31/5/10
Doscientos (31 de mayo, 2010)
Ultimo día de mayo. La fiesta no ha terminado. Las autoridades nacionales, según he podido leer por ahí, han programado un nutrido calendario que aún no termina (ver nota publicada al respecto), en el afán de “capitalizar” lo que –sinceramente- no creo sea “capitalizable”: la expresión popular, genuina y espontánea, protagonista real de estos días. Los que hemos sido paridos en esta tierra deseamos estar en las calles festejando, por muchas razones. Parafraseando a Serrat necesitamos celebrar la alegría, que algunos se obstinan en retacear más de lo debido. Deseamos que nos dejen de joder con el pasado de una buena vez por todas, poder mirar para adelante, construir, ya no destruir.
Creo imprescindible recuperar la saludable costumbre de la fiesta popular y, en aquellos pueblos o regiones del país donde nunca se olvidaron fiestas y tradiciones, potenciarlas. Los argentinos no somos tan raros, apenas un cóctel de culturas yuxtapuestas. Queremos a nuestro país, por más que no siempre se nos note y convivamos con un eterno complejo de inferioridad que nos lleva a la fanfarronería, propia de la inmadurez adolescente. No nos faltan los defectos pero no son pocos los rasgos positivos de nuestra diversa sociedad, empezando –precisamente- por la mismísima diversidad.
Pienso que nos falta mucho todavía. Sin embargo va creciendo (como el árbol, desde el pié) un espíritu comprensivo que va tejiendo un entramado secreto y silencioso, cual paciente manta engendrada en el humilde telar manejado por sabias y sufridas manos artesanas, que un día podrá cobijarnos a todos, absolutamente todos. Y, en la calidez del cobijo, seremos definitivamente una Nación, ya no un Estado. Y éste, finalmente será República.
Mientras los protagonistas del poder se apuran a encomendar encuestas a los consultores de siempre para saber de qué se trata, me ilusiono al suponer que el pueblo esta vez va sabiendo, justamente, de qué se trata.
Apuesto al cambio, juego un pleno a la vida.
La fotografía, gentileza de Wikipedia, muestra la reconstrucción del Cabildo de Buenos Aires, tal como se lo puede ver en nuestros días, en una de las cabeceras de la histórica Plaza de Mayo.
30/5/10
Doscientos (Se viene la redonda)
Se viene, nomás. En un par de semanas seremos millones los seres humanos que estaremos prendidos a la pantalla: se viene “el mundial”. Nótese que he dicho pantalla, sin adosarle su (hasta no hace nada) complemento conceptual: del televisor. Es que ahora este asunto de las pantallas es diverso, las hay de todo tipo y tenor.
Pero no nos vayamos por las ramas y apuntemos a la filosofía, pensamiento puro: el fulbo. ¿Qué nos deparará la globa, esa que no sólo no dobla sino que tampoco trasiega caminos rectos? Escuché decir por ahí que la nueva pelota “oficial” (otro negoción, como todo lo que rodea a este verdadero show global) es un poco díscola. No desea ser pisada, amasada, cacheteada, acariciada. Sirve, al parecer, para correr y correr. Correr como locos, que no es lo mismo que jugar como a nosotros nos gustaría. ¿Será Messi el mismo del Barsa? ¿Podrá Maradona asumir que él no juega, que hoy lo hacen otros? Y Verón ¿…? ¿Jugará Palermo y, si lo hace, la embocará para convertirse en un héroe del Olimpo?
Luego, otras cuestiones fundamentales: ¿a qué hora jugamos? ¿Cuál es la diferencia horaria? ¿Dónde queda Sudáfrica? ¿Durmieron bien los jugadores? ¿Tienen la Play? ¿Las botineras a qué se dedicarán en tan complejo trance? ¿Dónde vemos el partido? ¿Cómo hacemos para meter una pantalla gigante en la oficina (las pantallas… las pantallas)? ¿Llevaron carne los muchachos? ¿Moreno permitió la exportación de alimentos para los nuestros gladiadores? ¿La volverán a cagar los “barras”, esos que hasta se han dado el lujo de viajar en el mismísimo avión que trasladó a la nutrida delegación argentina, siendo que los jugadores son 23 y el cuerpo técnico no pasará de diez tipos? ¿Seremos campeones? Y si lo somos ¿tendremos un Bicentenario II? Es mucha cosa, así no se puede vivir.
El problema es que no somos los únicos. Compiten 32 equipos y detrás de ellos hay tantos fanáticos como nosotros. Eso, en todo caso, no sería nada. Los players y delegaciones de los 32 equipos quieren lo mismo: ganar. Tanto es así que ya empezamos a ver algunas curiosidades, algunas hilarantes. No falta quien asocia esta magna competencia con escenarios bélicos. ¿Será para tanto? Respuesta: sí. Son demasiados los intereses en juego, tanto que lo que menos cuenta es el juego. Corrijo: los que menos contamos somos nosotros, que la vemos por la pantalla, ya no la televisión. Es que somos masoquistas. Y fanáticos, repito.
Es una lucha…
Pero no nos vayamos por las ramas y apuntemos a la filosofía, pensamiento puro: el fulbo. ¿Qué nos deparará la globa, esa que no sólo no dobla sino que tampoco trasiega caminos rectos? Escuché decir por ahí que la nueva pelota “oficial” (otro negoción, como todo lo que rodea a este verdadero show global) es un poco díscola. No desea ser pisada, amasada, cacheteada, acariciada. Sirve, al parecer, para correr y correr. Correr como locos, que no es lo mismo que jugar como a nosotros nos gustaría. ¿Será Messi el mismo del Barsa? ¿Podrá Maradona asumir que él no juega, que hoy lo hacen otros? Y Verón ¿…? ¿Jugará Palermo y, si lo hace, la embocará para convertirse en un héroe del Olimpo?
Luego, otras cuestiones fundamentales: ¿a qué hora jugamos? ¿Cuál es la diferencia horaria? ¿Dónde queda Sudáfrica? ¿Durmieron bien los jugadores? ¿Tienen la Play? ¿Las botineras a qué se dedicarán en tan complejo trance? ¿Dónde vemos el partido? ¿Cómo hacemos para meter una pantalla gigante en la oficina (las pantallas… las pantallas)? ¿Llevaron carne los muchachos? ¿Moreno permitió la exportación de alimentos para los nuestros gladiadores? ¿La volverán a cagar los “barras”, esos que hasta se han dado el lujo de viajar en el mismísimo avión que trasladó a la nutrida delegación argentina, siendo que los jugadores son 23 y el cuerpo técnico no pasará de diez tipos? ¿Seremos campeones? Y si lo somos ¿tendremos un Bicentenario II? Es mucha cosa, así no se puede vivir.
El problema es que no somos los únicos. Compiten 32 equipos y detrás de ellos hay tantos fanáticos como nosotros. Eso, en todo caso, no sería nada. Los players y delegaciones de los 32 equipos quieren lo mismo: ganar. Tanto es así que ya empezamos a ver algunas curiosidades, algunas hilarantes. No falta quien asocia esta magna competencia con escenarios bélicos. ¿Será para tanto? Respuesta: sí. Son demasiados los intereses en juego, tanto que lo que menos cuenta es el juego. Corrijo: los que menos contamos somos nosotros, que la vemos por la pantalla, ya no la televisión. Es que somos masoquistas. Y fanáticos, repito.
Es una lucha…
Doscientos (Homenaje a Don Ata)
Se va yendo mayo, el mes de la "Revolución". Se decantan las múltiples y, en algunos casos, espectaculares celebraciones y festejos relacionados con el bicentenario de los hechos de mayo de 1810. En lo personal sigo reflexionando al respecto. Sinceramente no sé si llegaré a conclusiones que valgan la pena ser publicadas. Por el momento me limito a compartir este breve homenaje a Don Atahualpa Yupanqui desde el relato e interpretación de un gran cantante: Jairo.
25/5/10
Doscientos (25 de mayo, esta historia aún no ha concluido)
Apenas se ha mandado la nota, hizo irrupción una “multitud de gente” que sube en alboroto la escalera y golpea la puerta de la sala de sesiones. Leiva se asoma y tolera que algunos personeros entren al recinto a hablar “acaloradamente” con los señores asombrados de la irreverencia: “el pueblo se encuentra disgustado y en conmoción porque no acepta al virrey en la Junta y menos con el mando de las armas”. Responden los señores, con calma, que han formado la Junta conforme a las facultades que el pueblo les había conferido. “El Cabildo se ha excedido de las facultades” dicen los personeros: no había sido la permanencia del virrey lo resuelto y debe por lo tanto dejarse sin efecto. Leiva para “serenar aquellos ánimos acalorados” promete que los capitulares “meditarían sobre el asunto con la reflexión y madurez de las circunstancias”, y consigue que los personeros se vayan con la “multitud de gente”. Lo hacen profiriendo amenazas: si los señores no procedían conforme la voluntad del pueblo “podían ocurrir desgracias demasiado sensibles y de nota.”
Ante la amenaza, y convencidos que ceder a la imposición tumultuaria quitando del mando “al jefe de estas Provincias, sería primer eslabón de nuestra cadena”, los capitulares buscan el apoyo de los comandantes de los cuerpos “no obstante que el día de ayer se comprometieron a sostener la autoridad.” A las 9 y media se hacen presentes. Leiva les habla de lo ocurrido y recalca “los males que iban a resultar siempre que se innovase en lo resuelto, recordándoles su compromiso anterior.” Menos los jefes de las tropas veteranas (Orduña, de Artilleros; Lecoq, de Ingenieros; José Ignacio de la Quintana, de Dragones), que se mantienen en silencio, los demás (Romero, segundo de Patricios; García de Montañeses; Ocampo, de Arribeños; Terrada, de Granaderos; Ruiz, de Naturales; Esteve y Llac, de Artilleros de la Unión; Merelo, de Andaluces; Martín Rodríguez, del 1° de Húsares; Núñez, del 2°; Vivas, del 3°; Castex, de Migueletes; Ballesteros, de Quinteros) contestan “que no sólo no podían sostener al gobierno, ni aún sostenerse ellos mismos y menos evitar los insultos que podrían hacerse al Excmo. Cabildo… que el pueblo y la tropa estaban en una terrible fermentación…” Hablaban todavía los jefes, cuando la gente de los corredores golpeó otra vez la puerta, “oyéndose voces que querían saber de qué se trataba.” Sin apoyo militar, el cabildo manda a Manuel Mansilla y Tomás Manuel de Anchorena al Fuerte a decirle a la Junta que “nuevas ocurrencias muy graves” obligaban a variar su resolución y “era de necesidad indispensable a la salud del pueblo que el Excmo. Señor Presidente (ya no le dieron tratamiento de virrey) se separase del mando… sin protesta alguna para no exasperar los ánimos.”
La multitud no deja los corredores, manteniéndose en una expectativa amenazadora. Esperaban los capitulares que llegase la definitiva renuncia de Cisneros cuando “algunos individuos del pueblo a nombre de éste” se apersonaron nuevamente a la sala para decir que no bastaba la separación del virrey, pues “habiéndose excedido el Cabildo en sus facultades, y teniendo noticia cierta de haber renunciado todos los vocales, había el pueblo reasumido la autoridad que depositó en el Excmo. Cabildo.” Venía a imponer los nombres de una nueva Junta “con la precisa indispensable condición de marchar dentro de quince días quinientos hombres a las provincias interiores costeada con los sueldos del virrey, oidores, contadores mayores, empleados del estanco del tabaco y otros que tuviesen a bien cercenar la Junta, dejándosele congrua suficiente para sus subsistencias… debiendo tener en caso contrario resultados muy fatales…”
Es indudable que la deposición del virrey sería resistida por algunos intendentes, y se hacía ineludible mandar una tropa que se impusiera al interior. El cambio político se hace revolución, y agresiva: la expedición se costeaba con los sueldos del virrey y de quienes habían votado el mantenimiento de su autoridad.
Ante el “alboroto escandaloso” de semejante petitorio, Leiva sólo atina a pedir que “representase el pueblo aquello mismo por escrito”.
