuerdo entre franceses y españoles; las cosas venían empatadas y no por el Barberini, toda vez que la lucha era otra, hasta que una amenza de peste hizo que los protagonistas "apuraran el trámite" y, decisiones tomadas, pusieran pies en polvorosa. La vida te da sorpresas...

Urbano es un nombre de origen latino, “Urbanus”, algo así como “quien es de la ciudad” o “el que es un ciudadano”. Es decir que, en términos de la cultura de la vieja Roma, un Urbano no era cualquier cosa. Era un ciudadano, nada menos. Y si no lo era, estaba el deseo de sus padres que lo fuera. Recuerden: S.P.Q.R.

Un ciudadano de Roma era algo importante, concepto que –admitámoslo- en estos días está bastante depreciado en nuestros pagos; ser un ciudadano en la Argentina de hoy es algo así como ser el último orejón del tarro, ya que se pretende que seamos borregos funcionales a sistemas decididamente agotados. Y tanto es así que (y pido perdón a quienes visitan este sitio y no habitan nuestras contradictorias tierras) vemos cotidianamente una publicidad de un banco oficial que promueve asumir una conducta borreguil para acceder a créditos supuestamente accesibles y ventajosos (que no lo son) para la gente que necesita tener su vivienda. Es el colmo. Parece ser que a los “creativos” publicitarios (y sus mecenas, los funcionarios de turno) no les basta con que sean millones quienes no tienen un techo, sino que descaradamente transmiten el siguiente mensaje: "sé una oveja obediente; sé un trucho; disimulá, boludo y comenzá a bajarte los lienzos. Yo soy un langa que habla con la papa en la boca y vos un salamín que labura, gilún." Lo patético es que los giles vamos.

Volviendo al amigo Urbano VIII, y digresiones pasionales (posiblemente inconducentes) al margen, podríamos decir que algún honor hizo a su nombre papal. Por lo pronto supo anexar a los territorios papales el condado de Urbino (el de la Venus de Tiziano, nada menos) a partir de la persuasión y sin un solo tiro. Bastó que Francesco María (II) della Rovere se pusiera viejo y le pesaran los pecados que sólo su conciencia habrá sabido, aunque los imaginamos; esos no eran tiempos de medianidades y simulaciones extremas. Cuando se iba a los bifes, ellos eran debidamente degustados.

Tampoco se comportó con demasiada urbanidad, dicho sea de paso. Bien que se ocupó de hacer de las suyas, jugando en un tablero de ajedrez entre los dos poderes católicos de aquel entonces: Francia y España (Portugal agradecido, logró su autonomía). Yo diría, sin ser un conocedor de la historia, que el papa Barberini era un jodido; y encima nepotista. Parecido a varios y curiosos (¿curiosos; qué esperábamos?) líderes de nuestro tiempo que no necesito nombrar, toda vez que los conocemos, sabemos de ellos, aunque no terminamos de decidirnos de una buena vez por todas a asumir nuestra responsabilidad ciudadana y -sobre todo actuar- estableciendo el límite, diciendo "¡basta ya! No te voto y espero que te juzguen por tus pecados, que ya no se lavan con una donación de territorios."

Sin embargo, cosas del poder, el tipo no solo ha quedado en la historia por su reinado pontificio, en todo caso un aspecto historiográfico. Creo que la historia lo galvanizó porque –en su orgullo- pretendió hacer “algo” con Roma. Y, para su suerte y la de ellos mismos, allí estaban nada menos que Carlo Maderno, Borromini y el gran Gian Lorenzo Bernini. Hubo más, pero con estos tres alcanza y sobra.

¿Hace falta refritar la obra de Bernini? ¿Es necesario recordar que Maderno le encontró “la vuelta” al mastodonte de San Pedro y resolvió su fachada final? ¿Podemos dejar pasar las magistrales ilusiones ópticas y el manejo de las curvas de Borromini?