No obstante haber renunciado la noche anterior, los cuatro vocales de la Junta estaban en el Fuerte con el virrey a la espera de la resolución final del cabildo. Recibieron la nota rechazando sus dimisiones, y tras ella se presentaron Anchorena y Mansilla a aconsejar la renuncia del virrey “sin protestas”. Tal vez sugirieron que los vocales quedasen en sus cargos, pues se ofició al cabildo que “pase a la elección de vocal que subrogue al Excmo. Señor Virrey publicándose de inmediato un bando.” Ni Saavedra ni Castelli, ni menos Sola e Incháustegui, estaban al tanto de lo que ocurría en los cuarteles.
El cabildo al recibir la nota de los vocales, les pidió que detuvieran la fijación del bando pues acababa de exigirse el nombramiento de una nueva Junta. Rogó a los del Fuerte estar a la espera “de las ocurrencias sobrevenidas”.
“Después de un largo de espera” se presenta la petición solicitada por Leiva, firmada por “un número considerable de vecinos, religiosos, comandantes y oficiales del los cuerpos”.
El petitorio en sellado de un cuartillo (era mucho el respeto por las formas aún en plena revolución) estaba encabezado: “Los vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos voluntarios de esta capital de Buenos Aires que abajo firmamos, por sí y a nombre del pueblo…”, y reproducía el pedido verbal; es decir, el nombramiento de una nueva Junta, el envío de la expedición al Alto Perú pagada con los sueldos del virrey y altos funcionarios. Se reunieron en total 411 firmas, de las cuales ocho repetidas, y seis o siete estampadas por terceros (no debe asignarse a estas rúbricas un carácter doloso dado su escaso número).
Firman todos los comandantes de milicias, la mayor parte de los oficiales, aun de los cuerpos reglados, clérigos (entre ellos los padres de la Merced en cuyo convento estaba el cuartel de Arribeños) y muchos civiles. French y Beruti lo hacen “por mí y a nombre de los 600” refiriéndose a la Legión Infernal que acaudillaban. No firman, por supuesto, ninguno de los propuestos como miembros de la Junta.
Presentado el petitorio, aun Leiva pide “que se congregase al pueblo en la plaza… pues el cabildo debía oír del mismo pueblo si ratificaba el contenido de aquél escrito.” “Al cabo de un gran rato”, dice el acta, salieron los señores al balcón del Cabildo “viendo congregado un corto número de gente”, que hizo preguntar al síndico “¿Dónde está el pueblo?”
Ni la irónica pregunta de Leiva ni el “corto número” congregado en la plaza, permite afirmar a ausencia de pueblo en la Revolución de Mayo. La masa estaba en los cuarteles: se trataba de antiguos milicianos, que aprestaban sus armas para salir junto con los cuerpos e imponerse al virrey y al cabildo.
En respuesta se oyeron voces “que si hasta entonces se había procedido con prudencia, echarían mano de los medios violentos.” Alguien habló de tañer la campana del Cabildo (sin badajo desde el 1 de enero de 1809) y a su falta tocar generala “en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había querido evitar”.
Leiva comprendió que había sido una imprudencia burlarse del “corto” número, pues no tenía a su lado a nadie. Ordenó al secretario leer el petitorio, que será ratificado por los concurrentes. El secretario empieza a leer los artículos del Reglamento, pero tal vez la inclemencia del tiempo los obliga a retirarse del balcón sin concluirlo. Convienen que no hay más remedio que ceder a la violencia “por los que han tomado la voz del pueblo”, y nombrar la Junta propuesta “archivando esos papeles y el escrito para constancia en todo tiempo”. Se procede sin pérdida de tiempo a instalar la nueva Junta “porque estrechan los momentos”.
Son llamados sus integrantes. Saavedra expresa que “el día anterior había hecho formal renuncia del cargo de Vocal”, pero admite su nombramiento “para contribuir a la tranquilidad del pueblo y salud pública”; Azcuénaga pone curiosos reparos a un nombramiento “del Excmo. Cabildo y una parte del pueblo” pidiendo se tomase “la opinión universal de todo el vecindario, pueblos y partidos de la dependencia del Cabildo”. Finalmente todos prestan juramento sobre el Evangelio de “desempeñar legalmente el cargo y conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano el Sr. Dn. Fernando VII y sus legítimos sucesores, y guardar puntualmente la leyes del reino.”
Saavedra exhorta a los concurrentes a “mantener el orden, la unión y la fraternalidad” y guardar respeto a la persona de Cisneros y familia. Que repite desde el balcón a la gente de la plaza que lo aclama.
Entre repique de las campanas y salvas de artillería, los componentes de la Junta de Mayo pasan al Fuerte a hacerse cargo de sus puestos. No los acompañan los capitulares, dice el acta, “a causa de la lluvia que sobrevino”. Eran las ocho de la noche del viernes 25 de mayo de 1810.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.192-196)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Doscientos (25 de mayo, el asunto se pone interesante)
La noche del 24 al 25 es un alboroto. Una “especie de conmoción y gritería en el cuartel de Patricios” no deja dormir al notario eclesiástico Gervasio Antonio de Posadas, que así lo dice en su diario íntimo. Lo corrobora Cisneros en su informe al Consejo de Regencia: “…en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos y esto era lo que llamaban pueblo…”; los oidores que serían expulsados de Buenos Aires en breve, mencionan en su informe “…una fermentación en el cuartel de Patricios” que precedió a los sucesos del 25.
Una gritería en Patricios fue el recuerdo de la noche de la revolución para los vecinos del centro de Buenos Aires. Eran lo orilleros que formaban el grueso de la milicia patriota expresándose de manera airada: reclamaban su derecho a ser el nervio y la fuerza de la historia argentina. Las milicias urbanas se alzaban contra lo arreglado por la clase “principal y sana” que esa noche acababa de perder su posición de clase dirigente. Las ciudad amaneció amotinada y el alzamiento desconcertó a todos; inclusive a los jóvenes que peticionaban a nombre del pueblo y acababan de aplaudir la solución de Leiva; inclusive a los comandantes que no habían vuelto a los cuarteles después de jurar apoyo a la Junta presidida por el virrey, y nada sabían del “espíritu de Mayo” que acababa de nacer.
No era un planteo militar, de soldados que siguen dóciles a sus comandantes. Los milicianos de Mayo tenían conciencia de ser el pueblo en armas, y fueron ellos, los soldados y las clases, y no los comandantes quienes gritaron su disconformidad. Fue una entidad nueva, el pueblo –el auténtico pueblo, que no el retórico de los intelectuales- imponiéndose como la gran realidad argentina. Fue también el levantamiento de las orillas contra el centro que alguna vez debía producirse, pero no llegó a consolidarse por falta de jefes con conciencia de su misión.
A las 8 se reunieron los capitulares. Se habían retirado temprano a la noche anterior y nada sabían de las ocurrencias; en las calles no había nadie, y una llovizna fina prolongaba el temporal. La mañana destemplada no parecía propicia a acaloramientos y no se explicaron la gritería que llegaba de la calle del Correo. Tal vez juegos de la tropa acuartelada. Discuten la renuncia de Cisneros y la Junta, que encuentran a despacho. ¿Cómo semejante actitud, cuando todo se había arreglado a satisfacción general? Sin duda, cosas de Chiclana que impresionaron a Saavedra. Pero ¿a qué atemorizarse por la agitación de una parte del pueblo si los jefes militares habían jurado su sostenimiento? Contestan que la Junta no tenía derecho de renunciar y “está estrechada a sujetar con las armas esa parte descontenta… de lo contrario hace responsable a V. E. (el presidente y los vocales) de las funestas consecuencias.”
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.191-192)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
24/5/10
Doscientos (24 de mayo, inquietud popular)
Leiva había encontrado la mejor solución a su leal saber y entender. Consultó con la clase principal y sana y dio con la fórmula que le pareció perfecta. A la tarde del 24 todos estaban jubilosos; los jefes militares en su totalidad juraron sostener la Junta que a su entender “no dudaban sería de la aceptación del pueblo”. Pero al pueblo no se lo había consultado. Para Leiva no existía; era una masa bulliciosa en los festejos cívicos, que servía para defender la ciudad cuando venían los ingleses, pero no tenía opinión. Un inmenso cuerpo cuya cabeza estaba en la parte principal y sana, a lo menos hasta ese momento. Pero en la tarde del 24, apenas corrió la noticia que “el virrey quedaba”, dio muestras de existir. Empezó a notarse conmoción en los cuarteles. No entre los comandantes que habían jurado sostener la Junta. En los soldados, cabos y sargentos; luego pasó a los oficiales, y de allí llegaría a los jefes: el virrey no podía quedar en el gobierno.
La inquietud se hizo mayor en Patricios; el inquieto Chiclana saldrá de las Temporalidades para asombrar al síndico que recibía plácemes por su fórmula salvadora espetándole la tremenda verdad: “Al pueblo no le acomoda que el virrey queda bajo ningún aspecto.” Cosa tan absurda desconcertó y molestó a Leiva: “El pueblo había depositado su autoridad en el Cabildo y éste había obrado en virtud de ella” y ordenó a Chiclana se fuese a su cuartel “arrestado por impostor”. Eran dos ideas distintas de los que era el pueblo.
Esta vez la gente no fue a la plaza: se dirigió a los cuarteles, sobre todo a las Temporalidades (Perú entre Alsina y Moreno), donde los batallones 1 y 2 de Patricios estaban acuartelados, para incitar la marcha sobre el Fuerte. No habría lucha, porque los granaderos de Terrada que tenían la custodia virreinal, eran también milicianos y criollos. Algo semejante a lo que pasaba en Patricios, ocurría a las mismas horas en Arribeños y Andaluces. A las ocho de la noche un grupo de oficiales patricios fue al Fuerte a advertirle a Saavedra la gravedad de la situación; éste debió desconcertarse y dolerse, pues creyó que el cuerpo le obedecería ciegamente. A la misma hora Castelli es llamado desde la casa de Rodríguez Peña, donde sus amigos le impondrían la situación. Saavedra cree haber dado con el expediente para calmar a los suyos: ¿Si el virrey dejase el mando de las armas? Lo propone a Cisneros, que lo rechaza de plano: prefiere renunciar antes de encontrarse como Sobremonte el 14 de agosto. Vaya y pasen cuatro adjuntos, pero renunciar a la comandancia de las armas, jamás. En ese momento -9 y media de la noche- vuelve Castelli al Fuerte, pues informado de la exaltación de los cuarteles por sus amigos quiere renunciar. Cisneros, según dice López, se puso de pie al saberlo: “¡Pues renunciemos todos ahora mismo!” Castelli tomó la pluma y redactó la dimisión colectiva: “En el primer acto que ejerce esta Junta Gubernativa ha sido informada por dos de sus vocales de la agitación en que se halla el pueblo…” “No, interrumpe Cisneros, ponga usted alguna parte del pueblo”; “Es todo el pueblo, señor”; “Ni usted ni yo lo podemos asegurar”; “Bien… alguna parte del pueblo”. Vuelve a interrumpir Cisneros que dicta: “lo que no puede ni debe ser por muchas razones de la mayor consideración”, que Castelli transcribe a la letra. Lo demás del documento insta la elección de quienes “puedan merecer la confianza del pueblo, supuesto que no la merecen los que constituyen la presente Junta.” Firman y sellan el pliego y lo mandan al cabildo, cuyos titulares ya se habían retirado.
Saavedra y Castelli, ya renunciantes, se retiran. Éste a lo de Rodríguez Peña, aquél al cuartel de Patricios, donde al entrar debe hacer frente a un tumulto. Para calmar a los suyos les dice que ha renunciado conjuntamente con la Junta en pleno. No habrá necesidad de marchar sobre el Fuerte y sacar al virrey y a la Junta como lo querían en las Temporalidades.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.190-191)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Doscientos (24 de mayo, cambiar para no cambiar)
En la mañana del 24 de mayo se fija el bando que hace pública la integración de la nueva Junta, incluyendo el Reglamento que la regiría.
La Junta con Cisneros causó pésima en el pueblo: el virrey mantendría su tratamiento, sueldo y honores y sobre todo el mando de las tropas. En cambio para la gente principal, tanto criolla y española, la solución fue una fórmula salvadora de disturbios.
Se ha dicho que los jóvenes de “las luces” iniciaron la resistencia a la nueva Junta. No hubo tal. Los antiguos carlotinos se declararon contra la Junta solamente la noche del 24 al 25 cuando fue evidente el pronunciamiento popular.
A las 4 de la tarde juró la Junta con gran solemnidad. Leiva pronunció una alocución felicitando a Cisneros por su anterior gobierno y deseándole ventura en el nuevo. La ciudad fue iluminada en señal de regocijo, y tanto el virrey como los vocales recibieron plácemes en el Fuerte hasta las ocho de la noche.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.188-189)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
¡Ay! La Política... No sé por qué, pero esto me suena...
23/5/10
Doscientos (Otro descansito)
La creatividad singular de María Elena Walsh y la exqusita voz de Mercedes: una hermosa y muy significativa canción, que nos identifica. ¿Por qué será, más allá del arte?
Doscientos (23 de mayo)
Respecto del mantenimiento del virrey en su puesto, los resultados de la votación del día 22, hacia la medianoche, arrojaron un total de 160 votos que pronunciaban por la cesantía del virrey y la reversión de su poder al cabildo para que designase una Junta. Sin votar se retiraron 21 participantes.
Respecto a una segunda cuestión, ¿en quién debía subrogarse la autoridad?, las respuestas fueron las siguientes:
54 votos proponían al virrey acompañado de adjuntos.
152 al cabildo (121 con voto decisivo del Síndico).
17 votos de distinta índole, por caso al brigadier Velazco; cabildo en lo político y Saavedra en lo militar; a una junta inmediatamente elegida por el pueblo; etc.
José María Rosa puntualiza que de los votos que subrogaban el gobierno al cabildo, las propuestas fueron las siguientes:
88, hasta que el cabildo eligiese una Junta de Gobierno.
44, hasta formarse (sin indicar quién) una Junta de Gobierno.
18, hasta la reunión de un Congreso general.
1, hasta que explorada la voluntad popular se erigiese una Junta.
1, mantenerlo en cabildo asesorado por cuatro diputados.
Solamente 45 votos dijeron expresamente que el nuevo gobierno “dependiese de la legítima autoridad que habría de establecerse en España”. Y solamente, agrego yo, un voto, sólo uno, que decía que “explorada la voluntad popular se erigiese una Junta”. Se me ocurre pensar que cuando se nos cuentan los hechos de mayo, por lo general, se incurre en distorsiones inconducentes intentando forzar visiones unidireccionales de las historia, nada menos que la nuestra. Pero volvamos al relato de José María Rosa.
Desde las 10 de la mañana los capitulares estuvieron entregados al complicado escrutinio del congreso vecinal. A las dos de la tarde el síndico Leiva, a quien el pronunciamiento hacía gran elector de la nueva Junta, se puso a redactar el bando a fijarse en la ciudad, dictar el Reglamento constitucional del nuevo gobierno, y elegir sus componentes de manera de contentar a todos. Leiva era un temperamento conciliador y reacio a los cambios bruscos. Separar al virrey absolutamente le parecía un acto revolucionario. En Buenos Aires podía pasar, por hallarse pronunciada la opinión, pero no ocurriría lo mismo en el interior. Seguramente Montevideo, más por la decisión de sus vecinos que por la de su timorato gobernador Soria, habría de resistirlo; y no había duda lo harían el brigadier Velazco en Paraguay, Gutiérrez de la Concha en Córdoba, Nieto en Charcas, y Paula Sanz en Potosí; y, desde luego, el virrey Abascal en Perú, que ocupaba con Goyeneche a La Paz desde los acontecimientos del año anterior. (1)
Leiva, con Villota, había aconsejado al virrey el temperamento del cabildo abierto, propuesto por los carlotinos, para llevar a un remanso sereno la turbulencia callejera del domingo 20. No había resultado tan remanso como esperaba, pero de todos modos los vecinos le habían dado su confianza al erigirle con voto decisivo. Emplearía su influencia para llevar adelante el viejo plan de Cisneros: alargar las cosas hasta la reunión del congreso de todo el virreinato.
Uno de los votos del cabildo abierto –el del presbítero Bernabé de la Colina- dio la solución a las cavilaciones de Leiva. El presbítero había votado por una junta presidida por el virrey e integrada con un representante de cada una de las clases destacadas de la ciudad: militares, eclesiásticos, abogados y comerciantes. Ofrecería al virrey la presidencia, y a cuatro del partido criollo las vocalías: Saavedra, como la figura de más prestigio en las milicias, representaría a éstas; el presbítero Sola, cura de San Nicolás, al clero; Castelli, el defensor de Paroissien, a los abogados; y el comerciante José Santos Incháurregui, a los suyos. Los cuatro habían votado por la deposición del virrey y representaban matices del partido revolucionario: Saavedra a los milicianos que estuvieron con Liniers el 1 de enero de 1809, Sola al clero patriota que quería “una junta como en España”, Castelli a los carlotistas, e Incháurregui, amigo de Alzaga y de gran actuación en las invasiones inglesas, a los partidarios del ex alcalde de 1807 y 1808 (por un error repetido se dice que Incháurregui y Sola eran españoles; lo era sólo aquél, pero con viejo arraigo en la ciudad; Sola había nacido en Buenos Aires).
A las dos de la tarde fueron dos regidores –Ocampo y Anchorena- a notificar a Cisneros de su cesantía, y posiblemente a decirle por lo bajo que sería repuesto al día siguiente como presidente de la Junta conservándole el tratamiento de virrey. Cisneros entregó el bastón y la banda, insignias del mando, y por fórmula hizo una protesta.
El “trámite” prosiguió, en mi opinión, muy tranquilamente. Leiva publica un bando (seis ejemplares), en las cercanías del cabildo. Su contenido es interesante:
Que el voto de la asamblea de vecinos había sido que el cabildo, con voto decisivo del síndico, se subrogaba provisionalmente en el mando hasta erigir una Suprema Junta “que haya de ejercerlo dependiente de la que legítimamente gobierne en nombre de Fernando VII”. Esto es un agregado de Leiva y por su cuenta.
Que procedería inmediatamente a erigir la Junta.
Que ésta ejercería funciones “hasta que se con congreguen los diputados que se convocaran de las provincias interiores para establecer el gobierno más conveniente.
Las candidaturas fueron aceptadas (Saavedra y Castelli no pusieron objeción alguna) y el paso siguiente consistió en asegurar el apoyo de los jefes militares. Ellos tampoco pusieron demasiados reparos, a excepción de Pedro Andrés García, quien opone ciertas objeciones al Reglamento redactado por el síndico. Rosa concluye el relato de los sucesos de este día contando que "Nada más pasó en el día, salvo un incidente callejero pero sintomático de la agitación popular que la gente de arriba no alcanzaba a percibir o creían poder dominar. Una manifestación rompió los vidrios de la casa del Dr. Villota, sin duda como reacción por su discurso del día anterior."
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.187-188)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
(1) Cabe recordar que en 1809 se produjeron sublevaciones en el Alto Perú, sucesos que no podemos dejar de considerar a la hora de repasar nuestra historia, si es que pretendemos comprenderla acabadamente.
22/5/10
Doscientos (22 de mayo, palabras de Passo)
Acababan de enredarse los abogados carlotinos en la trampa preparada por ellos y aprovechada por adversarios más hábiles. Es presumible el enojo de los oficiales de Patricios (Díaz Vélez y otros) que estaban en la plaza, y en esos momentos empezaron a gritar: “¡Junta, Junta!” desde la vereda ancha, como dicen las crónicas. ¡Para eso se había ido al Congreso Vecinal impidiéndose la marcha de las milicias contra el Fuerte!
Castelli, confundido, no atinaba a encontrar la réplica. Según la tradición, Escalada y Rodríguez Peña lo incitaban a hablar, y Passo a su lado le insinuaba al oído un argumento posible. Castelli, entonces, según Mitre, “tomó convulsivamente al Dr. Passo, hombre pequeñísimo de formas, y lo lanzó al medio del recinto”: ¡Doctor Passo, sálvenos!
Passo era un abogado conocido por sus hábiles recursos procesales; el hombre que en ese entonces se necesitaba. A la chicana de Villota contestará con otra. Contaría luego que al empezar apenas si tenía una vaga idea del argumento a desenvolver; empezó con un largo elogio a Villota, mientras pensaba y ordenaba las ideas.
Aceptó la tesis de Villota: los vecinos de Buenos Aires no eran todo el virreinato y por tanto carecían de derecho para resolver una cuestión de interés general. Pero… no siempre se necesita mandato expreso para gestar derechos ajenos. La caída de España era una situación de hecho que no admitía dilatorias, y podían aplicarse por analogía las disposiciones de la gestión de negocios ajenos del derecho común, Así como se presume la voluntad de quien no puede expresarla, por ausente o menor de edad, y se admite que un tercero vele por su derecho sin tener mandato, debía admitirse que Buenos Aires como capital del virreinato –“hermana mayor en ausencia de las menores”- presumiese la voluntad de las otras ciudades y resolviese en gestión de negocios la situación de hecho de la acefalia del gobierno virreinal, sin perjuicio del congreso de todas las ciudades del virreinato para aprobar o desechar después lo realizado por los porteños. “Una prolongada salva de aplausos” rubricó sus palabras salvadoras, mientras en la plaza arreciaban los gritos ¡Abajo Cisneros! Tan inesperada fue la salida de Passo, que desconcertó a los juristas de la audiencia y nadie supo replicarlas. Según López, las lágrimas asomaron a los ojos de Villota.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.183-184)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Nada mejor, en estos entreveros "de salón" que un hábil abogado y un político de raza. Passo lo fue. No sólo ha sido uno de los protagonistas de estos hechos. Su actividad política se extiende más allá de 1816, incluyendo el haber sido uno de los representantes de Buenos Aires en la declaración de la Indeoendencia, en Tucumán, 1816. Lo que llama la atención es el argumento esgrimido, ingenioso por cierto: "una cuestión de negocios". Y algo más: afuera estaban "las bases". Si los carlotinos fracasaban en el debate no tenían futuro político alguno.
Doscientos ( 22 de mayo, opina Villota)
Oponiéndose a esta proposición [la de Castelli] habló el fiscal en lo civil de la Audiencia, Dr. Manuel Genaro Villota, jurisconsulto respetado por todos. Empezó por decir que estaba de acuerdo con las palabras de Castelli y “el virreinato de Buenos Aires tiene derecho a complementar su gobierno”. Debieron iluminarse las caras de quienes querían la deposición del virrey al oír a un ilustre partidario de éste, y además amigo personal, decir semejantes palabras. Pero Villota era un hábil jurista: si aceptaba la posición de Castelli, era para articular lo que en derecho formal se llama una excepción de incompetencias de jurisdicción.
Sólo se ha conservado el recuerdo de sus palabras (pues no se tomó versión, ni se transcribieron en el acta), que debieron ser así: “Tiene razón el Dr. Castelli: el virreinato de Buenos Aires está en el derecho de velar por su seguridad y establecer que el Sr. Virrey ha cesado al caducar la autoridad legítima en la península, y designar, por lo tanto, quien lo reemplace… Pero he dicho el virreinato de Buenos Aires, y ¿quiénes somos nosotros, vecinos de la ciudad de Buenos Aires, para resolver lo que compete al virreinato entero? Nuestras resoluciones no pueden ir más allá de lo meramente municipal, ni trascender los límites del municipio. Esperemos, pues, como lo pide el Sr. Virrey en su proclama, a la reunión de un Congreso General del virreinato, y disolvamos nuestra reunión vecinal que nada puede ni debe hacer en esta emergencia.”