Como era de esperar, Urbano avanzó en la construcción un palacio urbano, nada menos que el Palazzo Barberini. Lo inicia Maderno, Bernini pone su impronta y el moño está a cargo de Borromini, en particular con su escalinata elíptica. Una belleza y un alarde geométrico, al punto de igualar (o superar quizás) las dobles escaleras pensadas por Leonardo, hechas en Fontainebleau siguiendo los deseos de Francisco I, impetuoso rey de Francia.


Estamos en el Barroco Italiano, diría que específicamente el de Roma. Todo empezó a moverse. Curvas, agua y fontanas por todas partes, piazzas, más curvas y una expresiva carnalidad que colma, abruma. Puro dramatismo escénico, excelsa ficción.

Volviendo al palacio, me animo a decir que es –todavía- bastante palladiano (años más tarde las efusividades arquitectónicas explotaron, especialmente las del propio Bernini) como se observa particularmente en la ordenada fachada del edificio, que muestra una tendencia clasicista en vías de mayores libertades. A mi me gusta y mucho, la obra se encuentra en un punto intermedio entre el orden estricto de los maestros del Renacimiento y la voluptuosidad de posteriores exageraciones barrocas y su sucedáneo, el Rococó. Es como el asado: “vuelta y vuelta, cocido, nunca seco o pasado”. Sólo faltaría un buen vino. Y él estuvo.


Pietro da Cortona supo despacharse con un genial fresco, aludiendo a la Divina Providencia, una fuga hacia “el cielo” sólo superada, en mi humilde opinión, por la magistral obra de Andrea Pozzo en la iglesia de San Ignacio.


En fin, no se como llegué aquí. Digamos que es un sábado a la tarde, estoy de sobremesa y las condiciones ambientales dan para el divague. Ergo, divago. Puras asociaciones ilícitas. Sólo eso.

Homenaje a mi madre

93

Si yo fuera de madera
no me estaría quieta.
De noche, despacito, me habría de escapar
hacia un astillero,
para volverme barco flotando en alta mar.
Sería un barco contento
buscando aventuras en los oceanos
gozoso de la libertad.
No le pondría ancla.
Mi barco no se saciaría de inmensidad.
Después, al morir
sus restos flotarían
en la azules aguas del mar.


Carmen Arjonilla; Sentimientos; Nuevas Ediciones Argentinas, Bs. As. 1974.
Mi madre, Carmen, hace ya unos meses que flota alegre en el mar. Es justo que así sea.

26/11/09

Doll Face

Hurgueteando por ahí me encontré (después de unos tres millones de personas, que es lo mismo que decir ¡vaya novedad, Francisquito!), con un inquietante video, una expresión de arte contemporáneo creada por Andrew T. Huang.
Comparto con el visitante desprevenido esta obra y, además, me permito pedir opinión al respecto.



No me voy a hacer el distraido. Tengo un par de opiniones, pero no termino de ordenar las ideas. Dudo. La obra en sí es más que ingeniosa, diría que muy interesante, aunque verla me produce un no se qué, quizás un cierto escalofrío. También están claros (me parece) algunos sentimientos propios de la naturaleza humana. Pero después... ¿qué más? Escucho ofertas.

21/11/09

Palladio

Vicenza es una ciudad hermosa, armoniosa. Está más o menos en la misma latitud que Venecia, a unos 60 Km aproximadamente, hacia el oeste, en la confluencia del río Bacchiglione con su afluente, el Retrone. Más allá, a unos doscientos Km está Milán, paradigma de “la otra Italia”, que aún hoy se siente más cercana al norte, tierra de lombardos. Es la capital de la Provincia del Véneto. Entre lo que podríamos considerar su casco urbano y los alrededores, alberga cerca de doscientas mil almas. Es hoy uno de los polos industriales de la península itálica y una de las capitales mundiales de la joyería en oro. Pero estos datos pasan a ser irrelevantes cuando descubrimos que (por lo que tengo sabido) es seguramente la única ciudad del mundo que, en un lugar privilegiado, la Piazza dei Signore, al lado de la célebre basílica, cerca de la loggia, rinde homenaje a un arquitecto y no a un guerrero, emperador o gran rey. Homenaje un gran arquitecto y, más que eso, un tipo inteligente: Andrea di Pietro della Góndola, es decir Andrea Palladio.