Las palabras de Villota “hicieron una impresión tremenda en la asamblea”, dice López. La poca habilidad de haber diferido la revolución militar y popular que estaba ganada el 20, a una asamblea de abogados donde los criollos serían batidos por la habilidad de los españoles, había traído ese resultado. ¿Qué importaba la mayoría criolla, si Villota acababa de ganar el debate? Posiblemente no habría ya tal mayoría, hecho conciencia en los concurrentes el alegato del excelente abogado del virrey. Dentro de seis u ocho meses se reuniría un congreso de diputados de municipios, cuya mayoría habría asegurado el virrey, y en un ambiente de argumentos especiosos se diferiría la resolución a otro congreso de todas las posesiones españolas de América como quería Cisneros en su Proclama y en esos momentos proponía desde potosí el asesor de la Intendencia Dr. Vicente Cañete. Mientras tanto la agitación popular de Buenos Aires se diluiría, y no habría cambio de autoridades.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.180-181)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Villota, con su hábil fundamentación, acababa de demoler los argumentos de los "carlotistas", intelectuales o "ilustrados". Las "bases", es decir los Patricios fuerza militar creada en oportunidad de las invasiones inglesas apelando a nativos no ilustrados en su mayoría, tenían un líder: Saavedra.
Doscientos (Un remanso, luego seguimos)
María Elena Walsh (hoy "ninguneada" por la "cultura NaK & Pop") es autora y compositora de esta canción, hermosa, muy pertinente en estas fechas y estos tiempos en los que persisten las contradicciones, digan los que quieran decir los ocupantes del poder. Luego, Mercedes. Ella se nos fue, pero sigue presente.
Doscientos (22 de mayo, rebate Castelli)
Las palabras del obispo eran imprudentes e impolíticas, y así lo entendieron los partidarios de la permanencia del virrey. Quiso corregirlas el fiscal Villota, pero Castelli se adelantó a rebatirlas. Dijo que el obispo encontraría en las Leyes de Indias, que había llevado al debate y tenía delante suyo, la contestación a sus palabras. Interrumpe Lué que no había venido a discutir sino a dar una opinión que le habían pedido. Castelli siguió: las Indias pertenecen al rey y no a España; ante la caída de la autoridad en la metrópoli era incosteable su derecho a velar por la seguridad. Por lo tanto propuso esta proposición: “¿debe subrogarse otra autoridad a la del virrey, que dependerá de la metrópoli si ésta se salva de los franceses, y será independiente si la España queda subyugada?”
La moción de Castelli iba directamente a establecer un gobierno independiente, porque era idea de todos que España se había perdido definitivamente o estaba próxima a perderse (no se conocía, como he dicho, que se había establecido el Consejo de Regencia). Pero no fue apoyada por la mayoría criolla por considerar poco prudente hablar de “independencia”. En su reemplazo Ruiz Huidobro insistió en la fórmula escueta, ya indicada por Leiva. “¿Si la autoridad soberana había o no caducado en la península o se hallaba en incierto?” Tenía su trampa, porque al entenderse que Cisneros había caducado sin establecer en quien recaería el gobierno, éste iría a Ruiz Huidobro como militar de mayor graduación. Tampoco se aceptó. Antonio José Escalada propuso otra fórmula: “Si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene en Excmo. Señor Virrey, dependiente de la soberana que se ejerza legítimamente a nombra del Sr. D. Fernando VII, y en quién.”
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.180-181)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
"Sutil" el amigo Lué, se ve que la política no estaba entre sus mejores aptitudes. Luego, Don Ruiz Huidobro, un picarón.
Doscientos (22 de mayo, opina Lué)
Habló el obispo. Su discurso, como todos los pronunciados allí, debe reconstruirse por los testimonios pues no se recogieron versiones de los debates. Objetó la convocatoria, diciendo, según Saavedra, “que no había por qué hacer novedad con el virrey, y en el caso de quedar España subyugada los españoles que estuviesen en ella debían tomar su mando, que sólo cedería a manos de los hijos del país cuando ya no quedase un español en él"; según Mitre por testimonio de Vedia, “que mientras hubiese en España un pedazo de tierra mandado por españoles, ese pedazo de tierra (se refería a Cádiz) debía mandar a las Américas”, y solo después recaería en los españoles de América y finalmente en los americanos; para López –por tradición de Vicente López y Planes-, que “por las leyes del Reino, la soberanía residía en España y era privativa de los españoles, fuesen pocos o muchos”; un diario anónimo publicado por Marfany dice: “El obispo rompió el silencio… habló bastante como suele y concluyó en que si hubiese quedado un solo vocal de la Junta Central y arribase a nuestras playas lo deberíamos recibir como a la soberanía”. Algo semejante trae Saguí en sus recuerdos.
Era la doctrina del centralismo borbónico expuesta en su crudeza colonial: América pertenecía a España y debía gobernarse desde España, y a falta de España por españoles emigrados. No reparaba Lué que esa doctrina, no fundada precisamente en “las leyes del Reino” sino en la práctica administrativa de un siglo de borbones, acababa de ser abandonada por la Junta de Sevilla al fijar la igualdad de europeos y americanos al disponer que “América no era colonia”, y llamar diputados indianos para integrarla.
Algunos suponen que el prelado no pudo expresar tesis tan absurda, atribuyendo la versión de sus palabras a una interpretación errónea de Saavedra. Sin embargo, era la idea corriente del colonialismo español y el fundamento de la resistencia.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.180-181)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Doscientos (22 de mayo, Congreso Vecinal)
La reunión se haría en el largo y estrecho corredor exterior del piso alto del Cabildo, a este efecto protegido por cortinados de la lluvia y el frío. En el extremo norte se había puesto una mesa donde presidían los capitulares; seguían el escribano, y el obispo; dos filas de bancos de iglesias (pedidas a los templos vecinos) se enfrentaban de un extremo al otro del corredor. A las nueve de la mañana se inició la sesión. Los capitulares asistían exclusivamente para presidir a la “clase principal del vecindario”, pero no podían votar. Empezó el acto con la lectura de la Proclama redactada por el síndico Leiva “al vecindario de Buenos Aires” que aconsejaba no tomar resoluciones hasta reunirse un congreso de las posesiones españolas en América o por lo menos de las ciudades del virreinato.
“Fiel y generoso pueblo de Buenos Aires: …agitados de un conjunto de ideas que os han sugerido vuestra lealtad y patriotismo habéis esperado con ansia el momento de combinarlas para evitar toda división… Ya estáis congregados: hablad con toda libertad, pero con la dignidad que os es propia… Vuestro principal objeto debe ser evitar toda división, radicar la confianza entre el súbdito y el magistrado, afianzar vuestra unión recíproca y la de todas las provincias, y dejar expeditas vuestras relaciones con los virreinatos del continente. Evitad toda innovación o mudanza, pues generalmente son peligrosas y expuestas a división. No olvidéis que tenéis casi a la vista un vecino que acecha vuestra libertad (¿Portugal?) Y que no perderá ninguna ocasión en medio del menor desorden. Tened por cierto… que vuestras deliberaciones serán frustradas si no nacen… del consentimiento general de todos los pueblos de las provincias… Huid de tocar en cualquier extremo que es siempre peligroso; despreciad medidas estrepitosas o violentas, y siguiendo un camino medio abrazad aquel que es más sencillo para conciliar, con nuestra actual seguridad y la de nuestra suerte futura, el espíritu de la ley y el respeto de los magistrados.”
Después –dice el acta- “se promovieron largas discusiones” sobre la proposición a votar. El síndico Leiva entendió que debería ser “si había caducado o no el supremo gobierno de España.”
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.180-181)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Entre nosotros, ya que nadie nos escucha, Leiva sería "síndico" pero francamente el tipo era todo un político versión siglo XXI. Me fascina y deprime a la vez ver que las cuestiones relacionadas al poder (y los intereses económicos) no son tan diferentes hoy, doscientos años atrás o, si te parece bien, mil años atrás.
Doscientos (22 de mayo, en la plaza)
Daba marco al Congreso Vecinal una “multitud –dice Guido, que estuvo allí pues era joven para concurrir como vecino principal- que en la plaza servía grandemente a los agentes revolucionarios” a pesar de la lluvia que habría de prolongarse toda la semana. Cisneros menciona en su informe “gentes que con estudio habían introducido a la plaza, los cuales esperaban la resolución y eran avisados con señales que le daban los facciosos desde la galería del cabildo para que aclamasen los votos favorables”; Belgrano, “que una porción de hombres estaban preparados para la señal de un pañuelo blanco, a atacar a los que quisiesen violentarnos”.
Es posible que Patricios no dejaran entrar a todo el mundo. Pero lo hicieron con la Legión Infernal –llamados “chisperos” en algunas crónicas- de jóvenes de la clase principal (entre ellos Guido) que acaudillaban French y Beruti. A esta porción de hombres preparados debe referirse Belgrano. French habla de “seiscientos” con superlativa imaginación, pero no debieron pasar de dos o tres docenas.
La cinta con dos colores, azul y blanca, como la historia del saldo comprado en la bandola de Álvarez por French y Beruti, es una confusión con el distintivo de la Sociedad Patriótica que sólo empezó a usar en marzo de 1811. El 21 y 22 de mayo la divisa fue la cinta blanca, acompañada del retrato de Fernando VII; el 25 se vieron también cintas coloradas y azules acompañando a la blanca, posiblemente por ser los colores de los cuerpos de milicias (algunas crónicas dicen que el “azul” significaba la paz que se ofrecía, y el “colorado” la muerte que se estaba dispuesto a dar y recibir). Pero el color de la Revolución fue el blanco. ¿Por qué? Es curioso que nuestros historiadores no se hayan dado cuenta que el blanco es el color argentino de la heráldica.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (p.180)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
Nota: ¿Tendrá alguna relación este asunto de las cintas coloradas, azules y las blancas con hechos de nuestra historia cercana, frustante por cierto, metidos ya en la segunda mitad del siglo XX del que, al parecer, no podemos abandonar en términos de futuro?
21/5/10
Doscientos (21 de mayo)
El lunes 21 de mayo fue de conmoción callejera. Se oyen en la plaza “voces tumultuosas” que piden la “suspensión del virrey”, desde antes de reunirse el cabildo ordinario. Que ese tumulto gritase ¡Cabildo abierto! ¡cabildo abierto! Es una suposición de Mitre; clamaba, según las actas, por “la suspensión del virrey”.
Era la tropa y suboficiales de Patricios que posiblemente había esperado en el cuartel de las Temporalidades la salida del cuerpo, y gritaba la sustitución del virrey por el jefe de su cuerpo.
“Día 21 de mañana –dice el diario anónimo que se conserva en el Archivo Nacional- se comenzaron algunos patricios a juntar en la plaza, sabedores y hablados de lo que iba a ocurrir, todos en corrillos muy alegres, y se apareció uno de ellos repartiendo cintas blancas para divisa de la unión, y el infeliz retrato de Fernando VII para que les sirviera de apoyo, y ninguno les decía nada debido a que ellos tenían la fuerza.”
Un cronista mencionado por el historiador Marfany dice: “Amanecieron lunes 21 en la Plaza Mayor bastante porción de encapotados con cintas blancas al sombrero y casacas”. Lo de encapotados sería por la llovizna persistente. Los jóvenes carlotinos se mezclaron a ellos no obstante los clamores por la suspensión del virrey; tal vez profirieron los gritos de cabildo abierto que llegaron a Mitre a través del eco de Vedia. Una carta que obra en el Archivo de Montevideo dice: “la mañana del lunes (21) French, Beruti, oficial de las Cajas, y un Arzac que no es nada (1), fueron a la plaza como representantes del pueblo y repartieron retratos de Fernando VII y unas cintas blancas que la tropa traía en el sombrero y atadas en los ojales de la casaca” (citada por Marfani).
En un momento algunos exaltados entraron al edificio y gritaron en el corredor que daba a la sala donde se reunían los capitulares. Se habría visto a unos regidores ir al Fuerte con una petición, y se creyó que sería la intimación a Cisneros para dejar el mando. Debió salir Leiva, que fue preguntado “¿qué había contestado S.E. a la diputación del Excmo. Cabildo?”; Leiva les dijo que habría un cabildo abierto “para lo cual S.E. había prestado su conformidad en todo.” Esto desagradó a la multitud que clamó que “lo que quería era la suspensión del Excelentísimo Señor Virrey” (dice el acta), tapando la voz de Leiva y no dejándole continuar. Los capitulares se vieron obligados a llamar a Saavedra “suplicándole encarecidamente pusiese en planta sin la menor demora todos los medios de su prudencia y celo para hacer que se retirase aquella gente de la plaza”. El comandante de Patricios aseguró al pueblo “que el cabildo meditaba, trataba y acordaba cuanto se creía conducente a la felicidad del país”, consiguiendo que cesase la gritería y la gente se retirase al corredor.