No debe haber arquitecto en el mundo que, de paso por Vicenza, no se haya sacado una fotografía al lado del monumento erigido en homenaje al gran Andrea. No es un tema menor –me parece- que una ciudad rinda su mejor tributo a un hacedor, diseñador y artista. Diría que es un asunto conceptual. Importa más el pensamiento y la obra de un hombre que puso a Vicenza en el mapa, que cualquier gobernante o guerrero, que no han faltado, por cierto. Pregunto: ¿no es esta una demostración de inteligencia social? Y respondo: estoy convencido de la respuesta afirmativa. Cuando uno camina por las calles de Vicenza respira un aire superador, diferente y –sobre todo- sereno, moderado, tan equilibrado como el Renacimiento. Razón, orden, proporción, armonía. No sé ahora, pero cuando me tocó andar por allí me llamó la atención la actitud de la gente del lugar, particularmente serena, moderada, sumamente educada.

Pero no es la ciudad de Vicenza sino Andrea Palladio el motivo de este artículo, un nuevo ejercicio amateur referido a las cosas que a uno le llaman la atención o sencillamente le gustan. Y a mí, la arquitectura palladiana, su revolucionaria historia y las implicancias que sobre casi toda Europa y -ya que estamos- la América Colonial que empezaba a aparecer en el mapa occidental, me interesan. Porque si admiramos la terrabilitá de Miguel Angel y nos sorprendemos ante las fascinantes elucubraciones y progresistas inventos de Leonardo, no podemos pasar por alto al hombre que supo establecer las normas definitivas del clasicismo, haciendo gala de un pragmatismo sorprendente para su tiempo y una interpretación libre e inteligente de los fundamentos estéticos de un tiempo verdaderamente revolucionario: El Renacimiento Italiano. Palladio señaló el camino de la definitiva liberación. Él, el Miguel Angel de los últimos años, Tiziano, Mantegna y algunos más, abrieron las rígidas compuertas del estricto orden renacentista (lo llaman Manierismo), posibilitando la inmediata explosión de uno de los momentos más creativos, contradictorios y humanos de la historia: el Barroco.

Según escuché decir en una clase al Profesor Guido Beltramini (Director del Centro Internazionale dei Studi Andrea Palladio de Vicenza, reciente curador de las muestras que celebraron los quinientos años del natalicio de Andrea), este singular creador tuvo la genial e innovadora idea de publicar sus Cuatro Libros de la Arquitectura (1570), hecho que posibilitó algo entonces impensado: ya no hacía falta ir hasta Roma para “estudiar” el pasado clásico. Hubo un registro sistematizado y una propuesta. A partir de allí, nació la nueva creación. Las cosas ya no pudieron ser iguales. Como tampoco lo fueron a partir de la reformulación de la “Villa Rural” (partido arquitectónico que ya existía en la Antigua Roma), dándole una organización a lo que no era otra cosa que la estancia de la burguesía agropecuaria de la zona, enriquecida por factores económicos de la época y ansiosa por elevar su nivel de vida, ya que dinero no faltaba. La villa Capra (la Rotonda) y tantísimas más, son el mejor ejemplo de lo que hoy es para nosotros un concepto casi natural: la racionalización sistémica.

El asunto es que el amigo Andrea pensó en esto hace quinientos años. Un adelantado. Y no solo eso: terminó siendo el artífice del dique de contención que su mecenas, Trissino, pensó ante lo que entendía como un agobiante avance de los godos, para nada itálicos. La historia está llena de este tipo de situaciones. De pronto hay un ser que cree en otro ser (hasta puede enamorarse del mismo), lo banca y se produce el cambio, la revolución. Los godos terminaron consagrando el clasicismo de Palladio y ni hablar de los galos o los absortos sajones. Game over.