Llegó la autorización del virrey. Era retaceada, pues permitía el cabildo abierto con la condición “que nada se ejecute, ni acuerde que no sea en obsequio de la integridad de estos dominios al Sr. Dn. Fernando VII y completa obediencia al Supremo Gobierno Nacional que lo representaba en su cautividad… (por ser) la monarquía una e indivisible… y por tanto debe obrarse, aún en la hipótesis arbitraria que la España se hubiese perdido enteramente y faltase un Gobierno Supremo… con conocimiento y acuerdo de todas sus partes.” El cabildo se puso a la tarea de convocar la “parte principal y sana del vecindario” por 450 esquelas distribuidas entre funcionarios, jefes y oficiales militares, obispo, canónigos, curas párrocos y priores de las órdenes religiosas, “profesores” de derecho y medicina, alcaldes de barrio, comerciantes y propietarios principales. El virrey se quejará después por haberse incluido “algunos hijos de familia, bolicheros y otras personas sin arraigo de vecindad.”
Para mantener el orden, el cabildo había pedido al virrey que se custodiasen las bocacalles de la plaza y se permitiera solamente la entrada “de los vecinos de distinción”. Cisneros ordenó el acuartelamiento de las tropas regladas; pero las urbanas hicieron lo mismo, y en la mañana sería Patricios y no el Fijo quien tomó posesión de las bocacalles y controló la asamblea.
Se ha dicho que hubo invitaciones fraudulentas. No es cierto; se imprimieron 600, distribuyéndose 450, y se anotaron en el Congreso vecinal 251. No puede deducirse con certeza en número de concurrentes, pues muchos se retiraron sin anotarse (como el fiscal de la Audiencia Caspe y Rodríguez del que consta su presencia). Los nombres de los que asistieron están en las actas, y todos ellos pertenecen a la “parte principal”. Muchos dejaron de ir por las causas más diversas: Pedro Díaz de Vivar escribió en su esquela “no haber ido porque llovía”, Benito González Rivadavia por “hallarse en cura de tres días a esta parte, Gervasio Antonio de Posadas, notario eclesiástico y futuro director supremo de las Provincias Unidas, por estar “legítimamente ocupado en la redacción de unas escrituras”. Tampoco estuvo el regente de la audiencia, Muñoz y Cubero.
Es conjeturable que los del partido de Cisneros se retiraron sin anotarse al advertir que la plaza se encontraba custodiada por los Patricios y no por el Fijo desobedeciéndose las órdenes del virrey.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp. 178-180)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
(1) ¡Que viva Arzac! No era "nada" pero allí estuvo. Me permito, respetuosamente, la exclamación y reitero: gloria y honra a los sin cargos.
20/5/10
Doscientos (20 de mayo)
Saavedra llegó de San Isidro, muy retrasado, la mañana del 20. Fue hablado por los carlotistas. Su temperamento conciliador y legalista le hace preferir el “cabildo abierto” a la revolución directa que querían sus amigos patricios, y junto con Belgrano va a entrevistar al alcalde Lezica a quien hablan que el pueblo “vacila sobre su actual situación y sobre su suerte futura”, corriéndose el riesgo de una “lastimosa fermentación” si no se “resuelve lo más acertado” (informe de Lezica). Al mismo tiempo Castelli entrevista –o ha entrevistado ya- al síndico Leiva para ponerlo del lado de un “cabildo abierto”. Lezica corre al fuerte (es mediodía) y habla con el virrey, quien pide oírlo también al síndico; llega éste y explica que un “cabildo abierto o congreso general de la parte principal y más sana del pueblo” sería el expediente para encauzar la conmoción por vías pacíficas. Está presente el fiscal Villota de la Audiencia: Leiva y Villota debieron aconsejar al virrey que aceptase el cabildo abierto para poder diferir la sustitución del virrey (como lo propuso Villota el 22), a la reunión del Congreso General de todo el virreinato anunciado por Cisneros en su proclama.
El virrey quiso agotar la posibilidad de su proclama del 18: esto es, quedar en el gobierno hasta la reunión de un Congreso General del Virreinato. Confiaba en su amistad con Saavedra y Pedro Andrés García para que los comandantes contuviesen al pueblo y evitaran los tumultos. Citó a los jefes de milicias y fuerzas regladas para las 7 de la tarde; les hizo presente el “peligroso estado del pueblo y el desarreglo de sus intempestivas pretensiones” al querer reemplazarlo en forma tumultuaria; recordó sus “reiteradas protestas y juramentos de defender la autoridad y sostener el orden público”, preguntándoles finalmente si era posible “sostenerlo en el mando”.
Saavedra en nombre de los jefes urbanos dijo, según sus memorias: “El que dio autoridad a V.E. para mandarnos ya no existe; por consiguiente, tampoco V.E. la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas a mi mando para sostenerse.” No debieron ser tan terminantes sus palabras, pues Cisneros asegura en su informe que “se explicó con tibieza”. Pero con sus palabras se enteró el virrey “que si no eran los comandantes los autores de semejante división y agitaciones, estaban por lo menos de conformidad y acuerdo con los facciosos”. Sin apoyo de la fuerza, Cisneros condesciende a “a esperar el resultado del Congreso del vecindario, librando el éxito al voto de los buenos”.
Rosa, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1981, tomo II (pp.177-178)
Acerca de José María Rosa (ver aquí)
18/5/10
Alma
En el ámbito de la arquitectura el alma puede ser un madero vertical que sirve de apoyo a los tablones de un andamio, un muro en el que se apoyan los peldaños de una escalera, el eje de una escalera de caracol y unas cuantas cosillas más.
En el campo de la escultura, para el caso de aquellas que reconocen su origen en la fundición de algún metal, la pieza interior de material refractario. En el caso de las que son revestidas en placas de metal o marfil, la parte interior o “base” sobre las que son aplicadas. También podría tratarse del núcleo de las esculturas barrocas españolas que lucen vestidos bordados, por ejemplo más de una de las imágenes que representan a la Virgen María.
Ahora bien, para vos ¿qué es el alma? Buena pregunta ¿no te parece? Quien esto escribe no tiene respuestas, sólo dudas.
Fotografía: gentileza de Wikipedia.
En el campo de la escultura, para el caso de aquellas que reconocen su origen en la fundición de algún metal, la pieza interior de material refractario. En el caso de las que son revestidas en placas de metal o marfil, la parte interior o “base” sobre las que son aplicadas. También podría tratarse del núcleo de las esculturas barrocas españolas que lucen vestidos bordados, por ejemplo más de una de las imágenes que representan a la Virgen María.
Ahora bien, para vos ¿qué es el alma? Buena pregunta ¿no te parece? Quien esto escribe no tiene respuestas, sólo dudas.
Fotografía: gentileza de Wikipedia.
14/5/10
Musiquita
Charlie Hunter es un guitarrista notable que utiliza una muy peculiar "guitarra" de ocho cuerdas. Tres de ellas hacen las veces de bajo, las otras cinco son la guitarra propiamente dicha. Aquí va la interpretación de "Migthy migthy", en vivo, a cargo de Hunter y su cuarteto, con la participación de un cantante que se hace notar, Dean Bowman. Que lo disfrutes.
13/5/10
El Diecinueve
El siglo XVIII, con la ilustración a cuestas, se caracterizó por una indiscutible vuelta hacia lo terrenal, el pragmatismo y lo realizable. Filósofos, reformistas sociales, científicos, literatos y artistas, con la fe puesta en la fuerza de la razón para comprender y examinar a fondo el mundo, asumiendo además una conducta crítica en contra de las autoridades tradicionales (sobre todo contra el clero y la nobleza) surgida de esa nueva concepción, prepararon desde mediados de siglo el camino político que alcanzaría su punto álgido en 1789 con la Revolución Francesa. Es aquí donde tenemos que identificar el comienzo del proceso de crisis cultural en occidente ocurrida durante el siglo XIX, o en todo caso, de revisión de los valores que predominaron en siglos anteriores, a partir de la síntesis que caracteriza al Renacimiento.
A modo de ejemplo enumero algunos sucesos significativos de la historia, que dan idea de la magnitud del cambio cultural que pretendemos comentar. Entre 1760 y 1804, entre otras cosas, James Watt inventa la máquina de vapor, que dispara el proceso tecnológico de la llamada Revolución Industrial; se edita la Encyclopedia Britannica; es fijada la frontera sur de Canadá; se declara la independencia de América del Norte; arriban a Australia los primeros criminales colonos remitidos allí por las autoridades inglesas; Immanuel Kant publica su “Critica de la razón pura”; Washington es nombrado el primer presidente de los EE.UU; estalla la ya citada Revolución Francesa; son ejecutados Luis XVI y María Antonieta y rige el régimen de terror de Robespierre y Danton; Mozart compone “La flauta mágica”, inspirado en la masonería; Francia establece las bodas civiles y se declara república, decretando el sistema de elección por clases; por primera vez se realiza la vacunación contra la viruela (lo hace el médico inglés Edward Jenner); se desarrolla la litografía, una nueva técnica de representación gráfica (lo hace Alois Senefelder); Napoleón Bonaparte se proclama y corona Emperador de Francia, donde se promulga el Código Civil. (1)
En términos de expresión artística el mundo que precedió inmediatamente a semejante punto de inflexión, había perdido la vitalidad y el conmovedor dramatismo del Barroco. Todo era más banal, a veces hasta libertino y, en rigor de verdad, importaba más el deleite íntimo y privado de los pequeños palacios de ciudad, a los cuales era necesario ambientar, que la fuerte impronta del arte representativo del absolutismo. De lo heroico se avanzó hacia lo sentimental, decorativo y privado, con un concepto más ocupado en la composición, la brillantez del colorido, la sensualidad y materialidad, cayendo muchas veces, en la exageración, si no en la fantasía. (2)
Aparecen, entonces, nuevas expresiones que toman la bandera de la ilustración. La sencillez y el objetivismo encontraron eco en autores tales como Jean Baptiste Siméon Chardin, quien abrió los ojos a la vida que se desarrollaba más allá de la despreocupación y el frívolo divertimento de la aristocracia, a través de obras sosegadas, en las que se nota la influencia de la pintura holandesa, muchas veces ocupada en presentar la modestia y la sencillez. Con la misma intención ilustradora el inglés Willam Hogarth censuró determinadas situaciones inmorales de la sociedad (3) y autores como Thomas Gainsborough o Sir Joshua Reynolds se enfrentan tanto a las concepciones artísticas devenidas del barroco, como a las tendencias ornamentales del momento, a las que consideraban degeneradas y vacías de contenido. Para ello buscaron un arte que pusiera de manifiesto los verdaderos sentimientos. Tanto eran válidos para ello los ideales clásicos de la antigüedad (Reynolds) como la expresión intuitiva, subordinada a la propia mirada y emoción (Gainsborogh).
La pintura de Joseph Wright of Derby (4) El experimento con la bomba de aire (para ver mejor clic aquí) puede definirse, en mi opinión, como un programa de esta ideología: no se trata de una simple representación pictórica. Es un documento que pone de manifiesto el nuevo interés mental e intelectual que desata el comienzo de la Revolución Industrial, cuyos inicios en la Inglaterra en la que también vivió Wright, se hicieron claramente visibles con la construcción de las primeras fábricas. Este cuadro refleja la transformación en el modo de pensar de toda una época.
Wright, considerado un maestro menor, produjo esta obra magistral, combinando virtuosismo técnico, placer visual y un alto nivel intelectual. En ella vemos un conjunto de personas reunidas en torno a un nuevo mago: el científico; sus cabellos sueltos y la larga túnica le dan cierto aire de hechicero. En esos tiempos era bastante común que los científicos visitaran casas de particulares para entretener las veladas e instruir a las familias que gozaban de ciertos recursos. Este personaje nos observa directamente, con mirada inquisidora, preguntando: “¿Abro la válvula para que entre el aire o dejo morir al pájaro? La decisión es suya.” El experimento en sí no es otro que demostrar que al extraerse el aire de la campana de cristal, se produce el vacío. Al desaparecer el oxígeno, el pájaro muere. Puede parecer un experimento trivial u obvio. Sin embargo recuerdo, para ponernos en contexto, que el oxígeno se identificó debidamente hacia 1770.
Las personas que asisten a la demostración del científico reaccionan de distinto modo. La pareja de enamorados no presta atención a lo que ocurre, ensimismada en la fascinación del enamoramiento, aspecto que en nada ha cambiado con el paso del tiempo: los tórtolos han sido, fueron y serán precisamente eso, tórtolos. A su lado, un observador pone toda su atención en el experimento, mientras controla el tiempo con un cronómetro, junto a él un muchacho fuerza su postura para poder observar mejor lo que ocurre.
A la izquierda dos hermanas se debaten entre la curiosidad y la pena. El hombre que las cobija, posiblemente su padre, consuela a la que llora y explica en qué consiste el experimento, manifestando amor y una actitud didáctica. En el extremo de la mesa, el filósofo encarnado en un hombre de mayor edad, sopesa las consecuencias de los nuevos saberes y recuerda que la ciencia puede servir tanto para el bien como el mal. Atrás, un muchacho manipula la jaula del pájaro, dudando: si el pájaro vive volverá a la jaula, pero si esto no es así, ella ya no será necesaria. Daría la impresión que este jovencito es pragmático, atiende aspectos de índole práctica más allá de las cuestiones científicas.
La principal fuente de luz es una vela oculta detrás de un frasco de cristal. Su imagen deformada se puede ver a la izquierda del frasco, como una sombra. El efecto logrado por el artista con esta fuente de luz es admirable, aunque esta vela no sólo está allí por esta razón, también es un símbolo inequívoco que recuerda la finitud y fugacidad de la vida. Luego, podemos observar a través de la ventana la luz de la luna, posible referencia a la Sociedad Lunar, radicada en las Midlands inglesas, cuna de la Revolución Industrial. La sociedad celebraba sus sesiones con luna llena, para que los participantes pudieran regresar a sus casas bajo un manto de luz que facilitara el traslado.
Completan la escena instrumentos científicos dispuestos sobre la mesa como si se tratase de una naturaleza muerta. Entre estos instrumentos se incluye un par de esferas Magdeburg, que demuestran la fuerza del empuje del aire exterior frente al vacío ya que, al colocarlas juntas y extraerles el aire por bombeo, no es posible separarlas. Tanto los objetos citados, como el frasco de cristal que oculta a la vela, no impiden un cierto espacio libre, de modo tal que la escena se presente despejada, invitando al espectador a participar.
Cualquier desprevenido podría confundirse y ubicar esta obra dentro del barroco. La luz, la composición de la escena, la sensación de movimiento, la actitud del científico que nos está mirando a los ojos… Sin embargo la pintura está muy lejos de la concepción barroca, más allá de los recursos técnicos puestos en juego. Todo artista con pretensiones pretende producir gran arte, es decir arte intelectual o moralmente serio en intención y contenido. Hasta el siglo XIX este propósito implicaba extraer temas de la historia antigua y de la Biblia, ya que los paisajes, bodegones o la pintura de género se consideraban meramente decorativas. Cuando hacia finales del siglo el paisaje estaba en su apogeo (recordar a los naturalistas, impresionistas y post impresionistas), la jerarquía citada se había transformado radicalmente y es allí cuando se entiende que Wright había llevado el arte serio a terrenos inexplotados, creando para el gran arte temas modernos, absolutamente nuevos y diferentes.
(1) Hoy, hablar de un Código Civil en cualquier sociedad organizada es tan natural como la lluvia. Deseo hacer notar el significativo cambio que implica que (desde los lejanos tiempos de Roma) se consagre nada menos que un Código Civil que pone en mano del Estado cuestiones trascendentes como el matrimonio o el registro del nacimiento o fallecimiento de las personas, por encima de los parámetros de los credos religiosos.
(2)La imagen reproduce el cuadro "La declaración de amor" de Jean-Honoré Fragonard, uno de los mejores exponentes de la pintura Rococó.
(3)Ver “El Contrato Matrimonial”, National Gallery, Londres.
(4) Se lo llamó así por ser Derby su pueblo natal, donde realizó la totalidad de sus cuadros.
A modo de ejemplo enumero algunos sucesos significativos de la historia, que dan idea de la magnitud del cambio cultural que pretendemos comentar. Entre 1760 y 1804, entre otras cosas, James Watt inventa la máquina de vapor, que dispara el proceso tecnológico de la llamada Revolución Industrial; se edita la Encyclopedia Britannica; es fijada la frontera sur de Canadá; se declara la independencia de América del Norte; arriban a Australia los primeros criminales colonos remitidos allí por las autoridades inglesas; Immanuel Kant publica su “Critica de la razón pura”; Washington es nombrado el primer presidente de los EE.UU; estalla la ya citada Revolución Francesa; son ejecutados Luis XVI y María Antonieta y rige el régimen de terror de Robespierre y Danton; Mozart compone “La flauta mágica”, inspirado en la masonería; Francia establece las bodas civiles y se declara república, decretando el sistema de elección por clases; por primera vez se realiza la vacunación contra la viruela (lo hace el médico inglés Edward Jenner); se desarrolla la litografía, una nueva técnica de representación gráfica (lo hace Alois Senefelder); Napoleón Bonaparte se proclama y corona Emperador de Francia, donde se promulga el Código Civil. (1)
En términos de expresión artística el mundo que precedió inmediatamente a semejante punto de inflexión, había perdido la vitalidad y el conmovedor dramatismo del Barroco. Todo era más banal, a veces hasta libertino y, en rigor de verdad, importaba más el deleite íntimo y privado de los pequeños palacios de ciudad, a los cuales era necesario ambientar, que la fuerte impronta del arte representativo del absolutismo. De lo heroico se avanzó hacia lo sentimental, decorativo y privado, con un concepto más ocupado en la composición, la brillantez del colorido, la sensualidad y materialidad, cayendo muchas veces, en la exageración, si no en la fantasía. (2)
Aparecen, entonces, nuevas expresiones que toman la bandera de la ilustración. La sencillez y el objetivismo encontraron eco en autores tales como Jean Baptiste Siméon Chardin, quien abrió los ojos a la vida que se desarrollaba más allá de la despreocupación y el frívolo divertimento de la aristocracia, a través de obras sosegadas, en las que se nota la influencia de la pintura holandesa, muchas veces ocupada en presentar la modestia y la sencillez. Con la misma intención ilustradora el inglés Willam Hogarth censuró determinadas situaciones inmorales de la sociedad (3) y autores como Thomas Gainsborough o Sir Joshua Reynolds se enfrentan tanto a las concepciones artísticas devenidas del barroco, como a las tendencias ornamentales del momento, a las que consideraban degeneradas y vacías de contenido. Para ello buscaron un arte que pusiera de manifiesto los verdaderos sentimientos. Tanto eran válidos para ello los ideales clásicos de la antigüedad (Reynolds) como la expresión intuitiva, subordinada a la propia mirada y emoción (Gainsborogh).
La pintura de Joseph Wright of Derby (4) El experimento con la bomba de aire (para ver mejor clic aquí) puede definirse, en mi opinión, como un programa de esta ideología: no se trata de una simple representación pictórica. Es un documento que pone de manifiesto el nuevo interés mental e intelectual que desata el comienzo de la Revolución Industrial, cuyos inicios en la Inglaterra en la que también vivió Wright, se hicieron claramente visibles con la construcción de las primeras fábricas. Este cuadro refleja la transformación en el modo de pensar de toda una época.
Wright, considerado un maestro menor, produjo esta obra magistral, combinando virtuosismo técnico, placer visual y un alto nivel intelectual. En ella vemos un conjunto de personas reunidas en torno a un nuevo mago: el científico; sus cabellos sueltos y la larga túnica le dan cierto aire de hechicero. En esos tiempos era bastante común que los científicos visitaran casas de particulares para entretener las veladas e instruir a las familias que gozaban de ciertos recursos. Este personaje nos observa directamente, con mirada inquisidora, preguntando: “¿Abro la válvula para que entre el aire o dejo morir al pájaro? La decisión es suya.” El experimento en sí no es otro que demostrar que al extraerse el aire de la campana de cristal, se produce el vacío. Al desaparecer el oxígeno, el pájaro muere. Puede parecer un experimento trivial u obvio. Sin embargo recuerdo, para ponernos en contexto, que el oxígeno se identificó debidamente hacia 1770.
Las personas que asisten a la demostración del científico reaccionan de distinto modo. La pareja de enamorados no presta atención a lo que ocurre, ensimismada en la fascinación del enamoramiento, aspecto que en nada ha cambiado con el paso del tiempo: los tórtolos han sido, fueron y serán precisamente eso, tórtolos. A su lado, un observador pone toda su atención en el experimento, mientras controla el tiempo con un cronómetro, junto a él un muchacho fuerza su postura para poder observar mejor lo que ocurre.
A la izquierda dos hermanas se debaten entre la curiosidad y la pena. El hombre que las cobija, posiblemente su padre, consuela a la que llora y explica en qué consiste el experimento, manifestando amor y una actitud didáctica. En el extremo de la mesa, el filósofo encarnado en un hombre de mayor edad, sopesa las consecuencias de los nuevos saberes y recuerda que la ciencia puede servir tanto para el bien como el mal. Atrás, un muchacho manipula la jaula del pájaro, dudando: si el pájaro vive volverá a la jaula, pero si esto no es así, ella ya no será necesaria. Daría la impresión que este jovencito es pragmático, atiende aspectos de índole práctica más allá de las cuestiones científicas.
La principal fuente de luz es una vela oculta detrás de un frasco de cristal. Su imagen deformada se puede ver a la izquierda del frasco, como una sombra. El efecto logrado por el artista con esta fuente de luz es admirable, aunque esta vela no sólo está allí por esta razón, también es un símbolo inequívoco que recuerda la finitud y fugacidad de la vida. Luego, podemos observar a través de la ventana la luz de la luna, posible referencia a la Sociedad Lunar, radicada en las Midlands inglesas, cuna de la Revolución Industrial. La sociedad celebraba sus sesiones con luna llena, para que los participantes pudieran regresar a sus casas bajo un manto de luz que facilitara el traslado.
Completan la escena instrumentos científicos dispuestos sobre la mesa como si se tratase de una naturaleza muerta. Entre estos instrumentos se incluye un par de esferas Magdeburg, que demuestran la fuerza del empuje del aire exterior frente al vacío ya que, al colocarlas juntas y extraerles el aire por bombeo, no es posible separarlas. Tanto los objetos citados, como el frasco de cristal que oculta a la vela, no impiden un cierto espacio libre, de modo tal que la escena se presente despejada, invitando al espectador a participar.
Cualquier desprevenido podría confundirse y ubicar esta obra dentro del barroco. La luz, la composición de la escena, la sensación de movimiento, la actitud del científico que nos está mirando a los ojos… Sin embargo la pintura está muy lejos de la concepción barroca, más allá de los recursos técnicos puestos en juego. Todo artista con pretensiones pretende producir gran arte, es decir arte intelectual o moralmente serio en intención y contenido. Hasta el siglo XIX este propósito implicaba extraer temas de la historia antigua y de la Biblia, ya que los paisajes, bodegones o la pintura de género se consideraban meramente decorativas. Cuando hacia finales del siglo el paisaje estaba en su apogeo (recordar a los naturalistas, impresionistas y post impresionistas), la jerarquía citada se había transformado radicalmente y es allí cuando se entiende que Wright había llevado el arte serio a terrenos inexplotados, creando para el gran arte temas modernos, absolutamente nuevos y diferentes.
(1) Hoy, hablar de un Código Civil en cualquier sociedad organizada es tan natural como la lluvia. Deseo hacer notar el significativo cambio que implica que (desde los lejanos tiempos de Roma) se consagre nada menos que un Código Civil que pone en mano del Estado cuestiones trascendentes como el matrimonio o el registro del nacimiento o fallecimiento de las personas, por encima de los parámetros de los credos religiosos.