El "arma" (la esencia fue el propio pensamiento de Palladio), no fue otro que los celebérrimos cuatro libros. El primer libro es una suerte de registro ordenado de los antiguos órdenes arquitectónicos, aquellos surgidos en la remota Grecia, luego resignificados por Roma. El tercero y el cuarto son un muy detallado relevamiento de los distintos templos y demás grandes edificios romanos, ya fuera que aún se encontraran en pie o simplemente se tratara de lejanas ruinas. Pero el más importante de todos es el segundo libro en el que nuestro personaje, que empezó su carrera como un simple cantero, hasta encontrar su destino gracias a la generosidad de Giangiorgio Trissino, tiene la brillante idea de exponer sus propias obras pero de un modo particular: ellas no son publicadas como realmente terminaron siendo sino como el arquitecto consideró que debieron ser y digo más, hubo casos en los que lisa y llanamente revisó sus propios diseños. Lo hizo diez años antes de morir, es decir que se tomó su tiempo y su obra editorial fue deliberada, pensando en un destino superior o trascendente.

No siempre, diría que casi nunca, los arquitectos construimos nuestras creaciones como consideramos que deben ser, y eso si las construimos. Hay factores de todo tipo que atraviesan el proceso creativo si consideramos al mismo como un todo que comienza en la génesis de la idea y el resultado final, eso que vemos y habitamos y llamamos edificio. Bien, Palladio comprendió perfectamente que había factores tales como los propios deseos del comitente o simples cuestiones económicas. En otras palabras, demostró una clara practicidad, al punto de ser quizás el primer arquitecto de la historia que diseñaba obras que él no supervisaría personalmente. Hubo un momento en que se construyeron varias villas en forma simultánea, en base a los diseños del arquitecto y sin que este estuviera presente para dirigir los trabajos. Lo que hoy es un hecho repetido y hasta casi natural, nunca había pasado antes. Una conjunción singular: creación y praxis. Sistematización, insisto. Sin embargo, a la hora de manifestar su verdadero pensamiento, procede a publicar los proyectos que pensó eran los más adecuados, más allá de los cambios que la realidad impuso cuando ellos fueron construidos.

Vamos cerrando este desordenado artículo. Iñigo Jones, gran arquitecto inglés entonces escenógrafo de la corte, lleva los cuatro libros a Londres. Replica en alguno de sus diseños lo hecho por el italiano. Luego, Lord Burlington (en realidad Richard Boyle, otro arquitecto) toma la obra de Palladio y diseña numerosos edificios siguiendo los parámetros establecidos por el italiano. En menos de lo que canta un gallo, la Francia –siempre compitiendo con sus “primos” allende el canal- se subsume en el campo del clasicismo, al punto que el gran Luis XIV idea una defensa económica frente al aluvión que se le venía encima gracias a la incipiente Revolución Industrial. Inventa “La Academia” y consagra “Los Estilos”. Frente a la industrialización, artesanía de calidad y cierre de mercados. Nada, cosa de reyes y sonsos, como nuestros gobernantes quienes, para colmo de males, hace rato olvidaron el concepto de calidad.

Luego, no hizo falta el más mínimo esfuerzo para que estas ideas o conceptos estéticos y/o arquitectónicos cruzaran el Atlántico, para instalarse en la América que surgía a pasos agigantados, especialmente en el norte. ¿Debo señalar las características de la arquitectura sureña de los Estados Unidos o la de los más rancios y “fundadores” estados complejamente unidos del norte de América? ¿Les suena Boston y alrededores? En fin, que hay mucha tela para cortar. Acá, en el sur, esperamos hasta el siglo XIX y la historia es distinta, otro día la contamos.

Creo que si alguien le hubiera dicho a Andrea Palladio que iba a armar semejante despelote, no se la creía, por más que su autoestima supo ser poderosa. Terminemos esto, veamos un video. Ciao.