(2)La imagen reproduce el cuadro "La declaración de amor" de Jean-Honoré Fragonard, uno de los mejores exponentes de la pintura Rococó.
(3)Ver “El Contrato Matrimonial”, National Gallery, Londres.
(4) Se lo llamó así por ser Derby su pueblo natal, donde realizó la totalidad de sus cuadros.
12/5/10
Si Didier avait un marteau
Santiago es un amigo de este espacio. Hoy tuvo la amabilidad de enviarme el link de un blog, En el tren de la Vida, que recomiendo. Pero ahora, el punto en cuestión es este video.
Me voy pensando en lo curiosas que resultan ciertas habilidades, ni hablar de las técnicas de representación. También, ya con un pie en el estribo, en que no me gustaría pasar por allí distraido. La experiencia podría resultar un verdadero clavo.
Me voy pensando en lo curiosas que resultan ciertas habilidades, ni hablar de las técnicas de representación. También, ya con un pie en el estribo, en que no me gustaría pasar por allí distraido. La experiencia podría resultar un verdadero clavo.
10/5/10
El pomo (cuentito audaz)
En su Historia de la Pintura, Anna-Carola Krauβe comenta que cuando en 1824 Constable expuso en París su cuadro El carro de Heno, éste causó una gran impresión. En esta pintura el paisaje no sólo estaba representado como una alegoría de un sentimiento, sino que podía percibirse el interés del pintor por conseguir una representación de la naturaleza intensamente realista. (1)
Esta toma de partido generó la unión del artista con un grupo de pintores franceses que se encontraba en la búsqueda de una representación de la naturaleza que no se componía de los ideales académicos clasicistas, ni del sentimentalismo propio del movimiento romántico, sino nacía de una base que surgía de la inminente observación de la naturaleza. También, por qué no decirlo, de una actitud cada vez más escéptica frente a los resultados sociales y políticos de los procesos históricos de años anteriores, expresados por el concepto neoclásico y su opuesto, el romanticismo.
Camille Corot, uno de estos artistas naturalistas, crea un nuevo tipo de pintura, de paisajes más íntimos (paisaje intime), sumergida en los aspectos objetivos de la naturaleza. Junto a Théodore Rousseau y Charles-François Daubigny, se trasladó hacia mediados del siglo XIX a un pequeño pueblo, Barbizon, en las cercanías de París. Luego se les une Millet. Allí nace una pintura al aire libre que, una décadas más tarde se convertiría en esencial para los impresionistas.
Aunque parezca mentira, esto fue posible –entre otras cosas- por la invención de unos pequeños tubos de metal que permitieron a los artistas llevar los colores ya preparados y en pequeñas cantidades, a todas partes. Sin estos pequeños tubos (Corot los llamaba “el estudio portátil”), no hubiera sido posible una pintura al aire libre tan consecuente como la realizada por el grupo de Barbizon, luego por los impresionistas y tantos otros más. Esto que comento, aparentemente una curiosidad o detalle menor, a mi juicio no lo es tanto. Es un gastado cliché olvidar, separar o apartar, cuestiones relacionadas con la tecnología a la hora de ponernos a pensar en el arte. Grueso error, me parece. Noten ustedes el revolucionario cambio que produjeron unos simples tubos, pretéritos antepasados de los hoy habituales y archiconocidos “pomos” de pintura.
Volviendo a Corot y sus amigos, el aspecto que más me atrae de este tipo de pintura es el tratamiento de la luz, la forma de reflejar el ambiente. Es evidente que los pintores conocían muy bien los efectos de la descomposición de la luz y eso es lo que intentaron plasmar en sus obras. Según Krauβe, el aire se convierte en los cuadros en un suave velo y la luz en una sustancia atmosférica que llena todo el espacio pictórico. Esta (la luz) no se plasmaba en forma de puntos claros y brillantes ni tampoco existían fuentes de luz con un significado metafórico como en el romanticismo.
Los naturalistas, distendidos e innovadores, se sobreponen a las exigencias del estilo pictórico todavía vigente en las academias, claramente neoclásico. También toman distancia del idealismo extremo propio del romanticismo y, por resultado, obtienen una desenvuelta forma de pintar que fue pionera del impresionismo.
Y todo por unos insignificantes e inocentes tubos…
(1) Anna-Carola Krauβe (1995). “Historia de la Pintura (del Renacimiento a nuestros días)”, Könemann Verlagsgeseellschaft mbH, Colonia.
Esta toma de partido generó la unión del artista con un grupo de pintores franceses que se encontraba en la búsqueda de una representación de la naturaleza que no se componía de los ideales académicos clasicistas, ni del sentimentalismo propio del movimiento romántico, sino nacía de una base que surgía de la inminente observación de la naturaleza. También, por qué no decirlo, de una actitud cada vez más escéptica frente a los resultados sociales y políticos de los procesos históricos de años anteriores, expresados por el concepto neoclásico y su opuesto, el romanticismo.
Camille Corot, uno de estos artistas naturalistas, crea un nuevo tipo de pintura, de paisajes más íntimos (paisaje intime), sumergida en los aspectos objetivos de la naturaleza. Junto a Théodore Rousseau y Charles-François Daubigny, se trasladó hacia mediados del siglo XIX a un pequeño pueblo, Barbizon, en las cercanías de París. Luego se les une Millet. Allí nace una pintura al aire libre que, una décadas más tarde se convertiría en esencial para los impresionistas.
Aunque parezca mentira, esto fue posible –entre otras cosas- por la invención de unos pequeños tubos de metal que permitieron a los artistas llevar los colores ya preparados y en pequeñas cantidades, a todas partes. Sin estos pequeños tubos (Corot los llamaba “el estudio portátil”), no hubiera sido posible una pintura al aire libre tan consecuente como la realizada por el grupo de Barbizon, luego por los impresionistas y tantos otros más. Esto que comento, aparentemente una curiosidad o detalle menor, a mi juicio no lo es tanto. Es un gastado cliché olvidar, separar o apartar, cuestiones relacionadas con la tecnología a la hora de ponernos a pensar en el arte. Grueso error, me parece. Noten ustedes el revolucionario cambio que produjeron unos simples tubos, pretéritos antepasados de los hoy habituales y archiconocidos “pomos” de pintura.
Volviendo a Corot y sus amigos, el aspecto que más me atrae de este tipo de pintura es el tratamiento de la luz, la forma de reflejar el ambiente. Es evidente que los pintores conocían muy bien los efectos de la descomposición de la luz y eso es lo que intentaron plasmar en sus obras. Según Krauβe, el aire se convierte en los cuadros en un suave velo y la luz en una sustancia atmosférica que llena todo el espacio pictórico. Esta (la luz) no se plasmaba en forma de puntos claros y brillantes ni tampoco existían fuentes de luz con un significado metafórico como en el romanticismo.
Los naturalistas, distendidos e innovadores, se sobreponen a las exigencias del estilo pictórico todavía vigente en las academias, claramente neoclásico. También toman distancia del idealismo extremo propio del romanticismo y, por resultado, obtienen una desenvuelta forma de pintar que fue pionera del impresionismo.
Y todo por unos insignificantes e inocentes tubos…
(1) Anna-Carola Krauβe (1995). “Historia de la Pintura (del Renacimiento a nuestros días)”, Könemann Verlagsgeseellschaft mbH, Colonia.
8/5/10
Que le den candela...
OpiniónMoreno y la petición de los fabricantes de velas
Por Roberto Cachanosky
lanacion.com | Economía | Viernes 7 de mayo de 2010
3/5/10
Dos (una historia por entregas) 2.2.1
Entre los tantos aspectos fascinantes que encuentro en la tarea de llevar adelante este blog, se destaca el intercambio de ideas con la gente que tiene la amabilidad de darse una vuelta por aquí de vez en cuando, ya sean amigos (la mayoría, haciendo "el aguante" correspondiente), u otras personas que tarde o temprano se convierten en nuevos amigos. Lo he dicho otras veces y hoy lo repito: me encanta.
Bien, Lucas me ha enviado un correo acerca de la última entrega de "Dos" y, con su permiso, paso a publicarlo. Pasen y vean... o mejor dicho, lean.
Se está poniendo lindo. Sobre todo la hipótesis de porqué los viejos fueguinos quieren tirar todo abajo. Me hace acordar a cuando Frondizi ordenó tirar abajo la penitenciaría, que denunciaba la existencia inevitable del crimen y el castigo en pleno barrio de Palermo, a pocas cuadras del Botánico. Era muy parecida a nuestra cárcel y también una institución modelo, siendo famoso el pan dulce de los presos en las navidades, y la imprenta donde se llegó a editar el boletín oficial. Hoy es una de los espacios verdes más concurridos de Buenos Aires, con mucho de solarium, el colegio JF Kennedy -Lengüitas para los iniciados- y media docena de palmeras que sobreviven a la vieja cárcel. También en su momento derribamos las casas coloniales de San Telmo, donde más se evocaba a la epidemia de fiebre amarilla y a los primeros y sórdidos conventillos porteños que a la perezosa ciudad colonial, demolimos cientos de manzanas para tener la Avenida de Mayo, ensanchar Corrientes, diseñar las diagonales y abrir la imponente 9 de Julio. Ni siquiera el histórico Cabildo pudo resistir a la piqueta que lo dejó convertido en su propia maqueta. Y creo que los porteños, por lo menos una gran mayoría de ellos, miraron con entusiasmo los cambios. Queríamos dejar de ser la ciudad hispana, atrasada, ingnorante y conventual para incorporarnos a la modernidad. Lástima que no comprendimos que el progreso que pretende ignorar su historia es como un barrilete sin cola que no sabe bien para qué está en el cielo.
Lucas Potenze, Ushuaia.
Nota: Lucas es profesor de historia y Rector del Colegio Nacional de Ushuaia.
Bien, Lucas me ha enviado un correo acerca de la última entrega de "Dos" y, con su permiso, paso a publicarlo. Pasen y vean... o mejor dicho, lean.
Se está poniendo lindo. Sobre todo la hipótesis de porqué los viejos fueguinos quieren tirar todo abajo. Me hace acordar a cuando Frondizi ordenó tirar abajo la penitenciaría, que denunciaba la existencia inevitable del crimen y el castigo en pleno barrio de Palermo, a pocas cuadras del Botánico. Era muy parecida a nuestra cárcel y también una institución modelo, siendo famoso el pan dulce de los presos en las navidades, y la imprenta donde se llegó a editar el boletín oficial. Hoy es una de los espacios verdes más concurridos de Buenos Aires, con mucho de solarium, el colegio JF Kennedy -Lengüitas para los iniciados- y media docena de palmeras que sobreviven a la vieja cárcel. También en su momento derribamos las casas coloniales de San Telmo, donde más se evocaba a la epidemia de fiebre amarilla y a los primeros y sórdidos conventillos porteños que a la perezosa ciudad colonial, demolimos cientos de manzanas para tener la Avenida de Mayo, ensanchar Corrientes, diseñar las diagonales y abrir la imponente 9 de Julio. Ni siquiera el histórico Cabildo pudo resistir a la piqueta que lo dejó convertido en su propia maqueta. Y creo que los porteños, por lo menos una gran mayoría de ellos, miraron con entusiasmo los cambios. Queríamos dejar de ser la ciudad hispana, atrasada, ingnorante y conventual para incorporarnos a la modernidad. Lástima que no comprendimos que el progreso que pretende ignorar su historia es como un barrilete sin cola que no sabe bien para qué está en el cielo.
Lucas Potenze, Ushuaia.
Nota: Lucas es profesor de historia y Rector del Colegio Nacional de Ushuaia.
1/5/10
Dos (una historia por entregas) 2.2
La respuesta a la pregunta que inicia el último aporte a esta historia por entregas tuvo, en realidad, dos respuestas. Una ya fue contada. Ahora intentaré desarrollar la segunda, casi una obviedad: resultaba necesario producir una documentación técnica que permitiera reconstruir la casa, apoyándose en la investigación histórica y resolviendo técnicamente el desafío. Sin ser en aquel entonces experto en la materia, bien sabía que las trapisondas a la Violet Le Duc no estaban muy bien vistas que digamos en los ámbitos académicos. Una cosa es la reconstrucción y muy otra diseñar desde uno mismo posicionándose como ser del pasado.