20/11/09

Paz

Un estudiante -Agustín- ahora iniciando el tradicional viaje de egresados de la escuela media, me envió anoche el link a un sitio que sugiero visitar. Se trata de la Playing For Change Fundation, una organización que se dedica a gestionar escuelas de arte y música para niños de distintas comunidades alrededor del mundo. Es imposible que si de arte, música e integración se habla, las cosas resulten mal. Es más, es mucho más facil llevarse bien y poner sólidos cimientos para lo que puede ser la Gran Construcción, esto es una sociedad mejor, superadora y en paz, que andar levantando muros de hormigón destinados tarde o temprano al colapso, dejando las secuelas del daño que producen. Miren sino.

Y hay más. Por ejemplo esto que viene a continuación, con un personaje apasionante, Grandpa Elliot.

¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón. (Fito Páez)


P.D. Te pasaste, Agustín. Yo les mandé una "murguita" de Juan Carlos Cáceres y vos me tiraste por la cabeza esta maravilla. Muy bueno, amigo.

13/11/09

Sand Animation

Ella se llama Kseniya Simonova. Ha ganado el concurso de talentos (un programa -hoy "formato"- de T.V. que se reproduce en muchos paises, incluida la República Argentina) de Ucrania. Vale la pena ver esto. Es arte.

No puedo dejar de mencionar a mi amigo Miga quien me hizo ver (y conocer) esto que aquí comparto. Amigo, gracias por tu inquieta sensibilidad. Sos un vitivinilo cabal.

9/11/09

Hace veinte años


Tuvieron que pasar 28 años, para que el pueblo alemán derrumbara el oprobioso muro que cercó a la ciudad de Berlín, por decisión del régimen estanilista de la entonces U.R.S.S. Hoy hay allí un gran festejo y creo que está muy bien que así suceda.

Conocí Berlín hace justamente 10 años. Habían pasado otros diez, entonces, de aquel hecho histórico -la caida del muro, el modo en que ocurrió- que quedó grabado en nuestra retinas, al ver las noticias desde aquí, tan lejos... aunque también más cerca de lo que se piensa. Siempre recordé mi asombro frente a tres cosas:

El aire de libertad que se respiraba en esa ciudad. Pocas veces me sentí tan libre y seguro.
El descomunal esfuerzo económico puesto en juego y las asombrosas obras que por doquier se estaban construyendo, regenerando el tejido urbano de una ciudad muchas veces derruida y vuelta a construir. Uno se encontraba ante un "manual viviente" de arquitectura contemporánea. Fue hermoso, al menos para mí, que soy arquitecto.
La marcada diferencia (a pesar de los diez años que ya habían pasado desde la reunificación de Alemania) entre las ciudades del este y el oeste. Todavía hoy, dicen los que por allí anduvieron recientemente, esta distancia subsiste en algunos aspectos, ahora mucho más corta. No es tan facil eliminar definitivamente ciertas cicatrices. El daño se perpetra rápidamente, la cura es muy trabajosa. Se lleva vidas enteras.

Ahora bien, al parecer los seres humanos no hemos aprendido demasiado. Hoy, mientras buena parte del mundo festeja y recuerda la caida del muro de Berlín, siguen tan campantes otros muros que han sido levantados, separando, segregando. ¿Es que se trata de cosas diferentes? No lo creo. Lo peor del caso es que ni siquiera hay cicatrices que curar. Los muros crecen, las heridas están abiertas.


Foto: AFP, tomada de la versión digital del diario La Nación, Buenos Aires, del día de la fecha.

8/11/09

El trabajo te libera

Historias con nombre y apellidoLa odisea de un héroe inesperado

Jorge Fernández Díaz

lanacion.com | Información general | Sábado 7 de noviembre de 2009

5/11/09

Bronces, caballos y demás...