No sabía si quienes tenían la potestad de decidir tomarían la decisión que yo esperaba desde el mismísimo momento que me involucré en la aventura: que la casa se reconstruyera. Estoy contando una historia lo más objetivamente que puedo aunque uno jamás es totalmente objetivo, eso no existe, y por tanto solo me queda de ser sincero, aún en mi subjetividad. Yo quería recorrer este camino. Mi curiosidad innata era mucho más fuerte que todo consejo o consideración moderada que se presentara por ahí, que no faltaron. En ciertas circunstancias no suelo ser moderado, mucho menos prudente. La pasión me domina.
La casa se desarmó, hubo algunos dimes y diretes, ella estaba durmiendo –nunca muerta- esperando su resurrección, en un ignoto depósito, por obra y gracia de las circunstancias.
El peso de la prueba estaba en mi “rincón del ring”. Debía demostrar que no sólo era factible reconstruir este edificio sino que tal decisión tendría sentido y no sería un episodio más de los tantos que promueve la gestión estatal (en este caso la municipal) orientadas a las necesidades corrientes de toda comunidad, con sus buenas y malas. Redundante –no lo puedo evitar- me permito decir que no bastaba con rehacer la casa. Esta decisión debía servirle a la comunidad.
Por aquellos tiempos había un puñado de valientes que pensaban a Ushuaia como un destino turístico de peso pero así y todo, ni siquiera estos valientes concebían que tal destino -que se ha cumplido- podía ofrecer lo que hoy se ha catalogado como “turismo cultural”. Salvo excepciones, nadie creía en la potencialidad cultural de la gente de Ushuaia que sin embargo allí estaba, levando como la levadura hace del pan una exquisita explosión. El centro de las estrategias resaltaba los innegables valores naturales que Dios nos ha regalado. El mundo de los humanos no contaba. El pan, el que vendría, no era percibido, ni siquiera soñado, salvo muy honrosas excepciones.
No miento ni peyorizo sino que apenas cuento al afirmar que la mayoría de los antiguos pobladores o, en su defecto sus inmediatos descendientes, tenían una idea fija: demoler lo anterior (considerado de poco valor) para “modernizar” la ciudad. Las encandilantes luces de distintas metrópolis (Ushuaia no responde exclusivamente a “la metrópolis argentina”, Buenos Aires), eran más fuertes que el recuerdo y la valoración del pasado personal y local. Arriesgo una razón: el pasado de Ushuaia se emparenta con vidas y cuestiones asociadas a extremos sacrificios y algo mucho más fuerte: el desarraigo forzado por la pobreza, el aislamiento y la soledad. Los protagonistas de tales circunstancias no suelen resaltar sus miserias. Lo hacen, hacemos, quienes venimos luego y nuestros intereses no necesariamente son compatibles con aquellos protagonistas que dicho sea de paso no son próceres, solo personas en búsqueda de un destino, que no es poco. También lo promueven sus nietos, ya consolidados en una próspera realidad, ansiosos de una legitimación de su poder económico, producto del presente que ya será contado en algún momento y nada tiene que ver con un pasado no tan lejano, aunque absolutamente diferente.
Ante la posibilidad de que se decidiera proceder efectivamente a la reconstrucción de este edificio no fueron pocos los que manifestaron su oposición. Entre tantos argumentos esgrimidos pare ello, hubo uno central y refutado por los hechos: no se podía pensar en reconstruir una vieja casa, que estaba “podrida”. Un gasto inútil, cuando todos clamaban por nuevas paredes de mampostería, en la tierra de los tabiques de madera y chapa.
Roberto, mi amigo, migró hacia Buenos Aires por cuestiones familiares. Ya no tenía “apoyo técnico-político” y nunca un “equipo” que me respaldara. Apenas contaba con un grupo de amigos de entonces y el entusiasmo. Así y todo y contra todo pronóstico lo pudimos hacer: hubo una documentación de proyecto ejecutivo que permitía aspirar con fundamentos irreprochables a la exquisita aventura de ser partícipes de la historia. Nada menos, nada más. Diana, Charo, Viviana, Bocha, Bruno, Luis, Zulema, Mallón… Cada uno hizo su aporte. Y yo en el medio, asociando, resolviendo, asumiendo responsabilidades, poniendo la cara y jugado, como siempre. Contaba también con algunos "colegas" que deberán explicar alguna vez y a la hora de repasar conciencias, sus contradictorias y malintencionadas actitudes.
Lo cierto es que los planos necesarios estaban. Había que tomar decisiones y nosotros no teníamos la potestad de tomarlas.
Una tarde cualquiera se produjo un encuentro en el que se dijeron pocas palabras, las necesarias.
-Francisco, en serio, ¿se puede reconstruir Las Goletas?
-Vos sabés, Mario, que no miento, en todo caso me equivoco.
-Francisco, no me vengas con esto, vos sabés que lo mío es la política. No puedo fallar, si así fuera, me matan.
-Mario, si te digo que me animo es que creo que se puede hacer esta obra.
-¿En serio?
-Tenés mi palabra de honor. Es enserio.
-Bueno, la casa se hace.
-Fenómeno, Mario, pero ¿vos tenés presupuesto para esta obra?
-No
-¿…?
-Mirá, de algún lado vamos a obtener los fondos. Estoy seguro que a Raúl [Raúl Berrone, entonces Secretario de Obras Públicas, un economista con sensibilidad de arquitecto] se le va a ocurrir alguna idea. Vos empezá a preparar la obra. Te vamos a llamar. Esta obra se hace o se hace.
-Como digas. Yo sigo. Te creo.
Y así pasó. Las ideas y los caminos aparecieron. Pero esto es otra historia. Ya te vas a enterar.
No sabía si quienes tenían la potestad de decidir tomarían la decisión que yo esperaba desde el mismísimo momento que me involucré en la aventura: que la casa se reconstruyera. Estoy contando una historia lo más objetivamente que puedo aunque uno jamás es totalmente objetivo, eso no existe, y por tanto solo me queda de ser sincero, aún en mi subjetividad. Yo quería recorrer este camino. Mi curiosidad innata era mucho más fuerte que todo consejo o consideración moderada que se presentara por ahí, que no faltaron. En ciertas circunstancias no suelo ser moderado, mucho menos prudente. La pasión me domina.
La casa se desarmó, hubo algunos dimes y diretes, ella estaba durmiendo –nunca muerta- esperando su resurrección, en un ignoto depósito, por obra y gracia de las circunstancias.
El peso de la prueba estaba en mi “rincón del ring”. Debía demostrar que no sólo era factible reconstruir este edificio sino que tal decisión tendría sentido y no sería un episodio más de los tantos que promueve la gestión estatal (en este caso la municipal) orientadas a las necesidades corrientes de toda comunidad, con sus buenas y malas. Redundante –no lo puedo evitar- me permito decir que no bastaba con rehacer la casa. Esta decisión debía servirle a la comunidad.
Por aquellos tiempos había un puñado de valientes que pensaban a Ushuaia como un destino turístico de peso pero así y todo, ni siquiera estos valientes concebían que tal destino -que se ha cumplido- podía ofrecer lo que hoy se ha catalogado como “turismo cultural”. Salvo excepciones, nadie creía en la potencialidad cultural de la gente de Ushuaia que sin embargo allí estaba, levando como la levadura hace del pan una exquisita explosión. El centro de las estrategias resaltaba los innegables valores naturales que Dios nos ha regalado. El mundo de los humanos no contaba. El pan, el que vendría, no era percibido, ni siquiera soñado, salvo muy honrosas excepciones.
No miento ni peyorizo sino que apenas cuento al afirmar que la mayoría de los antiguos pobladores o, en su defecto sus inmediatos descendientes, tenían una idea fija: demoler lo anterior (considerado de poco valor) para “modernizar” la ciudad. Las encandilantes luces de distintas metrópolis (Ushuaia no responde exclusivamente a “la metrópolis argentina”, Buenos Aires), eran más fuertes que el recuerdo y la valoración del pasado personal y local. Arriesgo una razón: el pasado de Ushuaia se emparenta con vidas y cuestiones asociadas a extremos sacrificios y algo mucho más fuerte: el desarraigo forzado por la pobreza, el aislamiento y la soledad. Los protagonistas de tales circunstancias no suelen resaltar sus miserias. Lo hacen, hacemos, quienes venimos luego y nuestros intereses no necesariamente son compatibles con aquellos protagonistas que dicho sea de paso no son próceres, solo personas en búsqueda de un destino, que no es poco. También lo promueven sus nietos, ya consolidados en una próspera realidad, ansiosos de una legitimación de su poder económico, producto del presente que ya será contado en algún momento y nada tiene que ver con un pasado no tan lejano, aunque absolutamente diferente.
Ante la posibilidad de que se decidiera proceder efectivamente a la reconstrucción de este edificio no fueron pocos los que manifestaron su oposición. Entre tantos argumentos esgrimidos pare ello, hubo uno central y refutado por los hechos: no se podía pensar en reconstruir una vieja casa, que estaba “podrida”. Un gasto inútil, cuando todos clamaban por nuevas paredes de mampostería, en la tierra de los tabiques de madera y chapa.
Roberto, mi amigo, migró hacia Buenos Aires por cuestiones familiares. Ya no tenía “apoyo técnico-político” y nunca un “equipo” que me respaldara. Apenas contaba con un grupo de amigos de entonces y el entusiasmo. Así y todo y contra todo pronóstico lo pudimos hacer: hubo una documentación de proyecto ejecutivo que permitía aspirar con fundamentos irreprochables a la exquisita aventura de ser partícipes de la historia. Nada menos, nada más. Diana, Charo, Viviana, Bocha, Bruno, Luis, Zulema, Mallón… Cada uno hizo su aporte. Y yo en el medio, asociando, resolviendo, asumiendo responsabilidades, poniendo la cara y jugado, como siempre. Contaba también con algunos "colegas" que deberán explicar alguna vez y a la hora de repasar conciencias, sus contradictorias y malintencionadas actitudes.
Lo cierto es que los planos necesarios estaban. Había que tomar decisiones y nosotros no teníamos la potestad de tomarlas.
Una tarde cualquiera se produjo un encuentro en el que se dijeron pocas palabras, las necesarias.
-Francisco, en serio, ¿se puede reconstruir Las Goletas?
-Vos sabés, Mario, que no miento, en todo caso me equivoco.
-Francisco, no me vengas con esto, vos sabés que lo mío es la política. No puedo fallar, si así fuera, me matan.
-Mario, si te digo que me animo es que creo que se puede hacer esta obra.
-¿En serio?
-Tenés mi palabra de honor. Es enserio.
-Bueno, la casa se hace.
-Fenómeno, Mario, pero ¿vos tenés presupuesto para esta obra?
-No
-¿…?
-Mirá, de algún lado vamos a obtener los fondos. Estoy seguro que a Raúl [Raúl Berrone, entonces Secretario de Obras Públicas, un economista con sensibilidad de arquitecto] se le va a ocurrir alguna idea. Vos empezá a preparar la obra. Te vamos a llamar. Esta obra se hace o se hace.
-Como digas. Yo sigo. Te creo.
Y así pasó. Las ideas y los caminos aparecieron. Pero esto es otra historia. Ya te vas a enterar.
Aire
Mi amigo Jorge (para los especializados en los meandros vitivinilos, Iorch) me acercó a este grupo, Me darás mil hijos. Me gustaron y comparto una música de ellos con ustedes.
Advetencia: "Vitivinilos" es una marca registrada y exclusiva propiedad de la gente con buena onda, por caso el mismo Jorge, Roberto, Miguel, Melisa, Romina, Eduardo, Damián, Luis, Alejandro, Ricardo, María... siguen los nombres. Podés sumarte, nunca copiar.
Advetencia: "Vitivinilos" es una marca registrada y exclusiva propiedad de la gente con buena onda, por caso el mismo Jorge, Roberto, Miguel, Melisa, Romina, Eduardo, Damián, Luis, Alejandro, Ricardo, María... siguen los nombres. Podés sumarte, nunca copiar.
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