Allí está el emperador, montando su rotundo caballo, dominando desde lo alto de la Piazza del Campidoglio la perspectiva del foro que en su niñez y primera juventud supo pisar César, a modo de nuevo símbolo de la Roma imperial y la papal. Estamos en el siglo dieciséis y nada menos que Bounarroti acometió con el nuevo diseño de este espacio por encomienda del papa Pablo III (Farnesio él), en ocasión de la visita a la ciudad eterna del emperador Carlos I (o Carlos V, es lo mismo, un tipo poderoso sin duda, jefe del imperio en el que no se ponía el sol) consolidando un conjunto arquitectónico asociado a la idea de poder en el mismo sitio que en otros tiempos lo supo ostentar la orgullosa República de Roma, resumida en la sigla SPQR (Senatvs Popvlvs Qve Romanvs). Advirtamos al lector desprevenido que en esos tiempos Roma daba asco y el jefe de la Iglesia de Roma no podía andar pasando papelones ante semejante visitante y muy poco le importaba este asunto del Senado y el Pueblo de aquella ciudad (república) que supo tener más de un millón de habitantes antes de que Cristo naciera.

No cabe duda que la escultura es magnífica y todo un ejemplo, sobre todo técnico (un alarde diría) de la capacidad del viejo imperio. Lo curioso es que el personaje inmortalizado es Marco Aurelio, considerado un filósofo estoico, quien según muchos se comportó moderadamente -en el contexto de su tiempo- a pesar su poder. No creo que germanos, partos, galos y otros bárbaros pensaran lo mismo, pero dejaremos este “pequeño detalle” a los habitantes del Walhalla o quienes se anduvieron por la antiquísima Mesopotamia.

Don Marco emitió numerosas reformas de ley en las que limitaba los abusos de la jurisprudencia civil. Promovió medidas favorables para los esclavos, las viudas y los menores de edad reconociendo las relaciones de sangre en lo que respectaba a la sucesión. Estableció también una división social entre los honestiores y los humiliores ("el más distinguido" y "el menos distinguido", respectivamente) (1). Y digo más, si bien los “novedosos” cristianos no eran todavía admitidos, no se metió demasiado con ellos. La sangre no lo excitaba demasiado y por lo que se cuenta, en el circo prefería no prestar atención a lo que sucedía, leyendo absorto algún texto. Todo lo contrario que su hijo y sucesor, Cómodo Antonino, que estaba más loco que una cabra y no se privó de nada: puro sexo, drogas y rock and roll, sangre incluida. Por suerte para todos nosotros el actor Russell Crowe –ficticio Maximus- se lo deglute al final de la película El Gladiador, aún a costa de su segunda muerte (la primera y más importante ocurrió cuando mataron a su mujer e hija, eso está más que claro), gens en mano. Menos mal que hoy tenemos a Hollywood. Estamos salvados.

Volviendo a esta arquetípica escultura –enchapada en oro, además de estar realizada en el siempre apreciado bronce- es interesante acotar que sobrevivió a la codicia de más de un papa porque se la suponía un homenaje a Constantino, el gran emperador cristiano y no por sus valores artísticos o históricos. Después de todo en tiempos de Marco Aurelio Roma era un ámbito pagano, en tanto despreciable para el pensamiento medieval. Debe admitirse que algunas confusiones del Medioevo resultaron convenientes, al menos en este caso. Cosas de la historia, o de la vida, siempre bañada por los equívocos. Tened paciencia vuestras mercedes, que hacia allí vamos.

Pero estamos en el Renacimiento, decía, y detengo el paso en la ciudad (república) de Venecia, la de la sabia y defensiva decisión de emplazarse sobre el agua; la misma que siempre supo hacer buenos negocios con sus naves. La aparente adversidad del agua fue su fortaleza, la gran barrera defensiva de la ciudad estado. Allí, en il Campo di San Zanipolo, entre el Ospedale y la basílica de San Giovani e Paolo, nos encontramos con la majestuosa escultura de Andrea del Verrochio, estatua ecuestre del condottiero (mercenario, guerrero profesional) Bartolomeo Colleoni, hombre de estirpe longobarda. Venecia siempre supo darse algunos gustos, entre ellos inmortalizar –contra las costumbres de la sociedad veneciana- a un militar a sueldo que no había nacido entre los canales, quien sobre fines de la Edad Media supo prestar sus exitosos servicios bélicos a la ciudad del mítico Marco Polo, en particular los devenidos de los entredichos con la siempre peligrosa y no poco poderosa Milán.

Y si de Milán y el orgulloso jinete del soberbio equino plasmado por Verrochio hablamos, es imposible pasar por alto a Francesco Sforza, quien supo tener bajo su mando al amigo Colleoni (¿cómo, no era que luchaba para Venecia?) y también como hábil adversario en el campo de batalla. Francamente, si se me permite la digresión, no faltan los políticos contemporáneos que cuyas conductas se parecen a las del condottiero, "borocotización" mediante. (2)

Fallecido el gran Francesco, trepa al poder el más que inquieto Ludovico, il Moro, su quinto hijo, quien terminó cayendo bajo la presión del no menos inquieto rey de Francia, asociado a –vaya casualidad- la república de Venecia y el papa Borgia (Alejandro VI) y su célebre brazo ejecutor e hijo, César (¿habrá tenido algo que ver su nombre con el recuerdo de aquel César de la vieja Roma?). Cosas de señores y guerreros. Asuntos de la historia que desde mi punto de vista es bastante borgiana, digamos circular.

Leonardo nunca pudo olvidar las sesenta o setenta toneladas de bronce acopiadas para concretar El Gran Caballo, homenaje ecuestre dedicado al padre de Ludovico. Sobre todo porque se la había pasado diseñando majaderías (hoy se las llamaría “instalaciones” probablemente) aptas para festines y sorprendentes –por lo adelantado de su concepción, ninguna viable en aquellos tiempos, todas hoy una realidad- máquinas de guerra para Ludovico y estaba frente a la oportunidad de realizar la mayor y mejor escultura ecuestre de todos los tiempos. No las olvidó, al fin, porque habiendo realizado el modelo final en arcilla (de unos siete metros de altura, deliberadamente superador de la obra de Verrochio, a la sazón maestro de Leonardo), comenzó la guerra de Milán con la coalición apuntada y allá se fue el bronce, en bombardas y demás artefactos de muerte de aquellas épocas. Para colmo de males, perdida la batalla, los arqueros franceses no tuvieron mejor idea que practicar el tiro al blanco con el modelo de Leonardo (después de todo no se trataba de otra cosa que la exégesis de los Sforza), y literalmente hicieron pomada al modelo, en sí una obra de arte. Casi nada quedó del ambicioso proyecto de Leonardo. Bocetos, algún pequeño ensayo en escala.

Frustrante experiencia para quien siendo -y sintiéndose- un maestro, necesitaba superar todo lo hecho hasta aquel momento. Lo cierto es que no hubo caballo superador de Da Vinci pero sí un traslado a tierras galas, Gioconda bajo el brazo, en el que todavía quedaron fuerzas e ingenio para algunas notables intervenciones (por caso las curiosas escaleras de Fontainebleau), bajo la égida de su nuevo mecenas -el rey Francisco I- quien según se cuenta, lo admiraba a punto de tener al maestro en sus propios brazos a la hora de su muerte. Dato aparte, a modo de cotilleo histórico: da la casualidad que el rey Francisco tuvo como gran rival al citado Carlos I. Lo dicho: un gigantesco embrollo circular. Todo un culebrón.

La figura ecuestre es un tema complejo. El caballo (y no el homenajeado) es lo más difícil, particularmente si de esculturas coladas en bronce hablamos. En fin, no es cuestión de hacer de esto un mamotreto. Baste mencionar que sobran ejemplos de homenajes ecuestres a lo ancho del mundo. Algunos muy buenos y otros, más de lo que uno desearía, mediocres. Muy pocos, quizás ninguno, como los del exquisito Verrochio o el desconocido escultor de la vieja Roma. Eso sí, a los poderosos siempre les ha gustado el bronce y, si es a caballo, mejor. Machismo puro, aunque no está de más adoptar una actitud prudente ante las "amazonas" del nuevo siglo. A mi me asustan, lo confieso. Luego, están los equinos y sus verdaderos jinetes, esos que saben y dificilmente serán plasmados en el bronce.


Pasaron los tiempos, cambiaron algunas costumbres. Los pueblos fuimos al rescate de nuevos héroes (o anti héroes; somos posmodernos) y míticos personajes, bronce mediante. Ya lo dijo Horacio Salas, en su muy recomendable obra El Tango (3), refiriéndose al Zorzal Criollo, Carlos Gardel: “…La sonrisa perenne, indestructible, adquiere tal carácter simbólico que además de acompañarlo como un tic estereotipado en sus fotografías lo acompaña en el monumento que se levanta sobre su tumba en el cementerio de la Chacarita. Cuando uno de sus más fanáticos seguidores lo bautiza “el bronce que sonríe”, por sobre la cursilería de la metáfora está la realidad: Gardel es de bronce.” Se sabe: Gardel cada día canta mejor.

Es Gardel precisamente quien engendra junto al gran Le Pera allá por 1935, a un “…noble potrillo / que justo en la raya / afloja al llegar…” Por una cabeza, tango inmortal, ese que nos cuenta de otras batallas, las de los eternos perdedores. Miserias, arrojos inútiles, éxitos a lo pirro, seguras derrotas. Historias de hipódromo y “burros”. Caballos de noble estirpe tales como Lombardo (vaya casualidad, me acuerdo de los muchachos de Milán, sus guerras y la Lombardía), Yatasto, Lunático, cuyo dueño era justamente el gran Carlitos. Vueltas y más vueltas de la vida, como las de la pista de carreras en la que los nobles equinos ponen todo, sabiamente guiados por diminutos jinetes, livianitos pero corajudos, mientras una multitud es capaz de jugarse todo, absolutamente todo, a cambio de nada o en todo caso, de una ilusión atravesada por la ambición o la desesperación. Igual que la historia de Ludovico quien, como hemos contado, terminó como Tarzán: desnudo y a los gritos. Por una cabeza...

Quien no acabó como el gran Tarzán, por prudente, y para muchos habitantes del Río de la Plata merecedor del bronce, ha sido Ireneo Leguisamo, “Legui” para los allegados y/o fanáticos. Maestro nacido en el Uruguay que ganó su última carrera tan solo a los setenta años, todo un joven. Gran jinete, un caballero y eximio bailarín del Turf, que no montaba al animal sino que formaba equipo con el bicho para hacer de la contienda un tango inmortal. Un tipo sensible, con la percepción necesaria para comprender al noble animal. Quinientos clásicos ganados. Para eso hay que saber hacer las cosas, sin violencias, pacientemente. No siempre sale bien, no es tan sencillo. Dije que Ireneo ha sido un grande o algo por el estilo. ¿Hay quien en este gran Río de la Plata lo ponga en duda?

No conozco de bronces que honren la trayectoria de Leguisamo pero sé, como creo que sabe la mayoría de los argentinos con un mínimo de memoria, de una bebida espirituosa que adoptó su apodo: Legui. Caña quemada Legui, licor que "nació" en honor al "Pulpo" (así le decían los amigos) a base de alcohol, azúcar, hierbas y agua. Se lo llamó “el licor argentino”. Se lo publicitó de extraña manera por medio de un comercial que hizo historia y que, vaya novedad, no transcurría en nuestras húmedas pampas. Un estúpido comercial según mi percepción, tan estúpido como nostros mismos. Miremos.


¿Por qué habrán puesto caballous? Respuesta: pregúntenle a Marco Aurelio, gilunes.

1. Interesante este asunto de los honestiores y los humiliores. No estaría de más profundundizar al respecto
2. Ver, para mayor comprensión de quienes no tienen la suerte de habitar estas hermosas tierras.
AQUÍ.
3. Horacio Salas. El Tango. Emecé Editores S.A. 2004, Buenos Aires.

P.D. Ya que estamos ¿han notado la diferencia de gesto entre Marco Aurelio y el amigo Colleone? Ese palote que el condottiero lleva en su mano intimida.